Un día los hermanos Gershwin debían andar enamorados y compusieron Wonderful. Esta insinuante canción describe la felicidad de estar nuevamente enamorado. Hay una frase: Dear, it’s four-leaf clover time, que me parece perfecta. Es tiempo de tréboles de cuatro hojas, y de dejar atrás la mala suerte.
El viernes, asistimos al concierto que ofrecía Diana Krall en Peñíscola. Estos conciertos cerca del mar ya se convertirán en un clásico del verano. Son días de reencuentros con gente que en algún momento formaron parte de nuestras vidas. De risas y de bromas cómplices. La cantante rubia, entre canción y canción, nos contó su verano de conciertos, acompañada de sus dos hijos, y no tuvo ningún reparo en proclamar al mundo que había encontrado al amor de su vida, el cantante Elvis Costello.
Dijo que la música forma parte de su vida desde siempre, y que, aunque muchas de las canciones que ha cantado son tristes, ahora la tristeza no formaba parte de su vida.
Otro día, y en otro lugar, mi hermano vivió uno de los mejores días de su vida. Asistía a un concierto del grupo de tangos, Malevaje. Los tangos también forman parte de nuestras vidas. En una entrevista al cantante Antonio Bartrina, el alma de Malevaje, le preguntaron si los tangos son tristes, y él respondió: “Siempre se dice que el tango es triste, y no es cierto…Lo que pasa que el sambenito lo tiene colgado el tango, pero hay tangos muy divertidos.” Un día utilizó su mejor arma, el tango, para conquistar chicas. “Tú le cantas un tango a una mujer despacito al oído y, si no tiene el corazón de piedra, seguro que queda inmediatamente seducida.”
Yo me sé de uno que también utiliza esa misma arma. Un garufa que ha empezado a sentar cabeza. Que cuando llega a casa ya no encuentra solamente arroz blanco en su nevera…El otro día vi la felicidad en sus ojos al contarme su encuentro con su tanguero preferido. Me alegré de que haya personas en el mundo que nos proporcionen esos pequeños instantes de felicidad.
A los que pasen y lean estas cuatro letras, les deseo que algún día una persona (si es que ya no la tienen) les mire directamente a los ojos y les diga:
My dear, it’s four-leaf clover time…
lunes, 28 de julio de 2008
domingo, 20 de julio de 2008
ROSI
Hay días y noticias que nunca debieran llegar, pero que son irremediables. Si pienso en lo que hice en el mes de mayo, como no llevo agenda, tendría que mirar qué publiqué en el blog. Así de simple. Veo que paseé al perro por una playa desierta y a punto de llover, una tarde de domingo. Me acompañaban mi hija y el perro. Que rodamos un video para ver lo feliz que es Bruc, cuando se ve libre de ataduras, y cómo volaban sus orejitas de felicidad.
También fui a una manifestación, para que no se llevaran el agua de nuestro río y que se preservara nuestro territorio como está y como lo queremos. Salvaje, azul y verde.
Que pasé una tarde agradable en compañía de amigas, uniendo retales de diferentes colores, y con la autoestima muy alta.
Que fue el cumpleaños de Bruc, y que le declaré mi amor.
Que me quedé sin tabaco, un clásico en mí, y que me embriagué fumando un puro.
De lo más normal todo esto, ¿no?
Pero hoy he sabido, que mientras yo vivía una vida de lo más placentera, una persona muy cercana a mí en otro tiempo, vivía uno de los peores momentos de su vida. Le diagnosticaron un linfoma.
Me ha contado que ya ha empezado el tratamiento con la quimioterapia. Que ya ha perdido todo el cabello. Que su guapa hija de diecisiete años no se ha movido de su lado en el hospital, mientras ella permanece ingresada. El tratamiento es muy duro y le deja sin fuerzas.
Me ha preguntado por todos, y le he dicho que seguimos bien. Siempre me pregunta si sigo soltera, ¡y tanto! Soltera, cuarentona y estupenda, le he respondido con humor.
Podría contaros los momentos que pasamos juntas, pero forman parte de unos años que ya pasaron. Estos recuerdos los guardo para mí, encerrados en una botella. Pero que puedo abrir siempre que quiera, y dejarlos ir por el aire, para volverlos a encerrar si ellos se dejan…
Mañana le escribiré una carta como las de antes. De papel y lápiz. Le diré que estamos junto a ella, aunque una gran distancia nos separe. Que alguien que nos dejó hace años, velará por ella, igual que vela por todos nosotros. En un tiempo, ése alguien fue su gran amor, Joan.
Le mandaré fotos de mi familia. Se alegrará.
También adjuntaré en ese sobre marrón mis cuentos. Creo que le gustarán y le harán compañía en su convalecencia.
Y le diré que la esperaremos el año que viene, para volver a ser felices. Todos juntos.
También fui a una manifestación, para que no se llevaran el agua de nuestro río y que se preservara nuestro territorio como está y como lo queremos. Salvaje, azul y verde.
Que pasé una tarde agradable en compañía de amigas, uniendo retales de diferentes colores, y con la autoestima muy alta.
Que fue el cumpleaños de Bruc, y que le declaré mi amor.
Que me quedé sin tabaco, un clásico en mí, y que me embriagué fumando un puro.
De lo más normal todo esto, ¿no?
Pero hoy he sabido, que mientras yo vivía una vida de lo más placentera, una persona muy cercana a mí en otro tiempo, vivía uno de los peores momentos de su vida. Le diagnosticaron un linfoma.
Me ha contado que ya ha empezado el tratamiento con la quimioterapia. Que ya ha perdido todo el cabello. Que su guapa hija de diecisiete años no se ha movido de su lado en el hospital, mientras ella permanece ingresada. El tratamiento es muy duro y le deja sin fuerzas.
Me ha preguntado por todos, y le he dicho que seguimos bien. Siempre me pregunta si sigo soltera, ¡y tanto! Soltera, cuarentona y estupenda, le he respondido con humor.
Podría contaros los momentos que pasamos juntas, pero forman parte de unos años que ya pasaron. Estos recuerdos los guardo para mí, encerrados en una botella. Pero que puedo abrir siempre que quiera, y dejarlos ir por el aire, para volverlos a encerrar si ellos se dejan…
Mañana le escribiré una carta como las de antes. De papel y lápiz. Le diré que estamos junto a ella, aunque una gran distancia nos separe. Que alguien que nos dejó hace años, velará por ella, igual que vela por todos nosotros. En un tiempo, ése alguien fue su gran amor, Joan.
Le mandaré fotos de mi familia. Se alegrará.
También adjuntaré en ese sobre marrón mis cuentos. Creo que le gustarán y le harán compañía en su convalecencia.
Y le diré que la esperaremos el año que viene, para volver a ser felices. Todos juntos.
lunes, 14 de julio de 2008
COBI
miércoles, 9 de julio de 2008
LAS HERMANAS
Las hermanas Navarro se veían menos de lo que querían. Vivían en pueblos distintos desde que se habían casado. Pero ese año decidieron pasar juntas el verano en el balneario, con la excusa de que sus hijos tomaran las aguas. A los niños les costaba comer, y esperaban que un cambio de aires, alejados del calor sofocante y húmedo que suponía vivir cerca del río, les devolviera el apetito. Así entrarían en el nuevo otoño con un poco de color en sus pálidas mejillas.
Una vez instaladas, vivían el día a día con una enorme placidez. Habían supuesto que su estancia en el balneario les sería provechosa. Ellas estaban más relajadas; y los niños, bien alimentados y contentos de compartir juegos con sus primos, recuperaban poco a poco la salud.
Se levantaban temprano, y su única ocupación era dar largos paseos, disfrutar del sol, comer, beber, dormir la siesta, merendar, jugar, bañarse, y bajar a cenar, para luego acostarse y empezar el nuevo día con renovadas energías.
Pero el momento preferido para las madres, llegaba a la hora del café. Cada día era una la encargada de acompañar a los niños a una habitación y acostarlos a todos en una misma cama. Después de calmar el alboroto, iban cayendo, uno tras otro, rendidos por el sueño. Entonces, la madre se levantaba sigilosamente de la cama, tras cerciorarse de que ni el más inquieto de los niños movía una sola pierna. Cogía la caja de madera donde guardaba la costura, y cerraba la puerta con suavidad.
Bajaba las escaleras y se reunía con sus dos hermanas, que la esperaban en el pequeño salón del establecimiento.
-¿Todo bien?
-Han caído todos. Hasta Alfredo (éste era el más revoltoso).
El café era la excusa para empezar a parlotear. Después de servirlo, sacaban las labores, y se concentraban en el trabajo sin dejar de hablar, pues tenían muchas cosas que decirse. Unas contaban cómo marchaban las fincas, los problemas que surgían en el quehacer diario. Carmen, la mayor, relataba anécdotas de los pacientes de su marido el doctor.
También ocupaba el saloncito un señor elegantemente ataviado, sentado en un sillón orejero, oculto tras las enormes páginas de un periódico. Era un hombre de unos cincuenta años, con bigote y gafas, tan callado e insignificante, que ellas apenas se daban cuenta de su presencia. Así que seguían con su conversación como si sólo fueran ellas las que ocupaban la soleada habitación. Y no reparaban en el tema. Cualquier cosa era buena. El fallido casamiento de una prima, el escándalo de un pintor conocido, el repentino embarazo de una criada sin marido, la rotura de un brazo de un niño, la compra de un caballo, una epidemia de tifus…y el tema preferido de las tres: sus constantes embarazos y sus consiguientes partos. Lo contaban con todo detalle: la pesadez de los nueve meses, los primeros dolores, la rotura de aguas y el doloroso parto, acompañado de abundantes sangrados, de cordones enredados en los cuellos de los bebés, de la subida de la leche, y el cansancio por la falta de sueño. Cada día era un parto nuevo, hasta sumar el total de los niños que las acompañaban.
De vez en cuando, oían un carraspeo. Provenía del rincón que ocupaba el señor maduro. Entonces callaban unos minutos, y después de notar que el hombre se había dormido -sus ronquidos eran la señal- volvían a las andadas.
Así día tras día, hasta el final del verano, con la llegada de las primeras lluvias, que reverdecían de nuevo el seco paisaje, tras un caluroso verano.
Había llegado el momento de volver a hacer las maletas y de reclamar taxis que las devolverían junto a su prole a sus diferentes pueblos.
El último día fue como todos los demás. Después de acostar a los niños, se reunieron nuevamente para tomar un último café en compañía. Esta vez habían dejado los costureros en sus respectivas habitaciones, y estaban calladas por primera vez en todo el verano. Sabían que tardarían en volverse a ver, y eso las entristecía. También las acompañaba el señor del bigote, escondido tras el inmenso periódico. Empezaron a despedirse cuando oyeron un estruendo de páginas que se cerraban. Miraron al hombre, que se levantaba pesadamente del sillón, y dirigiéndose hacia la puerta, se volvió hacia ellas y les espetó:
-¿Les he contado que un día me atrapé los cojones entre dos puertas correderas?- Seguidamente, abrió la puerta y se marchó.
Las hermanas estallaron en una gran risa. A partir de aquel día, la anécdota fue transmitida de madres a hijos sucesivamente, hasta llegar a mí una noche de verano.
Una vez instaladas, vivían el día a día con una enorme placidez. Habían supuesto que su estancia en el balneario les sería provechosa. Ellas estaban más relajadas; y los niños, bien alimentados y contentos de compartir juegos con sus primos, recuperaban poco a poco la salud.
Se levantaban temprano, y su única ocupación era dar largos paseos, disfrutar del sol, comer, beber, dormir la siesta, merendar, jugar, bañarse, y bajar a cenar, para luego acostarse y empezar el nuevo día con renovadas energías.
Pero el momento preferido para las madres, llegaba a la hora del café. Cada día era una la encargada de acompañar a los niños a una habitación y acostarlos a todos en una misma cama. Después de calmar el alboroto, iban cayendo, uno tras otro, rendidos por el sueño. Entonces, la madre se levantaba sigilosamente de la cama, tras cerciorarse de que ni el más inquieto de los niños movía una sola pierna. Cogía la caja de madera donde guardaba la costura, y cerraba la puerta con suavidad.
Bajaba las escaleras y se reunía con sus dos hermanas, que la esperaban en el pequeño salón del establecimiento.
-¿Todo bien?
-Han caído todos. Hasta Alfredo (éste era el más revoltoso).
El café era la excusa para empezar a parlotear. Después de servirlo, sacaban las labores, y se concentraban en el trabajo sin dejar de hablar, pues tenían muchas cosas que decirse. Unas contaban cómo marchaban las fincas, los problemas que surgían en el quehacer diario. Carmen, la mayor, relataba anécdotas de los pacientes de su marido el doctor.
También ocupaba el saloncito un señor elegantemente ataviado, sentado en un sillón orejero, oculto tras las enormes páginas de un periódico. Era un hombre de unos cincuenta años, con bigote y gafas, tan callado e insignificante, que ellas apenas se daban cuenta de su presencia. Así que seguían con su conversación como si sólo fueran ellas las que ocupaban la soleada habitación. Y no reparaban en el tema. Cualquier cosa era buena. El fallido casamiento de una prima, el escándalo de un pintor conocido, el repentino embarazo de una criada sin marido, la rotura de un brazo de un niño, la compra de un caballo, una epidemia de tifus…y el tema preferido de las tres: sus constantes embarazos y sus consiguientes partos. Lo contaban con todo detalle: la pesadez de los nueve meses, los primeros dolores, la rotura de aguas y el doloroso parto, acompañado de abundantes sangrados, de cordones enredados en los cuellos de los bebés, de la subida de la leche, y el cansancio por la falta de sueño. Cada día era un parto nuevo, hasta sumar el total de los niños que las acompañaban.
De vez en cuando, oían un carraspeo. Provenía del rincón que ocupaba el señor maduro. Entonces callaban unos minutos, y después de notar que el hombre se había dormido -sus ronquidos eran la señal- volvían a las andadas.
Así día tras día, hasta el final del verano, con la llegada de las primeras lluvias, que reverdecían de nuevo el seco paisaje, tras un caluroso verano.
Había llegado el momento de volver a hacer las maletas y de reclamar taxis que las devolverían junto a su prole a sus diferentes pueblos.
El último día fue como todos los demás. Después de acostar a los niños, se reunieron nuevamente para tomar un último café en compañía. Esta vez habían dejado los costureros en sus respectivas habitaciones, y estaban calladas por primera vez en todo el verano. Sabían que tardarían en volverse a ver, y eso las entristecía. También las acompañaba el señor del bigote, escondido tras el inmenso periódico. Empezaron a despedirse cuando oyeron un estruendo de páginas que se cerraban. Miraron al hombre, que se levantaba pesadamente del sillón, y dirigiéndose hacia la puerta, se volvió hacia ellas y les espetó:
-¿Les he contado que un día me atrapé los cojones entre dos puertas correderas?- Seguidamente, abrió la puerta y se marchó.
Las hermanas estallaron en una gran risa. A partir de aquel día, la anécdota fue transmitida de madres a hijos sucesivamente, hasta llegar a mí una noche de verano.
lunes, 7 de julio de 2008
SE BUSCA
Necesitaría por unos días ser una máquina, y que alguien tuviera la amabilidad de desconectarme. Sólo unos días, y descansar. También podría optar por tomarme unos cuantos Lexatín y dormirme, aunque no definitivamente. Pienso: qué bien si pudiera dormirme, no tener que levantarme, ni ducharme, ni sacar al perro, ni comer, ni beber, ni fumar, dejar de oír noticias, de contestar al teléfono, que siempre tiene la desconsideración de sonar cuando por fin me he dormido...
Pero no puedo desconectarme. Dejaría de atender a la gente que me preocupa, y que se preocupa de mi. Y Bruc me mira con esa carita: ¿salimos? ¿Vamos a la playa?. Le llevo a la playa, y aunque me tape la cara para desaparecer un momento, no deja de darme golpes en las piernas y tirarme la pelota, para que me acuerde de él.
También está Francesca, que me manda un mensaje para decirme que nuestro querido Cobi está muy enfermo. La llamo, y hablamos un momentito. Le he dicho que no se preocupe, que pasará, para darle ánimos, porque ella aún no sabe lo que es perder un perro. Hemos quedado en vernos una tarde, en la terraza de un bar, y hablaremos.
Tengo trabajo y una reunión. Y una manifestación contra el maltrato animal.
He pensado en lo que un día hizo Agatha Christie, que desapareció por unos días. Pero buscarían mi coche, verían el movimiento de las tarjetas de crédito, hasta harían carteles con mi foto: Se busca mujer de 42 años. En el momento de su desaparición vestía de negro. Por favor, si la ven, llamen al 977...Posiblemente con las facultades mentales ligeramente trastornadas....
Vaya, que no puedo desaparecer, ni desconectarme, tengo tanto que hacer....
Por favor, si la ven, desconéctenla. Y llámenos al 977....
miércoles, 2 de julio de 2008
Bette Davis ~ Don't Let's Ask For The Moon(Now Voyager 1942)
La escena está muy bien, si se fuma la misma marca.
martes, 1 de julio de 2008
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