
Ayer por la tarde regresaba deprisa a casa con cosas importantes que hacer. En una bolsa de papel llevaba un perro de trapo, unas cintas recién compradas en Mokuba, una colcha de patchwork en miniatura para que la niña rubia arrope a sus muñecos…cuando le ví. Estaba sentado en el Canigó, compartiendo mesa y café con unos amigos mientras jugaban al dómino. Parecía ajeno a las conversaciones de los jóvenes que ahora se han adueñado del bar. Se le veía concentrado para ganar la partida. Aceleré el paso para que no me viera.
Pero esta mañana al cruzar la Plaça del Diamant le he vuelto a ver. Estaba sentado en un banco disfrutando del sol, con las manos en los bolsillos de su abrigo gris. Parecía esperarme, como si supiera que cada día cruzo esta mítica plaza cuando paseo a Bruc. Me he sentado a su lado haciendo caso a su gesto de dar dos golpes en el asiento.
-¿Qué tal te va? –me ha preguntado el Creador.
-Bien –le he respondido.
Creí que ya no nos volveríamos a ver hasta dentro de dos años, cuando se agote el plazo que me dio para que le demostrara que no se equivocó al elegirme.
-No esperaba encontrarte por aquí…
-Ya ves. Me verás cuando menos te lo esperes. Al menos dime que te alegras de verme.
-Me alegro de verte.
-Cuéntame qué haces, en qué ocupas las horas del día.
-Pero si ya lo sabes…
-Quiero que me lo cuentes.
Le he contado lo que hago. Busco trabajo. Coso, paseo al perro, escribo…y cuando escribir se me hace doloroso, ato al perro otra vez y paseo sin rumbo para no desmoralizarme. Hay días en que me siento inútil y otros en que parezco feliz.
-Dime por qué has venido.
-Elegí esta ciudad porque creí que aquí podría demostrarte lo que soy. Confía un poco más en mí.
-¿Sabes que hay quien cree que tenías otra razón para venir aquí?
-Sí, lo sé. Sé a que te refieres, pero me importa poco. O quizá no quiero reconocer que me duele lo que piensen los demás. Abandoné lo que más quería en este mundo para venir aquí. Y quizá no hay nada ni nadie que me lo compense. Mi hermano lo sabe y a veces me envía vídeos de la niña rubia que visiono una y otra vez cuando la añoro.
-Venga, anímate. Pronto la verás. Sólo debes dejar pasar los días, pero prométeme que trabajarás en tus proyectos.
He asentido con la cabeza, incapaz ya de seguir hablando. Me chispeaban los ojos y no quiero llorar. Me ha cogido de la mano y la ha apretado.
-Sigue con tu paseo. Estaré a tu lado cuando me necesites. Sólo tienes que silbar. ¿Sabes silbar?
He silbado y ha venido hacia nosotros un dálmata con una pelota de tenis en la boca. Nos hemos reído. Me he levantado y he dudado en darle dos besos en las mejillas. Hay quien cree que no me gusta besar. Se equivocan. El Creador ha vuelto a cogerme de la mano, apretando fuerte. Lo necesitaba.