
Siempre me he preguntado qué es lo que me atrae de una sala de cine. ¿La oscuridad? ¿El murmullo de las voces de los actores? ¿Qué magnetismo tiene la pantalla blanca? De repente se apagan las luces, y comienza la película. Y todo se llena de magia.
No recuerdo la primera vez que entré en un cine, porque casi vivía en uno. Tal vez os preguntareis el porqué. Y lo contaré:
Mi abuelo tenía un cine que quedó destruido tras un bombardeo. Sólo quedó el solar, que más tarde tuvo que vender para pagarse una delicada operación. Pero él era un emprendedor, y supo volver a empezar en otra ciudad. Si mi infancia estuvo marcada por el cine, la juventud de mis padres también. Tenemos muchas anécdotas relacionadas con él.
Pero la que más me gusta es la de que mi hermana B. casi nace en el cine Olimpia. Los jueves, mi abuelo hacía un pase privado, para ver en qué escenas se podía recortar un poco el metraje. Tenían que caber dos películas en una sola sesión. Reponían Traidor en el Infierno, con William Holden de protagonista. Mi madre empezó a notar los primeros dolores de parto y tuvieron que irse del cine sin ver cómo terminaba la película…Años después, un 11 de febrero, mi hermana B. nos dejaba sin saber cómo acababa Mi dulce Geisha, con Yves Montand y Shirley MacLaine. También ella sintió las primeras contracciones del parto del que sería su primer hijo…
Durante años fuimos unos privilegiados. No pagamos nunca una entrada de cine. Teníamos una fila reservada, la catorce. Nunca se vendieron esas butacas. Simplemente eran nuestras. No tengo ni idea de las películas que habré visto, ni la de veces que me he dormido sin ver el final de una película, despertada con un: Emily, nos vamos. ¿Qué ha pasado?, contestaba limpiándome el inevitable hilillo de baba…Qué a gusto se dormía con el sonido de fondo de esas voces…
Pasé mi adolescencia viendo ciclos enteros que dedicaban a los actores y directores de cine más conocidos. Más tarde, y junto a mi hermana B. íbamos a todos los cine forum, nos tragábamos todas las sesiones de la filmoteca, tapaditas las dos con mi largo abrigo rojo (los encargados del cine pasaban de encender la calefacción para cuatro gatos), acudíamos al cine Olimpia cada jueves a las ocho de la tarde. Estrenos y reestrenos. Recuerdo mirar Querelle con los ojos muy abiertos. Hasta coleccionamos una enciclopedia de cine que pagamos conjuntamente con nuestro trabajo de damas de compañía de mi abuela. La leímos de cabo a rabo.
Unas navidades me regalaron un juego de preguntas de cine, Polvo de Estrellas (leed bien, malpensados). Nunca he encontrado un/a partenaire que estuviera a mi altura, y el juego acabó guardado en un armario. Acepto el reto, si alguien quiere medirse conmigo. Pero lo tenéis difícil. Ya dije que soy un pozo de sabiduría…
Si miraba El Cielo y tú, quería ser Bette Davis y amar a Charles Boyer. No me hubiera importado dejarme besar por Cary Grant en Tú y yo. Ser Audrey Hepburn y comer manzanas con Albert Finney en Dos en la Carretera. Y tantos personajes más…que el post se alargaría demasiado. Pero si me preguntaran con qué personaje de cine me quedaría, diría: La Reina Cristina de Suecia, en la escena en la que Greta Garbo recorre con la mirada la habitación que comparte con John Gilbert y va acariciando todos los objetos que decoran la estancia, para memorizarlos y recordar en un futuro ese momento pasado junto a él. Quizá porque yo hice lo mismo años después en una pequeña habitación, durante un breve instante de tiempo en el que fui completamente feliz…