jueves, 17 de noviembre de 2011
LA PLAÇA DEL DIAMANT
Ayer por la tarde regresaba deprisa a casa con cosas importantes que hacer. En una bolsa de papel llevaba un perro de trapo, unas cintas recién compradas en Mokuba, una colcha de patchwork en miniatura para que la niña rubia arrope a sus muñecos…cuando le ví. Estaba sentado en el Canigó, compartiendo mesa y café con unos amigos mientras jugaban al dómino. Parecía ajeno a las conversaciones de los jóvenes que ahora se han adueñado del bar. Se le veía concentrado para ganar la partida. Aceleré el paso para que no me viera.
Pero esta mañana al cruzar la Plaça del Diamant le he vuelto a ver. Estaba sentado en un banco disfrutando del sol, con las manos en los bolsillos de su abrigo gris. Parecía esperarme, como si supiera que cada día cruzo esta mítica plaza cuando paseo a Bruc. Me he sentado a su lado haciendo caso a su gesto de dar dos golpes en el asiento.
-¿Qué tal te va? –me ha preguntado el Creador.
-Bien –le he respondido.
Creí que ya no nos volveríamos a ver hasta dentro de dos años, cuando se agote el plazo que me dio para que le demostrara que no se equivocó al elegirme.
-No esperaba encontrarte por aquí…
-Ya ves. Me verás cuando menos te lo esperes. Al menos dime que te alegras de verme.
-Me alegro de verte.
-Cuéntame qué haces, en qué ocupas las horas del día.
-Pero si ya lo sabes…
-Quiero que me lo cuentes.
Le he contado lo que hago. Busco trabajo. Coso, paseo al perro, escribo…y cuando escribir se me hace doloroso, ato al perro otra vez y paseo sin rumbo para no desmoralizarme. Hay días en que me siento inútil y otros en que parezco feliz.
-Dime por qué has venido.
-Elegí esta ciudad porque creí que aquí podría demostrarte lo que soy. Confía un poco más en mí.
-¿Sabes que hay quien cree que tenías otra razón para venir aquí?
-Sí, lo sé. Sé a que te refieres, pero me importa poco. O quizá no quiero reconocer que me duele lo que piensen los demás. Abandoné lo que más quería en este mundo para venir aquí. Y quizá no hay nada ni nadie que me lo compense. Mi hermano lo sabe y a veces me envía vídeos de la niña rubia que visiono una y otra vez cuando la añoro.
-Venga, anímate. Pronto la verás. Sólo debes dejar pasar los días, pero prométeme que trabajarás en tus proyectos.
He asentido con la cabeza, incapaz ya de seguir hablando. Me chispeaban los ojos y no quiero llorar. Me ha cogido de la mano y la ha apretado.
-Sigue con tu paseo. Estaré a tu lado cuando me necesites. Sólo tienes que silbar. ¿Sabes silbar?
He silbado y ha venido hacia nosotros un dálmata con una pelota de tenis en la boca. Nos hemos reído. Me he levantado y he dudado en darle dos besos en las mejillas. Hay quien cree que no me gusta besar. Se equivocan. El Creador ha vuelto a cogerme de la mano, apretando fuerte. Lo necesitaba.
martes, 1 de noviembre de 2011
CUENTOS
“Hay días malos en la vida. Son verdaderamente malos, efectivamente. ¿Y qué pasa entonces? Pues pasa que me meto debajo de la cama. Eso pasa, efectivamente.” Bernardo Atxaga.
Hay días en los que, como Shola, la perrita de Bernardo Atxaga, tengo un día malo y dos opciones: una, meterme en la cama. Otra, sacar a Bruc a pasear. Lo más inteligente es elegir la segunda y es lo que hago. Si me dejo vencer por una mala noticia y un día triste, anem malament...
Ato la correa a Bruc y buscamos alguna plaza en la que podamos ver cómo se divierten alguno de los congéneres de mi perro. Bruc se ha adaptado bien a la gran ciudad, pero sigue con su actitud faldera. En lugar de jugar con amigos nuevos prefiere sentarse a mi lado en un banco y observarlos a una distancia prudencial, por si acaso.
Una perra delgada viene a saludarnos. Lleva algo en la boca que los demás perros quieren poseer. Pero ella es más lista y no consiguen quitárselo. Quizá un hueso o un pájaro muerto. Finalmente los perseguidores la dejan tranquila, y se tumba con su tesoro entre las fauces para disfrutarlo con calma. Bruc me mira como si me dijera: aquí todos parecen estar mal de la cabeza. Le rasco la cabeza y me acuerdo de la última tarde de domingo cuando, haciendo compañía a mi padre en la clínica, mamá nos contó de nuevo el cuento de El llop i la rabosa. Mi hermana B. se lo había pedido. Era un relato que se contaba en casa de mis abuelos cuando alguno de sus hijos no quería comer. Es curioso, ya que los cuentos en casa se contaban a los niños sin apetito. Nunca al ir a dormir. Los acostaban y punto. Mamá empezó a relatarlo:
“Una vegada va fer molt fred. Tant va nevar a les muntanyes que els animals baixaven a la plana en busca d’alguna cosa per omplir l’estómac buit. I com lo sinyo Vicent era un despistat, que sempre se dixava la porta oberta, la rabosa va aprofitar per entrar fins al rebost sense fer soroll i va pispar un tros de formatge…”
-Mama, no anava així…-es B. quien habla. Empieza una pequeña discusión entre los que creen que hay que dejar seguir al cuentista aunque se equivoque (más pronto o más tarde se dará cuenta de su error) o los que opinan que hay que corregirlo antes de proseguir el relato –no era la rabosa la que va baixar a buscar menjar, era el llop.
Mi madre le da la razón y donde he escrito rabosa, ahora es un lobo. Mi padre escucha atentamente el cuento, acostado en su cama como un niño enfermo que se aburre.
“Pos com vos dia. Lo llop se’n va tornar cap a les muntanyes i de camí es va trobar una rabosa”
Ahora B. dice que sí con la cabeza.
“…la rabosa tenia gana i per prendre-li el tros de formatge al llop li va començar a fer preguntes: llop, llobet, quin fred que fa…lo llop li dia que sí amb lo cap, per no obrir la boca. Que vas cap amunt? I lo llop que sí amb lo cap. Que me’n donaries un trosset d’este formatget que dus? I lo llop que no amb el cap. Finalment, la rabosa li va preguntar: I d’on ets, llobet? I el llop, una mica borinot, li va dir: d’Albocàsser. A l’obrir la boca per dir Albocàààààsser, lo tros de formatge va caure en terra. La rabosa, més llesta que ell, li va agafar. Lo llop en vore lo que havia passat li va preguntar a la rabosa, i tu d’on ets? la raboseta li va dir: de Tíriiiiiiiiig. I la rabosa se’n va anar amb lo formatge a la boca, corrents abans no l’agafés lo llop.”
Si queréis saber dónde está la gracia del cuento, coged un trozo de queso entre los dientes y decid en voz alta Albocàsser o Tírig. Y sabréis por qué al lobo se le cayó el queso y a la rabosa no.
Papa, espero que visques molts anys i d’aquí a poquet te pugue contar un conte molt bonic. La B. no podrà interromprer, ja que no el sap.
viernes, 14 de octubre de 2011
BELL, BOOK AND CANDLE
Hoy se han terminado los siete días de vacaciones con los que me había premiado después de muchos meses sin parar. La jornada de hoy ha empezado con la visita anunciada del electricista argentino que venía a cambiar el telefonillo del portero automático. Le he abierto con Bruc en brazos para que supiera que mi hija y yo tenemos un hombre en casa. Fiero y mordedor, por si acaso. Pero cuando he visto que el individuo era guapo me he arrepentido de no haberle encerrado. Es un espanta hombres.
Después de pasear por el barrio a la salchicha que tengo de perro, he vuelto a casa con pocas ganas de trabajar. He hecho la colada, he planchado y cuando ya había disimulado lo bastante para evitar ponerme manos a la obra, he subido las persianas venecianas que nos aíslan de las miradas de los vecinos de enfrente. Aprovecho cualquier excusa para fumar mientras contemplo el patio comunitario y de paso espiar a la familia disfuncional que vive enfrente. Lo de la familia disfuncional son palabras de mi hija. Hoy parecían calmados, quizá porque es viernes.
He esperado un ratito por si aparecía ella, la vecina que vive justo debajo de la familia disfuncional. Me fascina. Suele vestir una bata cruzada de seda, como la que vestía en mi imaginación a Lillian Hellman en Dash y Lilly. Azul y estampada. Es pelirroja y ata sus cabellos con un moño suelto. Me recuerda un poco a una vecina de Blogville. No sé a qué dedica pero lo intuyo. De vez en cuando suena un teléfono –ahora con las ventanas abiertas por culpa de esta primavera de invierno que se resiste a dejar paso al frío se oye todo- se sienta en la mesa de la cocina, se pone unos auriculares y baraja unas cartas de tarot. Suele utilizar el método de la cruz celta. Asiente de vez en cuando sin dejar de mirar una sola vez las cartas que momentos antes ha extendido sobre la mesa de madera. Las tiradas suelen durar una media hora y según lo que debe preguntar su interlocutor o interlocutora, las extiende en tres montones. ¿Izquierda, centro o derecha? debe de preguntar. Luego se quita los auriculares, se levanta y pone una olla al fuego. La consulta ha concluido. Parece que vive sola y no tiene gato, raro en una tiradora de cartas. Supongo que os preguntáis por qué sé lo de la cruz celta y lo de los tres montones de cartas. Pues porque he visto a mi amiga la Bruji hacerlo miles de veces frente a mí.
A veces le regalo alguna canción de Cole Porter. Y ella mira curiosa por la ventana para saber quién escucha la misma música que a ella le gusta. Desconoce que es su vecina de enfrente, pues me escondo detrás de las persianas venecianas que me aíslan de los vecinos. Sólo me muestro cuando tiendo la ropa y entonces apago la música para que no descubra que soy yo quien le regala las canciones.
Me gustaría saber cuál es su número de teléfono y hacerle una llamada. La conversación sería seguramente así:
-Hola, soy Violette. ¿En qué puedo ayudarte?
-Quisiera preguntar por el amor.
-¿Con alguien en particular?
-No, no hay nadie.
-Dime qué signo eres.
-Piscis.
-Bien, piscis. Concéntrate y no me cruces las piernas.
Le hago caso, las tenía cruzadas. Mientras ella baraja yo aprovecho y lío un cigarrillo para relajarme. Alejo a Bruc con una suave patada de debajo de la mesa. He olvidado esconderle la pelota para que no importune. Bruc es más rápido que yo y se aleja con la pelota en la boca. Se sube al sofá y aprovecha para dormir un ratito. Oigo la respiración de la tiradora de cartas pelirroja.
-Bien, piscis. Estarás sola poco tiempo. Las cartas me muestran un rey de copas frente a ti. Calculo que para el mes de diciembre tu vida habrá cambiado completamente. Volverás a ser feliz junto a ese hombre que entrará en tu vida por casualidad. Llámame dentro de mes y medio y me lo confirmas. ¿Deseas preguntarle alguna cosa más al tarot?
Le respondo que no. Me quedo pensativa y le doy las gracias. Me cambio de ropa, ato a Bruc con la correa y salgo a pasear para ver si me cruzo con el rey de copas en alguno de mis paseos. Porque como suele decir mi madre, en casa sólo viene el butanero. O algún electricista argentino, le contestaría yo…
lunes, 10 de octubre de 2011
GARAJE SÉNECA
Esta mañana he hecho algo de lo que debería de avergonzarme, pero no ha sido así. He logrado vencer la timidez que me caracteriza y he llamado al timbre de un establecimiento que acababa de subir la persiana para recibir a los clientes madrugadores como yo. He depositado la mercancía de la cual quería desprenderme sin mediar palabra con el hombre que me atendía detrás del mostrador. Hablaba por teléfono mientras apuntaba en un papel el valor del oro que, por suerte para mí, había subido. Cuando me ha dicho lo que iba a darme a cambio de lo que había pesado momentos antes en una báscula de precisión, no he podido disimular mi asombro. Hoy, lunes por la mañana de un día soleado para mí, de repente soy rica.
Bruc y yo somos afortunados. Con dinero en el bolsillo y un amor para las seis. Y he hecho lo que hacen todas las mujeres del mundo menos yo: pensar en qué gastaría el dinero conseguido sin sudar una gota. Como ayer domingo tuve mi primer día triste en la ciudad, -¿quién inventó los domingos?- hoy me recompensaría yendo de compras.
Y así lo he hecho, caminando deprisa como si alguien me esperara. Voy a pie a todos los sitios para conocer la ciudad y no perderme, algo que como mi timidez, me caracteriza. He decidido tomar la calle Séneca buscando la sombra. Y de repente frente a mí, un lugar que he reconocido de inmediato: el Garaje Séneca. Sigue aquí, marrón, inmenso, cerrado. Y sin quererlo, he vuelto a tener siete años. Lo he contemplado mientras me liaba un cigarrillo. Lo que me acababa de pasar, reconocer un edificio después de tantos años, merecía un descanso. Y mientras fumaba he recordado:
Tengo siete años. Mis padres, mis hermanos y yo vivimos en la casa frente al canal. Mis abuelos están a punto de salir de viaje hacia Barcelona. Mi hermana B. es la elegida para viajar con ellos y en el último momento se indispone. Qué rabia para ella y qué alegría para mí cuando oigo: ¿Emily, quieres venir tú? Es Rosita quien habla, mi abuela materna. No creo que yo diga nada, pero salto a cancha rápidamente como el jugador que espera pacientemente su oportunidad de dejar de calentar banquillo. Mi madre prepara mi ropa interior, mi pijama y una muda, por si tenemos un percance. Me voy a Barcelona. Subo al asiento posterior del mercedes oscuro que mi abuelo Juanito debe llevar a revisión y me despido de mis padres agitando una mano. ¿Sonrío? Creo que no. O quizá sí. De este viaje sólo recuerdo las luces de los coches que no cruzamos por la carretera de la costa que nos lleva a la ciudad. La cena en un restaurante de la capital. Mi abuela me pide espaguetis, pollo frito y por primera vez en mi vida como aros de cebolla rebozados. Quiero un café como mis abuelos. Me siento adulta, pero hago una mueca de disgusto al probarlo. Es amargo. Juanito sonríe y enciende un cigarrillo. Siempre sonríe. Y Rosita está de buen humor. No recuerdo haber dormido. Sólo sé que a la mañana siguiente mi abuelo conduce el mercedes hacia el Garaje Séneca, marrón, inmenso, que se traga el automóvil y a mí con él. Nada más.
Vuelvo a casa con menos dinero en el bolsillo. Ahora tengo cuarenta y cinco años. Me siento bien, como quien se enamora por primera vez, con alas en lugar de mis pies doloridos por las caminatas. La ciudad me gusta y creo que yo a ella también. Miro un escaparate de ropa infantil. Me atrae un vestido de aire japonés para la niña rubia. Se lo compraré un día de estos, en una próxima salida. Me compro un croissant y le guardo una de sus patas para Bruc. La niña rubia está demasiado lejos. La echo de menos…
viernes, 30 de septiembre de 2011
EL ÚLTIMO CROISSANT
Aunque no suelo tener nostalgia cuando algo termina, hoy se me han escapado unas lágrimas cuando le he dicho adiós a Sirga, la cocker dorada del estanco. Todos los lunes la hemos ido a ver la niña rubia y yo. También nos hemos comido el último croissant juntas. La pequeña la pata del mismo, para mí el resto. Ayer me despedí de la peluquera que me ha cortado el flequillo a una altura imposible de que me favorezca. Nos deseamos suerte mutuamente. Ella espera a su primer hijo, una niña rubia seguramente. Este fin de semana me despediré de la playa con un último baño en compañía de Francesca y de Imma, las amigas cincuentonas de Bruc. A Francesca le he dejado en herencia mi playa. No sé cuándo podré volver a pisarla. La dejo en buenas manos. También me despediré del ático que me ha acogido estos dos últimos años. Se puede decir que allí he sido feliz. Le escribiré una carta al fantasma que vivía en él por si quiere volver. Que me lo cuide en mi ausencia. Añoraré a la niña rubia, claro, aunque la deje en buenas manos.
Pero aunque suene estúpido, lo que más me duele dejar es a mi coche. Miraré de buscarle un lugar para que esté calentito este invierno. Tan pronto como pueda volveré a por él.
El setter volverá con sus dueños, recién operado y en forma para poder soportar a los dos jack russel terrier con los que convivirá a partir de la semana que viene. Seguremente acabaré añorando que me pise los pies, algo que aborrezco, y que me persiga por toda la casa en cuanto abro la nevera para comer algo.
En compensación a todas estas despedidas diré que me espera otra niña rubia, mi hija ficticia. Y aunque se me encoja el corazón de sólo pensar que a mis cuarenta y cinco años aún busco mi lugar en el mundo, en su compañía será más llevadero. Al fin se cumplirá nuestro sueño de vivir juntas, aunque sea Bruc y no Coppini quien ocupe su lugar. Él será el encargado de mantener alejado al gato que se ha enamorado de mi hija y que le regala pájaros muertos como prueba de su amor.
He querido escribir estas líneas, aunque sea deprisa y sin corregir, para que quede constancia en mi blog que hoy, treinta de septiembre del 201, me he comido el último croissant sentada en la plaza que da a la playa, en compañía de la niña rubia. A reveure, bonica.
Pero aunque suene estúpido, lo que más me duele dejar es a mi coche. Miraré de buscarle un lugar para que esté calentito este invierno. Tan pronto como pueda volveré a por él.
El setter volverá con sus dueños, recién operado y en forma para poder soportar a los dos jack russel terrier con los que convivirá a partir de la semana que viene. Seguremente acabaré añorando que me pise los pies, algo que aborrezco, y que me persiga por toda la casa en cuanto abro la nevera para comer algo.
En compensación a todas estas despedidas diré que me espera otra niña rubia, mi hija ficticia. Y aunque se me encoja el corazón de sólo pensar que a mis cuarenta y cinco años aún busco mi lugar en el mundo, en su compañía será más llevadero. Al fin se cumplirá nuestro sueño de vivir juntas, aunque sea Bruc y no Coppini quien ocupe su lugar. Él será el encargado de mantener alejado al gato que se ha enamorado de mi hija y que le regala pájaros muertos como prueba de su amor.
He querido escribir estas líneas, aunque sea deprisa y sin corregir, para que quede constancia en mi blog que hoy, treinta de septiembre del 201, me he comido el último croissant sentada en la plaza que da a la playa, en compañía de la niña rubia. A reveure, bonica.
lunes, 8 de agosto de 2011
LA CAJA DE COSTURA
Ante los ojos de un niño, una caja de costura esconde grandes tesoros. Agujas de coser, tijeras, botones sueltos, hilos…Esta mañana la niña rubia ha abierto aún más sus grandes ojos color de miel ante la visión de mi caja de costura. Es de madera, con un departamento para que todos las utensilios, -las agujas de apliqué, el dedal, los hilos-, estén en perfecto orden. No hay nada más frustrante que un costurero desordenado. Y además desmerece a su dueña. La mía me la regaló MK una tarde de noviembre en la que hubo intercambio de regalos. Para Joan una bufanda tejida por ella. Para mí la caja de costura y un collar. Para ella, una colcha de retales con gatos enredados como hilos. En todas las casas debería haber una aunque se use poco. Parece que son de otro tiempo, pero ¿acaso no hay siempre un botón de una camisa suelto, un calcetín con un agujero, una falda con el dobladillo descosido?
Esta mañana mientras cosía, me he acordado de la iaia Rosita y de cómo me mantenía entretenida las tardes de invierno a la salida del colegio. Cuando ya me había enseñado todos los juegos de cartas, cuando ya habíamos dibujado lo suficiente pero yo aún andaba aburrida, me pedía que le ordenara su caja de costura. La tarea me agradaba. Le desenredaba los hilos. Luego pasaba los botones por un hilo con la ayuda de una aguja, y estos quedaban agrupados según su tamaño y color. Después los guardábamos en aquellas cajitas de plástico de color naranja que mi tía MJ le llevaba a mi abuela de la farmacia en la que trabajaba. Lo que no consiguieron nunca ni ella ni mi madre es que me gustara coser. Me cansaba pronto, me faltaba la paciencia que se necesita para ello. Lo curioso es que luego dar puntadas sobre telas ha sido mi profesión.
Cuando termino una labor como hoy ha sido el caso, la miro satisfecha. Y ya busco un nuevo proyecto para coser sentada en el sofá antes de ir a dormir. Como he de ir pensando en lo que le regalaré a la niña rubia por Navidad, creo que ya es hora de que mi madre y yo le vistamos una cesta de mimbre en la que acostar a sus muñecos. Normalmente mi madre se ocupa de las sábanas. Las corta, borda estrellas de colores en el embozo y yo las coso a máquina. Y para que los muñecos no pasen frío, yo me encargo de coser retales para hacer una mini colcha de patchwork. Así pues, queda decidido. Manos a la obra.
Como desconozco si tendré trabajo este otoño, me voy a ocupar en enseñar a coser a mi hija y a su amiga Nurieta. Están entusiasmadas con la idea. Yo haré de profesora sabelotodo con las gafas en la punta de mi nariz y examinaré las puntadas en sus labores. Las reñiré por no usar el dedal, me reiré cuando se claven la aguja en algún dedo. Soy exigente y les haré descoser las costuras si éstas salen torcidas. Pues como diría mi madre: fent i desfent, s’adeprèn. Y volveremos a reír cuando sepan que según el dedo en que se pinchen, tendrán: gust, si se pinchan en el dedo gordo. Disgust, si es en el índice. Carta, en el dedo corazón. Declaració, si es en el anular y amor si la aguja se ha clavado en el meñique. Gust, disgust, carta, declaració, amor.
Esta mañana mientras cosía, me he acordado de la iaia Rosita y de cómo me mantenía entretenida las tardes de invierno a la salida del colegio. Cuando ya me había enseñado todos los juegos de cartas, cuando ya habíamos dibujado lo suficiente pero yo aún andaba aburrida, me pedía que le ordenara su caja de costura. La tarea me agradaba. Le desenredaba los hilos. Luego pasaba los botones por un hilo con la ayuda de una aguja, y estos quedaban agrupados según su tamaño y color. Después los guardábamos en aquellas cajitas de plástico de color naranja que mi tía MJ le llevaba a mi abuela de la farmacia en la que trabajaba. Lo que no consiguieron nunca ni ella ni mi madre es que me gustara coser. Me cansaba pronto, me faltaba la paciencia que se necesita para ello. Lo curioso es que luego dar puntadas sobre telas ha sido mi profesión.
Cuando termino una labor como hoy ha sido el caso, la miro satisfecha. Y ya busco un nuevo proyecto para coser sentada en el sofá antes de ir a dormir. Como he de ir pensando en lo que le regalaré a la niña rubia por Navidad, creo que ya es hora de que mi madre y yo le vistamos una cesta de mimbre en la que acostar a sus muñecos. Normalmente mi madre se ocupa de las sábanas. Las corta, borda estrellas de colores en el embozo y yo las coso a máquina. Y para que los muñecos no pasen frío, yo me encargo de coser retales para hacer una mini colcha de patchwork. Así pues, queda decidido. Manos a la obra.
Como desconozco si tendré trabajo este otoño, me voy a ocupar en enseñar a coser a mi hija y a su amiga Nurieta. Están entusiasmadas con la idea. Yo haré de profesora sabelotodo con las gafas en la punta de mi nariz y examinaré las puntadas en sus labores. Las reñiré por no usar el dedal, me reiré cuando se claven la aguja en algún dedo. Soy exigente y les haré descoser las costuras si éstas salen torcidas. Pues como diría mi madre: fent i desfent, s’adeprèn. Y volveremos a reír cuando sepan que según el dedo en que se pinchen, tendrán: gust, si se pinchan en el dedo gordo. Disgust, si es en el índice. Carta, en el dedo corazón. Declaració, si es en el anular y amor si la aguja se ha clavado en el meñique. Gust, disgust, carta, declaració, amor.
martes, 26 de julio de 2011
JOSEP Y ADI
Mi jornada laboral empieza a las siete de la mañana cuando le doy un biberón de leche a la niña rubia. Luego, mientras le preparo el baño, aprovecho para preparar la comida del mediodía. Suelo hacer dos o tres cosas a la vez, como si me faltara tiempo cuando en realidad me sobra. Ya tengo a la pequeña vestida y consulto el reloj: las ocho y media. Me miro en el espejo del lavabo y creo que voy a lavarme el pelo. Así gano tiempo, cuando en realidad me sobra. La niña se sienta en el escalón del cuarto de baño con las manos sobre la falda, como un angelito. Le gusta mirarme cuando me arreglo mientras juega con las pinzas de peluquera profesional. Caliento la plancha de alisar el cabello, para acabar pareciéndome a una china, en opinión de mi padre. Él siempre opina aunque no se lo haya pedido nadie...
Bueno, a otra cosa mariposa. Hoy dejaremos nuestra rutina de compra diaria de leche fresca y verduras y nos acercaremos a correos. Mandaremos la postal que le hemos escrito a un amigo que vive lejos. Se la debemos, fue su cumpleaños. Llegará con retraso, pero llegará. Nunca falto a mi cita desde hace tres años. Tendré ochenta y dos años y seguiré dibujando postales para él, aunque yo quizá viva en Australia y él en California.
Como vamos bien de tiempo, arrastro el cochecito de paseo con parsimonia. La niña rubia es simpática y reparte hola, hola, entre la gente que encuentra por la calle: turistas cargados con maletas, repartidores, paseantes con sus perros...Nos cruzamos con dos señoras de mediana edad. Nos sonríen:
-¡Qué simpática!
-Sí que lo es...
-¿Tendrías un momentito?
-Mmmm...
-Verás. Estamos dando a conocer la palabra de Dios y nuestra misión es advertir al mundo sobre la inminente llegada del fin del mundo.
Reflexiono unos segundos. Doncs a fer-ho que el món s'acaba...Pero mi respuesta grosera se atasca en la garganta. La mujer prosigue:
-Toma -busca un folleto en una carpeta de color marrón- léelo con atención. Te ayudará para preparar tu alma cuando llegue el fin de nuestros días.
-Mejor se lo dan a otra persona. Ahora estoy muy ocupada en el cuidado de la niña y apenas tengo tiempo para nada...
Las mujeres se despiden de mí con desánimo, mientras buscan con la mirada alguna otra alma incauta a la que atemorizar con sus predicciones.
Joder...¿Ahora va a acabarse el mundo? ¿Justamente ahora? Si la niña aún tiene que crecer. Si aún no me han librado de los brackets. Si he de sostener entre mis manos el cuento publicado. Si he de cambiar de vida...Ahora no puede acabarse el mundo...
Conforme me alejo de las dos visionarias me pregunto qué haría si me quedaran dos horas de vida, antes de que se acabe el mundo. Y pienso que volvería a casa.
Sí, vuelvo a casa con la niña dormida. En ella me espera mi marido. ¿Pero qué hace él en casa a la hora en que se supone debería estar trabajando? Le busco un empleo. Quizá trabaja en una fábrica y ha hecho el turno nocturno. No, no me gusta. Quizá es panadero y descansa por la mañana, cuando el resto del mundo está despierto. No. Si es panadero me pondría al frente de su negocio despachando pan y pasteles. Y yo lo que quiero es pasear a la niña rubia. Mejor es un escritor noctámbulo, con los biorritmos cambiados. Duerme hasta tarde y trabaja por la noche, aprovechando que en casa reina la calma. Por un momento he imaginado a Josep Pla como mi marido, acostado en su cama con la boina puesta y me he reído. Si él es Josep Pla, yo soy Adi Enberg. Sí, Josep y Adi, adjudicado. Eso seré dos horas antes de que se acabe el mundo. Y Adi volverá al hogar con pan recién hecho y tomates. Le preparará el desayuno al escritor. Se descalzará antes de entrar en el dormitorio para no despertarlo con el ruido de sus pasos sobre la tarima de madera. No quiere que se levante malhumorado. Se acuesta junto a él y le pide que la abrace.
Soy Adi y aún me quedan dos horas antes de que se acabe el mundo. Antes de que se acabe todo. Nanit, Adi. Nanit, Josep.
lunes, 25 de julio de 2011
HOWL
jueves, 30 de junio de 2011
BRACKETS
Hoy me han dado la confirmación de la fecha que esperaba desde hace tanto tiempo: el 28 de julio, por fin, me quitan los brackets, llamados vulgarmente "hierros". Los he llevado durante casi tres años. En todo este tiempo me ha pasado de todo, pero lo mejor, mejor, es que he tenido éxito con los hombres. Hago recuento, a ver? mmmmmm. Sí. Bueno, tampoco tantos. Si en las mujeres he despertado compasión, ai, pobra, en los hombres he despertado ternura. Os cuento:
Se enamoró de mi humilde persona un músico valenciano. Tonteamos dos meses más o menos. Hasta la noche que le dije adiós después de un concierto de tangos. Antes me había pagado la cena con el dinero que ganó con su último bolo. Supongo que luego debió arrepentirse, lo de pagar la cena, pero no, creo no. Una pena, ya que me ofreció de pintar la terraza del ático de gratis.
Segundo: una noche necesité la ayuda de un operario del gas natural. La caldera del agua caliente no funcionaba. Era un guasón y me pidió de salir a tomar algo por ahí. Le dije que no, que estaba casada. No tienes pinta de casada. Bueno, es que él vive lejos y sólo viene los fines de semana, estará al caer. Como yo reía sin parar y trataba de ocultar los dientes me soltó: tía, ¡la ortodoncia mola! Le despedí con mis brackets a vista y cuando ya descansaba en el sofá, sonó el teléfono: ¿seguro que no quieres que te invite a una cerveza? No, que mi marido ya está en casa. He de colgar que es celoso... Tercero: un italiano me ofreció 300 euros si satisfacía su fantasía erótica de hacerlo con alguien que llevara ortodoncia. Le dije que no. Aún cuando me lo cruzo por la calle, me pellizca los mofletes y me dice: bella! Eres más guapa que Fiona, la novia de Shrek.
Mi sobrino Luigi me contestó a mi pregunta: ¿a que estoy fea con estos hierros en la boca? No, estás más guapa que nunca. Me lo creí, dicen que los niños nunca mienten.
Josep, una de las personas a las que más quiero en este mundo me preguntó por qué llevaba brackets. Le contesté que era una cuestión de autoestima. Endavant, doncs. Le sonreí y me abrazó.
Después hubo un tiempo de calma hasta noviembre del año pasado. Josep. Duró dos meses pero me enseñó a besar mientras nos reíamos de los hierros. Me queda un mes para aprovechar mi éxito con los hombres. A ver si aprendo y espabilo, que se'm passa l'arròs.
Conclusión. Si usted la que me lee quiere un hombre en su vida, que le diga guapa, le pague cenas, le pinte la terraza, le bese y le aumente la autoestima, ponga unos brackets en su vida. Su boca se lo agradecerá...
PS. Olvidaba al navegante que me regaló una rosa!
miércoles, 1 de junio de 2011
BLOGVILLE CONFIDENCIAL (sexo por compasión)
La vida en Blogville transcurre pacífica, demasiado. Hace dos años que aún convivimos todos los fundadores de la residencia geriátrica. Bueno, hay quien llega y se va, como Rita y Violette. También Fra Miquel se ha tomado unos días de descanso. Hay nuevos inquilinos que se apuntaron por no tener a nadie que les cuidara en la vejez, como Troyana. Y una pareja de científicos locos que se pasan el día encerrados en la buhardilla que dos años antes ocupaba el Veí: Xurri y su marido. Uno de los primeros nos abandona. Al menos, de momento. Aunque ha comprado un billete de ida y vuelta, pero ésta última sin cerrar. Me tiene mosca desde el día en que dejó de necesitar su bastón y salió por la puerta silbando una bossanova. Regresó cargado de bolsas de la planta joven del corteinglés. Dentro de ellas había media docena de camisas de estilo surfero y sus seis bermudas a juego. ¿Qué cómo lo sé? Porque tuvo la caradura de pedirme unos arreglillos de nada…Olvidaba decir que también vive con nosotros MK y su nórdico. En teoría viven aquí aunque apenas salen de su habitación, y no por estar impedidos, no. Lo contaré más tarde…
Os diré que Violette y Rita llevan dos meses viajando por la Índia en busca de Lahiri Mahayasa, el gurú de Yogananda. Tanta práctica de yoga y comida macrobiótica no podía llevar a nada bueno. En fin, que las echo de menos. Al menos sin Violette puedo fumar tranquilamente en la biblioteca. Me mandaba a chupar mis pestilentes cigarritos liados al jardín. Lloviera, nevara o cayera un sol que ajusticiara. Me pregunto cómo se lo hace Rita para fumar si comparten habitación allá donde estén. Preguntas como éstas me angustian.
Fra Miquel tiene lo que él llama un bajón de fe. A su edad, padre…Pasadas las últimas navidades, se fue al Desierto de las Palmas en busca de respuesta. Supongo que está bien. ¿Qué cómo lo sé? Porque cuando se fue registré su habitación: había dejado el cilicio en el cajón de su mesita de noche y se había llevado un cargamento de extrañas bolsitas de colorines made in Finlandia compradas unos días antes de su marcha en internet. No pude averigüar para qué eran porque oí los pasos renqueantes del Paseante y por poco me pilla in fraganti. Hubiera tenido que aguantar una charla del estilo: mira que te lo tengo dicho, Emily. No se hurga en cajones ajenos…
Ahora el jardín presenta un aspecto lamentable. Y hemos dejado de comer hortalizas frescas de la huerta. Ni el Veí ni el susodicho Paseante han querido hacerse cargo de él. Alegan alergia y lumbago respectivamente. Lumbago…ya te daré yo, Paseante. Pero yo cada día le doy de comer a la carpa del estanque. Me ofrecí voluntaria durante el tiempo que Fra Miquel se ha tomado de retiro. La cuido bien. Le guardo el pan seco y algún que otro mosquito que logro atrapar para ella.
Troyana es de las nuevas. Llegó a la residencia con un cargamento de películas de su época de directora de cine. En blanco y negro y subtituladas. Suerte que cuando nos invita a verlas, a mí me hace efecto la pastilla que me tomo para dormir y echo una cabezadita. Lo peor de todo es que cuando me voy a la cama no hay quien duerma. Es el momento MK. ¿Han probado de lograr el sueño cuando una pareja ha decidido amarse justo en el momento de cerrar los ojos? Ñic, ñic, ñic, ñic. Es insoportable. De nada me sirve golpear la pared con los nudillos, con la ayuda del tacón de un zapato o aporrear su puerta para protestar: son sordos los dos. ¡Así cualquiera! Lo peor de todo es que me siento fatal por protestar. Es muy duro que ella y su nórdico practiquen sexo mientras una pasa la mano por la pared. Yo no tengo sexo ni por compasión. Y lo echo de menos, vaya si lo echo de menos. Aunque acabo de cumplir 75 años hay una parte de mí que aún sigue despierta y no es el cerebro precisamente…
Como ya os he contado, ahora viven con nosotros una pareja de científicos: Xurri y Ferni. Están empeñados en demostrar el efecto beneficioso de los rayos gamma sobre las neuronas. Y como necesitaban cobayas para probarlo, nos ofrecimos voluntarios. Creo que la culpa de todo mi malestar físico es el jugo de pepinos que nos dan en ayunas para contrarrestar los posibles efectos adversos de sus rayos gamma. Aunque la mascarilla de pepino que prepara ella en la cocina me va de perlas para la piel.
Ahora sólo me queda hablar del tándem formado por el Veí y el Paseante.
El Paseante está raro. Bueno, siempre lo ha sido, pero ahora más. ¿Qué cómo lo sé? Porque por primera vez en lo que llevamos de convivencia, cada uno en su habitación, of course, se le ve feliz. Y no soy la causa de su felicidad, no, ¡joder! La causa de su repentina felicidad no es una viejita, no. Es una brasileña de pechos turgentes. ¡Qué cómo lo sé? Pues a los hechos me remito: ya no cojea. Ha dejado de fumar. Se compra camisas playeras. Toma el sol en la terraza para que “ella” le vea saludable cuando por fin se encuentren. Estoy destrozada. Tan destrozada que de momento dejo la crónica por hoy y salgo al jardín para dar de comer a la carpa y fumarme un cigarrito. Hace sol. Me siento en el borde de piedra del estanque y juego con Bruc. Aún le sigue gustando que le tire su pelota de tenis. Como un tontito. Ha envejecido, como yo. Se me escapan unas lágrimas de pena y me lame la cara. Está tan concentrado en su labor que no se da cuenta de que el Veí se ha unido a nosotros para hacernos un poco de compañía.
-Com anem?
-Nem fent…
-Ja ha marxat el carallot?
-Avui se’n va…
-Lia’m una cigarreta d’aquestes teves. La necessito.
-Si que estàs malament tu també…
El Veí calla. Callamos.
-Vols riure una estoneta? –de repente estoy animada.
-A veure…
Le cuento que hace dos días seguí al Paseante. Como me tenía mosca con sus sonrisas, sus suspiros, sus camisas estampadas y su billete de avión rumbo a Maracaibo llegué a la conclusión de que tenía que saber más. Até a Bruc con la excusa de su paseo matinal. El Paseante no caminaba, se balanceaba. Compró el Ara y se encaminó para leerlo sentado en su banco favorito del Turó Parc. Aquel que está junto al estanque. Esperé pacientemente, vigilando que Bruc no me delatara con sus ladridos. El futuro brasileño se tomó su tiempo. Cuando se cansó de leer, limpió los cristales de sus gafas con el delantero de su camisa floreada y siguió la marcha. Para mi sorpresa entró en una farmacia. Él, que en su vida se ha tragado ni un mísero ibuprofeno…Yo le miraba desde fuera, alargando el cuello para ver qué diantre envolvía el farmacéutico. Éste le hablaba al Paseante como si le aconsejara, señalando con el dedo tres cajas blancas. El Paseante asentía con la cabeza baja. Sí, sí, sí. Parecía impaciente por pagar. Guardó el paquete en el bolsillo derecho del pantalón y salió. Yo me oculté detrás de un árbol y esperé para que llegara a la residencia antes que yo.
-Quines pastilles va comprar? –me pregunta el Veí.
-Viagra. Les pastilletes blaves, ja saps.
-Ni idea, no em calen…
-Cony, no et calen perquè ja no fas res de res, com jo.
-Com ho saps?
-Cony, sembla mentida…si a mi no se m’escapa res del que passa a la resi.
-Sí, t’he fet una pregunta ben absurda…
-Bé, però el millor de tot està per venir…Ahir vaig comprar per internet jo també…I avui ja ho tinc a casa. He comprat tres capces de Piagra. Són de fabricacio xinesa, ja m’entens…
El Veí abre los ojos y asiente.
-Piagra per Viagra…El que donaria per veure la cara del carallot quan vegi que les pastilletes blaves no li funcionen…Ha, ha, ha. Ja té raó la Violette quan diu: ets la pera, Emily!
Los dos nos hemos animado. Finalmente el Veí se levanta para estirar las piernas. Parece querer abandonarme. Nos despedimos con dos besos. Da unos pasos y se gira para hablarme de nuevo.
-Què n’has fet de les pastilles bones?
Me pongo la mano en el bolsillo y saco un puñado de pastillas azules. Se las muestro con una sonrisa.
-No creus que és una llàstima no fer-les servir?
-És una proposició indecent, Veí? Finalment t’has decidit?
-Dona…si no tens res millor…
-Ves a dalt i espera’m. Vaig a buscar aigua...
Me quedo pensando. Tres cajas de viagra a 50 pastillas por caja: 150 pastillas azules. Una locura. Al fin sexo, por compasión, o no.
Os diré que Violette y Rita llevan dos meses viajando por la Índia en busca de Lahiri Mahayasa, el gurú de Yogananda. Tanta práctica de yoga y comida macrobiótica no podía llevar a nada bueno. En fin, que las echo de menos. Al menos sin Violette puedo fumar tranquilamente en la biblioteca. Me mandaba a chupar mis pestilentes cigarritos liados al jardín. Lloviera, nevara o cayera un sol que ajusticiara. Me pregunto cómo se lo hace Rita para fumar si comparten habitación allá donde estén. Preguntas como éstas me angustian.
Fra Miquel tiene lo que él llama un bajón de fe. A su edad, padre…Pasadas las últimas navidades, se fue al Desierto de las Palmas en busca de respuesta. Supongo que está bien. ¿Qué cómo lo sé? Porque cuando se fue registré su habitación: había dejado el cilicio en el cajón de su mesita de noche y se había llevado un cargamento de extrañas bolsitas de colorines made in Finlandia compradas unos días antes de su marcha en internet. No pude averigüar para qué eran porque oí los pasos renqueantes del Paseante y por poco me pilla in fraganti. Hubiera tenido que aguantar una charla del estilo: mira que te lo tengo dicho, Emily. No se hurga en cajones ajenos…
Ahora el jardín presenta un aspecto lamentable. Y hemos dejado de comer hortalizas frescas de la huerta. Ni el Veí ni el susodicho Paseante han querido hacerse cargo de él. Alegan alergia y lumbago respectivamente. Lumbago…ya te daré yo, Paseante. Pero yo cada día le doy de comer a la carpa del estanque. Me ofrecí voluntaria durante el tiempo que Fra Miquel se ha tomado de retiro. La cuido bien. Le guardo el pan seco y algún que otro mosquito que logro atrapar para ella.
Troyana es de las nuevas. Llegó a la residencia con un cargamento de películas de su época de directora de cine. En blanco y negro y subtituladas. Suerte que cuando nos invita a verlas, a mí me hace efecto la pastilla que me tomo para dormir y echo una cabezadita. Lo peor de todo es que cuando me voy a la cama no hay quien duerma. Es el momento MK. ¿Han probado de lograr el sueño cuando una pareja ha decidido amarse justo en el momento de cerrar los ojos? Ñic, ñic, ñic, ñic. Es insoportable. De nada me sirve golpear la pared con los nudillos, con la ayuda del tacón de un zapato o aporrear su puerta para protestar: son sordos los dos. ¡Así cualquiera! Lo peor de todo es que me siento fatal por protestar. Es muy duro que ella y su nórdico practiquen sexo mientras una pasa la mano por la pared. Yo no tengo sexo ni por compasión. Y lo echo de menos, vaya si lo echo de menos. Aunque acabo de cumplir 75 años hay una parte de mí que aún sigue despierta y no es el cerebro precisamente…
Como ya os he contado, ahora viven con nosotros una pareja de científicos: Xurri y Ferni. Están empeñados en demostrar el efecto beneficioso de los rayos gamma sobre las neuronas. Y como necesitaban cobayas para probarlo, nos ofrecimos voluntarios. Creo que la culpa de todo mi malestar físico es el jugo de pepinos que nos dan en ayunas para contrarrestar los posibles efectos adversos de sus rayos gamma. Aunque la mascarilla de pepino que prepara ella en la cocina me va de perlas para la piel.
Ahora sólo me queda hablar del tándem formado por el Veí y el Paseante.
El Paseante está raro. Bueno, siempre lo ha sido, pero ahora más. ¿Qué cómo lo sé? Porque por primera vez en lo que llevamos de convivencia, cada uno en su habitación, of course, se le ve feliz. Y no soy la causa de su felicidad, no, ¡joder! La causa de su repentina felicidad no es una viejita, no. Es una brasileña de pechos turgentes. ¡Qué cómo lo sé? Pues a los hechos me remito: ya no cojea. Ha dejado de fumar. Se compra camisas playeras. Toma el sol en la terraza para que “ella” le vea saludable cuando por fin se encuentren. Estoy destrozada. Tan destrozada que de momento dejo la crónica por hoy y salgo al jardín para dar de comer a la carpa y fumarme un cigarrito. Hace sol. Me siento en el borde de piedra del estanque y juego con Bruc. Aún le sigue gustando que le tire su pelota de tenis. Como un tontito. Ha envejecido, como yo. Se me escapan unas lágrimas de pena y me lame la cara. Está tan concentrado en su labor que no se da cuenta de que el Veí se ha unido a nosotros para hacernos un poco de compañía.
-Com anem?
-Nem fent…
-Ja ha marxat el carallot?
-Avui se’n va…
-Lia’m una cigarreta d’aquestes teves. La necessito.
-Si que estàs malament tu també…
El Veí calla. Callamos.
-Vols riure una estoneta? –de repente estoy animada.
-A veure…
Le cuento que hace dos días seguí al Paseante. Como me tenía mosca con sus sonrisas, sus suspiros, sus camisas estampadas y su billete de avión rumbo a Maracaibo llegué a la conclusión de que tenía que saber más. Até a Bruc con la excusa de su paseo matinal. El Paseante no caminaba, se balanceaba. Compró el Ara y se encaminó para leerlo sentado en su banco favorito del Turó Parc. Aquel que está junto al estanque. Esperé pacientemente, vigilando que Bruc no me delatara con sus ladridos. El futuro brasileño se tomó su tiempo. Cuando se cansó de leer, limpió los cristales de sus gafas con el delantero de su camisa floreada y siguió la marcha. Para mi sorpresa entró en una farmacia. Él, que en su vida se ha tragado ni un mísero ibuprofeno…Yo le miraba desde fuera, alargando el cuello para ver qué diantre envolvía el farmacéutico. Éste le hablaba al Paseante como si le aconsejara, señalando con el dedo tres cajas blancas. El Paseante asentía con la cabeza baja. Sí, sí, sí. Parecía impaciente por pagar. Guardó el paquete en el bolsillo derecho del pantalón y salió. Yo me oculté detrás de un árbol y esperé para que llegara a la residencia antes que yo.
-Quines pastilles va comprar? –me pregunta el Veí.
-Viagra. Les pastilletes blaves, ja saps.
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-Com ho saps?
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-Sí, t’he fet una pregunta ben absurda…
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El Veí abre los ojos y asiente.
-Piagra per Viagra…El que donaria per veure la cara del carallot quan vegi que les pastilletes blaves no li funcionen…Ha, ha, ha. Ja té raó la Violette quan diu: ets la pera, Emily!
Los dos nos hemos animado. Finalmente el Veí se levanta para estirar las piernas. Parece querer abandonarme. Nos despedimos con dos besos. Da unos pasos y se gira para hablarme de nuevo.
-Què n’has fet de les pastilles bones?
Me pongo la mano en el bolsillo y saco un puñado de pastillas azules. Se las muestro con una sonrisa.
-No creus que és una llàstima no fer-les servir?
-És una proposició indecent, Veí? Finalment t’has decidit?
-Dona…si no tens res millor…
-Ves a dalt i espera’m. Vaig a buscar aigua...
Me quedo pensando. Tres cajas de viagra a 50 pastillas por caja: 150 pastillas azules. Una locura. Al fin sexo, por compasión, o no.
sábado, 21 de mayo de 2011
domingo, 15 de mayo de 2011
LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO
jueves, 5 de mayo de 2011
lunes, 25 de abril de 2011
UN VEÍ ENTREMALIAT
Ell és l’únic que entén les meves contínues bromes, a vegades fora de lloc, ho reconec. M’ho permet tot, com a nena malcriada que sóc. Tot m’ho perdona: quan li envio fotos picants, quan rep mails que em dóna per escriure el dia universal de l’amor, quan el deixo lligat dues setmanes en una habitació i m’enduc la clau que obre la porta, quan l’imagino fent un programa nocturn de sexe a la tercera edat.
Quan sembla que ja no escriuré més, em proposa un joc. I com m’agrada jugar, li dic que sí. Li conto que quan em poso el vestit negre faig malifetes i acabo al lavabo del Morrysom amb els ulls embenats. Em demana que comenci a escriure una història veïnal; encara no és a la porta dient-me adéu i ja la tinc pensada. Em fa l’encàrrec de buscar un llibre per a Sant Jordi i ja el tinc comprat.
A canvi, em fa regals que arriben per correu ordinari amb una nota amable, com és ell. O m’escriu apunts on suposadament parla de mi, tot i que no ho vol reconèixer… Crec que m’estima, a la seva manera i a mi ja em va bé. Jo també l’estimo a la meva manera. Li vaig donar el personatge del barber periodista, que tots els qui em llegiu coneixeu. I el vaig imaginar com a Robert Mitchum.
Fa dies que li dec un post, d’aquells meus, on escric tot el que em passa pel cap i on sempre li dono el pitjor paper. És una continuació de Blogville crepuscular. Demà m’hi poso… Espero que em perdoni. Aquesta vegada estem junts a la mateixa habitació, i em quedo…
jueves, 14 de abril de 2011
PRIMEROS PASOS
Parece que, a partir de ahora, si quiero un beso, tendré que ganármelo. Lo que significa que tengo que estar permanentemente de buen humor y contarle una historia bonita que me pase cada día antes de ir a dormir, como Sherezade. Si no hay relato, no hay beso. Lo que me faltaba…
Pues allá voy: ayer, y como todos los días, salí con la niña rubia a pasear. La llevé al rompeolas y nos sentamos junto a dos parejas de jubilados en un banco frente al mar. La pequeña se entretuvo mirando las olas en su volver a la playa. Fui testigo mudo de la conversación de los ancianos y sólo sonreía de vez en cuando. Al final, y después de anécdotas de pesca de pulpo y doradas, una de las mujeres dijo: “sigamos paseando, que si esta joven nos entendiera, pensaría lo locos que estamos los catalanes”. Me habían tomado por una extranjera. La otra mujer le respondió: “¿y cómo sabes que no te entiende?”. Al final me reí y les aclaré que también yo era catalana. La niña rubia se giró y las miró. Las mujeres exclamaron: “què maca!, gaudeix-ne, que aquests anys passen volant…”. Les dije que era su tía y después de darles la razón, cogí a la niña en brazos y me despedí de los jubilados catalanes para seguir con nuestro paseo. Nos cruzamos con un hombre al que le acompañaban una pareja de perros salchicha que nos ignoraron. De regreso a casa me encontré con una conocida y su perro alargado. Nos pusimos al día de nuestras vidas y nos despedimos. El pueblo junto al mar donde paso la mitad del día, tiene el porcentaje más alto de perros salchicha de la comarca, para alegría nuestra. Ocupé mi tarde arreglando el pelo del setter que vive conmigo su jubilación. Como Bruc se puso celoso, también él tuvo su sesión de peluquería canina.
Hoy ha sido más o menos lo mismo, paseo y charlas al azar con gente que no conozco. Pero, de regreso a casa, me ha llamado Sumpta, mi hermana mayor. Me ha contado que ya está de vacaciones, que mañana hará cambio de armario y que apartará los vestidos de algodón de su hija para que yo pueda comenzar su colcha de patchwork hecha con las prendas de su infancia. La semana que viene nos veremos. La llevaré a una tienda de delicatessen donde venden huevos de pascua Fabergé. Igual hasta me animo y compro uno para mí.
Por la tarde una llamada telefónica ha interrumpido mi siesta junto a Bruc. Era mi hermano. Estaba eufórico. Nuestra niña rubia ya anda sola. Me ha contado que la pequeña ha enderezado su espalda y ha mantenido el equilibrio, tan fácil como esto. Ya no hay marcha atrás. Mañana espero que me reciba caminando, como años atrás hizo mi hija, como hizo Javito y Luigi. Como hizo la niña de rizos morenos, la que tendrá su colcha de retales de su infancia para que me recuerde cuando se vaya a estudiar a la gran ciudad. Quizá allí estaré yo, esperándola.
Mañana espero encontrar a la vecina de al lado, la que me pregunta sobre los progresos de la niña rubia, para decirle que ya camina. Seguro que me contesta: ¿ya habla?. Y habrá que joderse de nuevo…
Por cierto, mi hermano me ha avisado que encontraré una caja con gusanos de seda. Me ha pedido que recoja hojas de morera para su alimentación. Lo que me faltaba. No tengo suficiente con dar papillas a su peque y cuidar de su setter jubilado. Ahora tendré que encaramarme a los árboles en busca de hojas tiernas para sus gusanos de seda, mientras la niña rubia me mirará con ganas de imitarme. Pero lo de subir a los árboles, ya se andará, pequeña. Entretanto, que tu madre reserve tus vestidos de algodón. Para que un día puedas envolverte con tu colcha de patchwork y te acuerdes de la boba de tu tía. La que te cuidaba en los días marítimos. La que debe contar cada noche una historia antes de irse a dormir si quiere ganarse un beso…
jueves, 7 de abril de 2011
DÍAS MARÍTIMOS
Hoy, en mi paseo diario junto a la niña rubia, nos hemos detenido un momento para mirar la obra de un pintor aficionado. Ya lo habíamos visto otras veces dibujando el paseo marítimo pero hoy, me he atrevido a curiosear. No le ha importado, al contrario. Me ha preguntado qué me parecía el cuadro. He tardado un minuto en contestar y al final le he dicho: “da paz”. El hombre se ha quedado pensativo y me ha respondido: “sí, es lo que siento yo estos días”. He sonreído y hemos continuado nuestro paseo hasta el final, cruzando con el cochecito el puente de madera y metal que hay frente a un restaurante.
Cada día, la niña y yo buscamos un recorrido diferente. Un día me da por buscar el lugar donde hagan el mejor croissant y nos sentamos en la plazoleta que hay frente al mar para comérnoslo. A ella le doy una patita y yo me como el resto. Luego, y si tenemos ganas, le mandamos un sms a un amigo. A la niña le dejo apretar la tecla de enviar (ahora está en fase apretar botones de ascensor y teclas). Otro me pierdo expresamente en el barrio marinero, buscando las casas blancas con geranios en los balcones, abiertos para dejar entrar el aire fresco. Como cada día, nos cruzamos con la señora a la que acompaña un perro salchicha, tan altivo como Bruc. La niña rubia lo señala con el dedo. Por suerte le gustan los perros, como a mí. Luego nos cruzamos con la pareja que hace footing. Seguidamente aparece la anciana a la que le gusta pararse un ratito para descansar y aprovecha para hablarme. Hace dos semanas me dijo que la niña se parecía a mí. Yo le aclaré que no era su madre, pero que era su tía. La mujer vio que había metido la pata, ya que la pequeña y yo no nos parecemos en nada. Ella es rubia y yo morena y difícilmente hubiera salido alguien rubio como ella a no ser que el padre fuera un nórdico, cosa improbable. Continuó la conversación y me explicó que en su juventud había estado al cuidado de cinco niños, y que la querían más a ella que a sus propios padres. Que un día los progenitores de la numerosa prole se fueron de viaje y ella y los niños no se acordaron para nada de ellos. Al contrario, cuando regresaron los ignoraron y se agarraron a las faldas de su tata para que no se fuera sin ellos. La vida es así.
Hoy me he decidido por bajarla a la playa. La he vestido de niña, la he peinado con dos coletas y hemos caminado empujando el cochecito de bebé hasta dar con el puente que nos gusta. Antes he cogido unas margaritas y he adornado su cabello con ellas. Yo, que prefería a los chicos antes que a las chicas, ahora peino coletas y prendo flores en ellas. Cuando le cuento a mi amiga la Bruji lo guapa que es la niña me recuerda con sorna: “ui sí, la que quería un niño…” y me callo dándole la razón, con lo que me cuesta…En fin.
Regresamos a casa cuando el sol empieza a picar y nos paramos por última vez para arrancar una mata de romero. Y como tengo un refrán para cada ocasión le digo a la niña: quien va al campo y no coge romero, no tiene amor verdadero. Por si las moscas, arranco una rama para mí. Antes de entrar en casa vemos a la vecina de al lado esperándonos. También le gusta hablar y me pregunta sobre los progresos de la pequeña. ¿Ya anda? ¿ya le han salido los dientes? Y le muestro orgullosa los cuatro dientes de leche que ya asoman. La mujer me hace una observación al ver que los dos incisivos superiores están ligeramente separados: “dientes de mentirosa”. Y se queda tan ancha. Hay que joderse…
Hoy hemos dibujado corazones en la arena para que el mundo sepa que nos queremos.
domingo, 20 de marzo de 2011
DULCES HORAS
Me piden que escriba alguna cosa y yo me empeño en esconderme. ¿A quién puede interesarle que la vida últimamente me esté dando dulces horas? Que casi siempre sonrío y que hago bromas constantemente. Que puedo afirmar que soy feliz y esto me asusta. Hay una persona que me da las dulces horas aunque ella no lo sepa. Que vivo entre pañales y mocos y me agrada. Que me gusta contemplarla cuando duerme y ver que es perfecta. Que es una manzana a la que me gusta oler. Que es mi niña rubia. Y que los meses que vienen seguiran las dulces horas junto a ella.
lunes, 21 de febrero de 2011
lunes, 14 de febrero de 2011
I LOVE YOU, BABY
Per a MK, aquesta cançó
Aprovechando que hoy sólo veo corazones rojos, bombones con relleno de cerezas confitadas (rojas) y que me he levantado tonta, quizá porque sopla el ventdedalt, os hago una pregunta.
Un día le pregunté a un amigo qué música se pondría para hacer el amor y me contestó: ninguna, para hacer uso del matrimonio, ni música ni velas ni collonades... Le pregunté lo mismo a mi chica silenciosa y me dijo: bueno, al principio música sí, pero luego la apago que me desconcentra...
Bueno, os pregunto lo mismo. Os pido una canción. Yo ya la tengo...Si veis a Cupido, dadle mi dirección, ya sabeis, rumbo sur...
Y para después, esta:
lunes, 7 de febrero de 2011
miércoles, 2 de febrero de 2011
SÁBADO POR LA TARDE
Hoy me he programado una tarde de sábado ni que estemos a miércoles. Consiste en:
buscar una canción melancólica, ir mirando como oscurece sin encender ninguna lámpara, dejar pasar los minutos acostada en el sofá oyendo la respiración de los perros que ya duermen con el estómago lleno y pensar.
Y el pensamiento me ha llevado a una tarde de sábado de hace muchos años, cuando mis tres hermanos y yo éramos aún niños. Mi hermana Sumpta me llevó con ella a jugar a casa de su amiga Janín. Allí estaba J. uno de los dos hermanos de la amiga de mi hermana. Jugaba tirado en el suelo con unas bolas atadas a un cordel, el juguete de moda en aquel tiempo. Y él se dedicó a gritarle al mundo que me quería, que yo era su novia. No tenía ni idea. Y me enfadé. J. murió hace años y yo le he recordado en esta tarde de invierno. Quizá porque hace frío, quizá porque oscurece lentamente. Quizá porque la hora violeta es mi hora preferida, en que se apaga la luz del día y las casas se iluminan con la luz de las lámparas. En todas las casas menos en la mía. Porque hoy es sábado por la tarde y estoy melancólica. Gorrioncito qué melancolía…
jueves, 27 de enero de 2011
IL CAMMINATORE DISPERATO
La sala donde se celebraba el juicio estaba abarrotada de gente. El aire acondicionado no funcionaba y las aspas de los ventiladores no daban abasto para renovar un aire que se hacía cada vez más irrespirable. De fondo sonaba una banda sonora: el vocerío fruto del nerviosismo de un público que esperaba con impaciencia el veredicto. El hombre al que se juzgaba era El Paseante. La víctima de sus fechorías, la encantadora vecina de Blogville, Emily. La mujer presentaba un aspecto abatido. Delgada, pálida y ojerosa. El aspecto del acusado también dejaba que desear. Permanecer entre rejas durante los seis meses en los que se le había aplicado la prisión preventiva antes del juicio, habían hecho mella en un cuerpo en que, antaño, había sido rotundo y joven. La envidia del mismísimo Veí de Dalt. Ahora, la víctima y el acusado apenas recordaban cómo la vida de ambos había tomado un camino sin retorno.
Todo empezó un 31 de enero de 2007. El Paseante le había preguntado a Emily si tenía blog. Como la intención de la mujer era seducirlo, inaguró uno. Aquí empezó su desgracia, y con ella la de El Paseante. Durante cuatro largos e interminables años, el caminante sin rumbo fijo alentaba a su aprendiz a escribir y publicar. Lo que empezó como un juego de seducción, acabó en un intento de asesinato y una novela negra. Para ella, él era su maestro. Y como decía Rosita, la abuela de Emily, “desgraciado el alumno que no aventaje a su maestro”. A día de hoy el futuro pintaba negro para El Paseante. Ahora esperaba, decaído, el veredicto y la sentencia.
El público que asistía al juicio estaba formado en su mayoría por mujeres. Emily las llamaba maliciosamente “bragas mojadas”. Tal era el efecto que causaba en ellas las publicaciones nocturnas de El Paseante en su cuaderno personal. Pero el blog del camminatore disperato corría un serio peligro si el veredicto era de culpabilidad…
EL juez sacó un pañuelo del bolsillo de su toga y secó el sudor de su frente. El jurado llevaba cinco horas deliverando. Cuando por fin se abrió la puerta de la sala contigua a la de juicios se hizo el silencio. Uno de los jurados llevaba en sus manos un sobre cerrado. El resto le seguía con la mirada puesta en el suelo. Aquello no presagiaba buenas noticias para El Paseante. El responsable de entregar la nota con el veredicto se acercó al juez. Éste se puso las gafas para ver de cerca, rompió el sobre y lo leyó. Dio tres golpes de maza e instó al público para que se levantara. Todo el mundo obecedeció. Todos menos Emily y El Paseante.
-Que el acusado y la víctima se pongan en pie –ordenó contrariado el juez.
Los dos se levantaron de sus asientos y se miraron en señal de despedida. El Paseante respiró profundamente y se dispuso a escuchar.
-¿Cuál es el veredicto? –preguntó el juez al jurado número uno. Él ya conocía la respuesta.
-Culpable, señoría.
Un largo murmullo recorrió la sala. El desconsuelo de las mujeres era perceptible. Dos de ellas se desvanecieron lo que provocó aún más el desconcierto en la sala. El abogado de la acusación felicitó a Emily con un abrazo y un beso en la mejilla. Era Miquele Fratello, apodado “el lince” por sus compañeros de profesión. Ella permaneció impasible. Todo había acabado.
-Paseante, le condeno a seis años de trabajos forzados en la isla de Nantucket. Se le privará de cualquier contacto con el exterior, de acceso a internet y se le negará cualquier contacto con mujeres hasta que demuestre signos de arrepentimiento. Si esto sucediera, se le revisará la condena siempre y cuando la víctima exprese su consentimiento para dicho fin.
Todo empezó un 31 de enero de 2007. El Paseante le había preguntado a Emily si tenía blog. Como la intención de la mujer era seducirlo, inaguró uno. Aquí empezó su desgracia, y con ella la de El Paseante. Durante cuatro largos e interminables años, el caminante sin rumbo fijo alentaba a su aprendiz a escribir y publicar. Lo que empezó como un juego de seducción, acabó en un intento de asesinato y una novela negra. Para ella, él era su maestro. Y como decía Rosita, la abuela de Emily, “desgraciado el alumno que no aventaje a su maestro”. A día de hoy el futuro pintaba negro para El Paseante. Ahora esperaba, decaído, el veredicto y la sentencia.
El público que asistía al juicio estaba formado en su mayoría por mujeres. Emily las llamaba maliciosamente “bragas mojadas”. Tal era el efecto que causaba en ellas las publicaciones nocturnas de El Paseante en su cuaderno personal. Pero el blog del camminatore disperato corría un serio peligro si el veredicto era de culpabilidad…
EL juez sacó un pañuelo del bolsillo de su toga y secó el sudor de su frente. El jurado llevaba cinco horas deliverando. Cuando por fin se abrió la puerta de la sala contigua a la de juicios se hizo el silencio. Uno de los jurados llevaba en sus manos un sobre cerrado. El resto le seguía con la mirada puesta en el suelo. Aquello no presagiaba buenas noticias para El Paseante. El responsable de entregar la nota con el veredicto se acercó al juez. Éste se puso las gafas para ver de cerca, rompió el sobre y lo leyó. Dio tres golpes de maza e instó al público para que se levantara. Todo el mundo obecedeció. Todos menos Emily y El Paseante.
-Que el acusado y la víctima se pongan en pie –ordenó contrariado el juez.
Los dos se levantaron de sus asientos y se miraron en señal de despedida. El Paseante respiró profundamente y se dispuso a escuchar.
-¿Cuál es el veredicto? –preguntó el juez al jurado número uno. Él ya conocía la respuesta.
-Culpable, señoría.
Un largo murmullo recorrió la sala. El desconsuelo de las mujeres era perceptible. Dos de ellas se desvanecieron lo que provocó aún más el desconcierto en la sala. El abogado de la acusación felicitó a Emily con un abrazo y un beso en la mejilla. Era Miquele Fratello, apodado “el lince” por sus compañeros de profesión. Ella permaneció impasible. Todo había acabado.
-Paseante, le condeno a seis años de trabajos forzados en la isla de Nantucket. Se le privará de cualquier contacto con el exterior, de acceso a internet y se le negará cualquier contacto con mujeres hasta que demuestre signos de arrepentimiento. Si esto sucediera, se le revisará la condena siempre y cuando la víctima exprese su consentimiento para dicho fin.
El juez volvió a dejar caer la maza tres veces seguidas y dio por terminado el juicio.
El Paseante pensó que, si él fue un pequeño clavo, el martillo con el que le dieron debía ser de Sansón. Dos policías fueron los encargados de llevarse esposado al camminatore disperato. Cuando pasó junto a Emily, la miró. Ella hizo lo mismo y una lágrima furtiva recorrió su mejilla.
-Paseante, vendré a verte –dijo Emily entre sollozos. Sabía que si convencía al alcaide del penal de Nantucket, éste le dejaría tener un vis à vis con El Paseante. Y de paso le llevaría una pareja de periquitos para hacerle compañía. Con un poco de suerte podría acabar escribiendo un tratado de ornitología como Burt Lancaster en El hombre de Alcatraz.
El público fue abandonando sus asientos y en pocos minutos la sala quedó vacía. Sólo un hombre permanecía sentado sonriendo mientras se limaba las uñas de las manos.
-Has estado impresionante. Una actuación digna de Greta Garbo. La pobre y desdichada Emily…-dijo sonriente El Veí de Dalt a su chica. Él había contratado al “lince” para que se encargara de la acusación. Ahora ambos, con El Paseante en chirona, reinaban por fin en Blogville. El camminatore disperato ya era historia.
La pareja salió del edificio por la puerta de atrás con el fin de dar esquinazo a los buitres de la prensa. Subieron al auto negro que les esperaba en el callejón. Ya en su interior, Emily encendió un cigarrillo y exhaló el humo hacia el techo. Se arrellanó en el asiento y sonrió al nuevo rey. Éste puso una mano sobre el muslo de la mujer con la intención de ir subiendo poco a poco hasta alcanzar lo que tanto había ansiado. Llevaba demasiado tiempo esperando este momento. Pero Emily detuvo su gesto con un:
-Si has esperado cuatro años, unos minutos más no te supondran ningún problema. Espera a que lleguemos al hotel y te subiré al séptimo cielo…
El Paseante pensó que, si él fue un pequeño clavo, el martillo con el que le dieron debía ser de Sansón. Dos policías fueron los encargados de llevarse esposado al camminatore disperato. Cuando pasó junto a Emily, la miró. Ella hizo lo mismo y una lágrima furtiva recorrió su mejilla.
-Paseante, vendré a verte –dijo Emily entre sollozos. Sabía que si convencía al alcaide del penal de Nantucket, éste le dejaría tener un vis à vis con El Paseante. Y de paso le llevaría una pareja de periquitos para hacerle compañía. Con un poco de suerte podría acabar escribiendo un tratado de ornitología como Burt Lancaster en El hombre de Alcatraz.
El público fue abandonando sus asientos y en pocos minutos la sala quedó vacía. Sólo un hombre permanecía sentado sonriendo mientras se limaba las uñas de las manos.
-Has estado impresionante. Una actuación digna de Greta Garbo. La pobre y desdichada Emily…-dijo sonriente El Veí de Dalt a su chica. Él había contratado al “lince” para que se encargara de la acusación. Ahora ambos, con El Paseante en chirona, reinaban por fin en Blogville. El camminatore disperato ya era historia.
La pareja salió del edificio por la puerta de atrás con el fin de dar esquinazo a los buitres de la prensa. Subieron al auto negro que les esperaba en el callejón. Ya en su interior, Emily encendió un cigarrillo y exhaló el humo hacia el techo. Se arrellanó en el asiento y sonrió al nuevo rey. Éste puso una mano sobre el muslo de la mujer con la intención de ir subiendo poco a poco hasta alcanzar lo que tanto había ansiado. Llevaba demasiado tiempo esperando este momento. Pero Emily detuvo su gesto con un:
-Si has esperado cuatro años, unos minutos más no te supondran ningún problema. Espera a que lleguemos al hotel y te subiré al séptimo cielo…
Ya en la habitación del Regàs, el lugar ideal para proporcionar un alojamiento íntimo y discreto para parejas sedientas de amor, el Veí empezó a desvestirse. Emily le pidió que se dejara la ropa interior puesta, ya que le gustaba ser a ella quien se la quitara lentamente. Sabía que aquello hacía enloquecer a los hombres. Él la complació y se tumbó en la cama dejándose puestos los calzoncillos y la camiseta imperio con la que cubria su torso velludo.
-Tengo una sorpresa –dijo Emily con picardía-. ¿A que no adivinas qué le he quitado a uno de los policías?
Ella extrajo unas esposas de su bolso, se subió a horcajadas sobre el hombre y le ató al cabecero de la cama. El Veí se sintió indefenso y pensó que algo no andaba bien cuando ella se bajó del lecho, se sentó en el sofá de cuero y encendió con calma otro de sus pitillos. Unos golpes sonaron en la puerta.
-¡Abran a la policía!
Emily se dirigió a la puerta y abrió.
-Joder, has tardado. Un poco más y…
Miquele Fratello sonrió y la besó.
-Perdona, no encontraba aparcamiento para la moto y no quería entrar en el párquing con ella –el abogado dejó caer su casco sobre la cama y miró al infeliz que permanecía atado a ella. Ahora, con El Paseante y El Veí fuera de juego, él sería el nuevo rey de Blogville. Y Emily sería su reina.
Cuando se cerró la puerta tras ellos, dejándole abandonado, El Veí gritó:
-¡Paseanteeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!
-Tengo una sorpresa –dijo Emily con picardía-. ¿A que no adivinas qué le he quitado a uno de los policías?
Ella extrajo unas esposas de su bolso, se subió a horcajadas sobre el hombre y le ató al cabecero de la cama. El Veí se sintió indefenso y pensó que algo no andaba bien cuando ella se bajó del lecho, se sentó en el sofá de cuero y encendió con calma otro de sus pitillos. Unos golpes sonaron en la puerta.
-¡Abran a la policía!
Emily se dirigió a la puerta y abrió.
-Joder, has tardado. Un poco más y…
Miquele Fratello sonrió y la besó.
-Perdona, no encontraba aparcamiento para la moto y no quería entrar en el párquing con ella –el abogado dejó caer su casco sobre la cama y miró al infeliz que permanecía atado a ella. Ahora, con El Paseante y El Veí fuera de juego, él sería el nuevo rey de Blogville. Y Emily sería su reina.
Cuando se cerró la puerta tras ellos, dejándole abandonado, El Veí gritó:
-¡Paseanteeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!
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