Tres veces no he deshecho un malentendido. Tres veces han creído que yo era la madre de unos niños que no son míos. El primer niño que cuidé era Javito, él odia que le llamen Javito, pero se le ha quedado el nombre. Su madre, que es mi hermana, me sugirió que algun día le llevara al parque, así que un caluroso día de junio saqué el cochecito y los dos nos encaminamos hacia el parque. Justo en la entrada, había un enorme travesti retocándose el carmín de sus inflados labios, y se oyó una voz: Ay, madre, qué calor!, supe que ya era demasiado tarde para retroceder, y acto seguido la voz nuevamente: la Antonia con el niño, giré la cabeza para ver a la tal Antonia, y no había nadie aparte de mí, así que supuse que la Antonia era yo. En un segundo tuve la imagen de un Michael Caine travestido y dispuesto a matar con un enorme cuchillo, así que agarré el cochecito y con la enorme fuerza que otorga la adrenalina, salimos pitando, Javito y yo, y no paramos hasta que nos vimos a salvo! ni que decir que no volvimos al parque en mucho tiempo. Hay veces que tras un largo suspiro me oigo decir: la Antonia con el niño.
La segunda vez yo ya cuidaba de Luigi, su hermano. Un día Poulain, así llamo a veces a mi sobrina, (la cuestión es llamarles de todo menos su nombre), se cayó, con tan mala suerte que su preciosa carita dió directamente contra el asfalto, su cara se infló de tal modo, sus ojitos quedaron chinitos y amoratados, que le fue imposible asistir en días al colegio, así que aprovechando que yo ya era nanny por segunda vez me quedé con ella. Pero teníamos que salir para hacer encargos, y ya me veis con el cochecito, el niño Luigi, la niña chinita y amoratada, y yo misma, pasando el puente. De vuelta a casa, y cruzando otra vez el puente, nos encontramos frente a frente con una ancianita, llevaba un pañuelo negro tapando su cabello blanco, los dientes ya hacía tiempo que la habían abandonado, y yo, con la exquisita educación que me caracteriza, aparté al cochecito y a la niña, y la dejé pasar primero. La abuelita me sonrió y dijo: que Dios te los conserve muchos años, refiriéndose a los niños, y yo le contesté: gracias!. Acto seguido los ojitos de Poulain dejaron de ser rasgados por la sorpresa de aquellas palabras y gritó: Ha pensado que somos tus hijoooooooooos!. La niña aún recuerda esta anécdota, y de vez en cuando me dice: te acuerdas cuando aquella señora pensó que éramos tus hijos?.
La tercera vez Luigi y yo salimos a comprar, yo arrastraba el cochecito y al entrar en la tienda un señor ya mayor, dejándome paso me soltó: qué maques les dones quan sou mares! Cómo le iba yo a desmentir que en ningún modo yo era la madre del niño?. Es lo más bonito que oía en mucho tiempo!