martes, 17 de abril de 2012

LA REINA ITALIANA

De las cuatro hijas que vivían en aquella casa frente al canal, ella era la más bella. Cada una tenía un encanto particular, quizá compartían un aire o la mirada, pero ella era la más perfecta de la camada. Cuando su cuerpo dejó atrás la adolescencia, nadie permanecía indiferente a su paso. No era cercana como sus hermanas, ni siquiera lo pretendía. Las reinas italianas deben permanecer distantes, inalcanzables.

Pienso en ella cuando me acerco caminando hasta la plaza Urquinaona. Busco con la mirada un edificio que me resulte familiar al que me describieron. En alguno de ellos vivió de recién casada, en la ciudad que nunca se acaba, compartiendo su vida con el hombre que la rodeó de riquezas y le dio un hijo. Cubría su cuerpo con los mejores paños importados de Italia, abrigos y vestidos de seda hechos a medida. Los zapatos y los bolsos de la mejor piel. Quizá joyas que no necesitaba…

Cuando él regresaba a casa cenaban en aquel comedor decorado con los muebles lujosos y cuadros modernistas que él aportó al matrimonio. Luego se perdían por las calles mientras paseaban al dálmata heredado, aunque a ella no le gustaran los perros. La imagino acariciando su cabeza cuando nadie la veía, aparcando momentáneamente su miedo.

Busco en mis rasgos algo que me recuerde a ella. Quizá un aire distante, fruto de la timidez. Sonrío. Sí, aquí está ella, en la mirada. En los ojos que brillan sólo cuando reímos y estamos enamoradas. Por fin cercana, como en la foto. Porque es joven, feliz, y tiene toda una vida por delante.

Las reinas italianas a veces se enamoran y durante un tiempo bajan la guardia derribando el muro que las protege. Y los hombres que las quieren dan gracias por su fortuna, por tenerlas a su lado, aunque sólo sea paseando a un perro por las calles de la ciudad que nunca se acaba.
 
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