domingo, 22 de febrero de 2009

LOVE FOR SALE ¿Quién está dispuesto a pagar el precio de un viaje al paraíso?


Vuelvo a casa. Tranquilízate. Pongo la llave en el contacto y arranco el coche. Enciendo un cigarrillo y dejo que se consuma en el cenicero del coche. Hoy los trece kilómetros que me separan del apartamento se me hacen eternos. Sólo deseo acostarme en mi cama y dormir profundamente. Mañana ya pensaré en todo ello. En lo que ha significado volver a encontrarle después de tantos años. En todo lo que me ha dicho mientras hemos compartido un cigarrillo.

La imagen que me devuelve el espejo del ascensor me desagrada. Soy patética. ¿A qué has jugado? ¿Cómo has sido capaz? Pero no quiero pensar más. Intentaré olvidar lo que he hecho esta noche y mañana mi vida volverá a ser como antes. Sólo que hoy tengo día de descanso y no sé cómo voy a ocuparlo. Quizás invito a Dani a comer. Necesito contarle a alguien lo que ha pasado. Y ahora sólo le tengo a él.

Entro en mi apartamento. El perro sueña dormido en el sofá y ni siquiera levanta la cabeza para saludarme. Me siento junto a él para descalzarme. Mis piernas lo agradecen. Acaricio al perro y le beso.

Me dirijo a la habitación y oigo el respirar de alguien que duerme profundamente en mi cama. Es Dani. Me acerco a él y despeino su cabello para despertarle. Despierta, vamos, es hora de irte a tu casa. Abre los ojos y me mira somnoliento.

- Te estaba esperando. Hoy he tenido el presentimiento de que harías una tontería.
- No te preocupes, sólo he salido con los del trabajo.
- ¿Vestida así?
- Venga, soy una mujer y a veces me comporto como tal.

Me acuesto a su lado. Él no se mueve. Coge mi mano y la acerca a su cara.

- Siempre me han gustado tus manos.

"Amor en venta, joven y apetitoso. Amor en venta, amor fresco. Y todavía sin estropear. Amor en venta, sólo ligeramente mancillado. Amor en venta. ¿Quién quiere comprar? ¿Quién desea catar mi oferta? ¿Quién está dispuesto a pagar el precio de un viaje al paraíso? Amor en venta. Que los poetas canten al amor, a su infantil manera. Yo conozco todos los amores que hay, mucho mejor que ellos. Si queréis conocer la emoción del amor, yo he pasado por el molino del amor. Del amor viejo, del amor nuevo. De todos los tipos del amor, menos del verdadero. Amor en venta. Si quieres comprar mi mercancía, sígueme por las escaleras. Amor en venta".
Cole Porter

jueves, 12 de febrero de 2009

LOVE FOR SALE la continuación


Per a Joan


Cada primeros de diciembre la misma historia. La empresa organiza una cena para agradecernos lo bien que trabajamos y hacernos ver lo felices que somos trabajando para ella. Se supone que somos afortunados. Nos juntan a todos en una furgoneta mercedes vito como a unos imbéciles y nos llevan a un restaurante de La Pineda. Y acabamos en una discoteca con una fiesta organizada exclusivamente para sus trabajadores.

Este año he decidido ir conduciendo mi propio vehículo. Para ahorrarme la sórdida fiesta que viene tras a la cena. Solemos acabar bailando completamente borrachos y totalmente desinhibidos. En la mano, un vaso medio vacío cuyo contenido suele acabar directamente sobre la pista. Lo que contribuye a los resbalones y a las consiguientes risas de los colegas.

Cuando llega el momento del juego de las sillas, justo en ese instante, yo desaparezco. Para evitar que me toque el premio de la chica ligera de ropa sentada a horcajadas sobre mí y tener que explicárselo luego a mi mujer.

Este año han reservado la cena en una brasería situada en la carretera de la costa. Llego con el tiempo justo de buscar la mesa en la que se sientan mis compañeros y me limito a mirar con desgana el menú que ofrecen. Me decido por el solomillo acompañado de verduras braseadas. Justo en el momento que levanto la mirada para pedir mi cena a la camarera, la veo. Me ajusto bien las gafas para ver mejor y creo que es ella. Hace veinte años que no nos vemos. Se mueve con ligereza entre las mesas, cargada con tres platos en cada brazo, como si se tratara de la cosa más natural del mundo.

Está concentrada en su trabajo y no dedica ni una sola mirada a los clientes. Con suerte, no reparará en mí. Me sirvo una copa de vino y me dedico a observarla. Físicamente está igual o al menos lo parece de lejos. Quizás un poco más delgada de cuando la conocí. Lleva el mismo peinado corto que tanto la favorecía, sólo que ahora un ligero flequillo a la moda cubre su frente.

Apenas toco la comida. Aparto con el tenedor lo que me gusta de lo que no y acabo comiendo solamente la carne. Ya he llenado cuatro veces mi copa para estar preparado por si en una de sus miradas, sus ojos se cruzan con los míos y me reconoce.

Hace veinte años se bajó de mi coche y se despidió con un “te deseo toda la suerte del mundo, pero no vuelvas a llamarme nunca más”. Con una gran frialdad acabó la relación que había empezado nueve meses atrás. No intenté retenerla. Había llegado el momento que tanto temí y nada pude hacer para conservarla. Aún duele recordarlo y me sirvo otra copa.

La cena ha terminado y los compañeros de trabajo están impacientes por abandonar el restaurante y seguir la fiesta en la discoteca. Me escondo entre ellos cuando paso junto a ella y salimos al exterior. Intentan convencerme para que siga con ellos, pero yo me dirijo hasta mi coche y me despido con un “hasta mañana y divertíos”.

Pero vuelvo a entrar en el restaurante y hablo con el encargado. Le pregunto a qué hora suelen acabar sus empleados, pues espero a uno de ellos. El tipo se resiste a darme la información pero le convenzo sacando un billete de número elevado. Lo acepta y me cuenta que a eso de la medianoche y por la puerta trasera del restaurante.

Vuelvo al coche y lo dirijo hacia la parte de detrás. Esperaré a que salga. No pasa ni media hora cuando ella aparece. Saca unas llaves del bolso y se encamina hacia un utilitario. Introduce la llave en la cerradura del coche, arranca y yo hago lo mismo. Evito encender las luces y la sigo. Para mi sorpresa sólo conduce unos metros. Vuelve a aparcar bajo unos pinos, como si quisiera ocultar el coche. Yo hago marcha atrás y vuelvo al mismo lugar donde estaba. Desde allí puedo verla sin que ella me vea.

Pasan los minutos y enciende un cigarrillo. Ha bajado la ventanilla y veo salir el humo del tabaco. Sigue fumando, como veinte años atrás. Ahora abre la puerta del coche y se baja. Me sorprende su nuevo atuendo. Lleva una cazadora estrecha, una falda cortísima y unas botas que le llegan hasta medio muslo. Empieza a caminar hacia la carretera. Decido bajarme del coche y seguirla, mirando de no hacer ruido y que se percate de mi presencia.

Se queda de pie al borde de la carretera y enciende otro cigarrillo. Mi corazón empieza a palpitar desbocado. Corro hacia mi coche, arranco y salgo por la entrada principal del restaurante. Estoy temblando. Me dirijo hacia donde está ella, mirando que otro vehículo no se me adelante. Le hago las luces y me paro en el arcén. Ella me ve y se encamina hacia mi coche seductoramente, balanceándose.

Sólo espero que no me reconozca y que mi aspecto sea lo suficientemente diferente al de aquel chico que ella dejó veinte años atrás. Ahora echo de menos fumar un cigarrillo. Ella me sonríe y abre la puerta del coche. Ya no puedo huir. Lo que haya de ser, será.

miércoles, 11 de febrero de 2009

ESPLENDOR EN LA HIERBA


aunque nada pueda hacer volver la hora
del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos, pues encontraremos
fuerza en el recuerdo

Versos de la Oda:
Intimations of Inmortality de William Wordsworth

domingo, 1 de febrero de 2009

LOVE FOR SALE


Cada día conduzco los 13 kilómetros que me separan de mi apartamento en La Pineda hasta mi lugar de trabajo. Busqué una ocupación que apenas me dejara tiempo libre. Para no tener que pensar en lo poco atractiva que ha sido y es, mi vida. Trabajo de camarera en una brasería. Me gusta el lugar. Está situada en la carretera de la costa, a pocos metros del mar. Y en mis descansos, entre turno y turno de comidas, camino hasta él y me fumo un cigarrillo a solas cuando es temporada baja.

Soy especialista en llevar en cada brazo tres platos grandes de carne a la brasa, con su habitual acompañamiento de verduras braseadas o de patatas fritas o cocidas al estilo alemán. Y si no me han echado aún del trabajo es porque soy rápida y eficiente en él.
Un día me perdonaron una falta grave. Fue durante una de esas cenas de empresa, antes de Navidad. Un tipo se atrevió a meterme mano bajo la camiseta y yo reaccioné embadurnándole la entrepierna con un bote entero de salsa de mostaza.

Mis compañeros de trabajo me llaman la “dura” o la” intocable”. Casi nunca hablo con ellos y menos aún saben de mi vida. Sólo converso con Dani, el hijo adolescente de la portera de la finca donde vivo. Llegué a un acuerdo con él: me saca el perro cuando duermo por la mañana o si mi jornada laboral se alarga demasiado. A cambio, le dejo mi cama si tiene un ligue. Sólo le pedí que no dejara rastro de su paso por el apartamento. Ni de él ni de su chica.

A veces, cuando llego a casa, me espera en la terraza. Nos sentamos en una mecedora, apoyando nuestros pies en la baranda, y bebemos cerveza mientras contemplamos la luna que juega a esconderse entre las ramas de los árboles. Alquilé el apartamento por el pequeño bosque de pinos que hay justo enfrente. Allí es donde mi perro olisquea y arrastra sus orejas por el suelo, seguramente recordando que un día fue joven y su nariz aún servía para el rastreo de una pieza de caza.

En eso se basa mi vida. En mi trabajo, en Dani y sus conversaciones nocturnas y en los paseos ocasionales junto a mi perro. Y en mis cortos desplazamientos en coche por la carretera de la costa. Me gusta la desolación y la sordidez de los apartamentos en invierno. Sólo los habitamos los pocos trabajadores que quedamos del sector turístico y las parejas de jubilados extranjeros que llegaron atraídos por el suave clima.

Pero lo que más me atrae de la carretera son las chicas que trabajan en ella. Y una en especial. Se sitúa cerca del restaurante pero dejando los metros suficientes para evitar que le llamen la atención. Por su aspecto es extranjera. Rubia, delgada y muy joven. Fuma como yo, un cigarrillo tras otro. Viste siempre la misma ropa. Una cazadora estrecha, dejando abierta la cremallera hasta que alcanza el nacimiento del pecho. Una falda corta y unas botas altas, hasta medio muslo. Tiene unas piernas larguísimas, y esa parte del muslo que queda a la vista entre el final de su falda y cuando empiezan las botas, es perfecta. Trabaja desde el mediodía hasta la medianoche, que es cuando un coche la recoge. Día tras día, como yo y sin descansos de fin de semana.

Un día le pregunté a Dani si él me veía trabajando en la carretera. Con su habitual humor adolescente me contestó: bah! Seguro que los coches aceleran. ¿En serio? ¿Crees que no pararía nadie? Le pregunté contrariada. Seguro que sí, mujer. Aún estás buena para tu edad-me consoló. Para él, a mis cuarenta años, puedo ser su madre.
-¿Por qué no lo pruebas?-me sonrió divertido. Yo le quité la cerveza de la mano y le eché del apartamento, dando por concluida nuestra conversación.

Pero la idea de prostituirme por unas horas no se me va de la cabeza. Fantaseo mientras conduzco. Qué ropa me pondría, como sería la interior. Qué zapatos calzaría…Y lo más importante, cuántos coches detendrían su paso esperando mi servicio.

Al levantarme esta mañana, he decidido que hoy sería mi gran día. He dejado al perro al cuidado de Dani y he ido de tiendas. Me he comprado una cazadora estrecha como la de ella. Y una falda tan breve como la suya. Y un par de botas negras. Me llegan hasta el muslo. No tengo su altura, pero lo que queda entre la falda y la bota no está nada mal. En la tienda de ropa interior he adquirido un sujetador que me recoge el pecho. A tu edad, es lo mejor, me ha dejado caer la empleada. Las bragas, casi inexistentes.

He trabajado como cada día. Pero hoy he hecho uso del baño que tenemos los empleados del restaurante. Me he duchado a fondo, para borrar de mi cuerpo y de mi cabello el olor a carne asada. He decidido cambiarme de ropa en el coche, para que el resto de los empleados no notaran lo extraño de mi nuevo atuendo. He encendido un cigarrillo y he esperado a que apareciera el coche que recoge a la chica de la carretera. Cuando se han ido, he arrancado el coche y lo he aparcado entre unos pinos, donde ha quedado semi oculto. He vuelto a fumar. He suspirado, mirando mi mano mientras abría la puerta del coche y he bajado del coche.

He buscado el lugar donde ella está cada día, y me he quedado de pie esperando a mi primer cliente. Esta noche hace frío. Pero aun así me he dejado la cremallera de la chaqueta abierta hasta el nacimiento del pecho. Como ella. Y he encendido otro cigarrillo para calmarme. La sensación de frío hace que me encorve ligeramente, como hace ella. Pero un coche se acerca y me hace señales con las luces. He enderezado mi cuerpo, he caminado hacia él, balanceando mi cuerpo, como ella.
 
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