"Cuántas cosas nos perdimos, Lucía, cuántas cosas nos perdimos... Adiós, mi amor".
El Fantasma y la Sra Muir
Querida Emily:
Creo que no sabes de mi existencia, aunque a veces parece que me intuyas. No sabes que vivo junto a ti desde hace tiempo. Cuando decidiste venir a vivir a tu nueva casa, que es la mía, no sabes cuánto me alegré. Llegaste cargada con todas tus cosas, a las que poco a poco has ido encontrando un hueco. También llevabas a tu perro enano, ese que sigue tus pasos por dondequiera que vas. Él sí me ve. A veces me despisto y consigue morder las perneras de mis pantalones para avisarme de que él es quien manda en la casa y que va a hacer lo posible para protegerte. Me sería fácil deshacerme de él, pero sé la pena que te causaría su pérdida.
A veces tengo ganas de jugar y consigo asustarte, como cuando me convierto en viento del norte y cierro las puertas tras de ti. O hago volar las cortinas mientras me río estruendosamente. Me siento a tu lado mientras trabajas. Bebo de tu copa y robo tu cigarrillo cuando lo dejas reposar en el cenicero. ¡Cuánto echo de menos fumar! Me acuesto junto a ti cuando haces la siesta que nunca perdonas. Entonces cojo de tu mesita de noche el libro que lees y ojeo sus páginas hasta que yo mismo caigo en un sueño profundo. No sabes cómo me gustaría hacer descansar para siempre mi pobre alma errante.
¿Sabes cómo llegué a esta casa? Unos desaprensivos me invocaron en el juego de la tabla adivinatoria. Y desde aquel día vago noche y día por el que ahora es tu nuevo hogar. Ya sabes que tu casa ha sido habitada antes por otras gentes. A todas las he ido echando con mis risas y mi presencia. Se marchaban hartos de no tener un solo día de descanso. Pero a ti no consigo asustarte porque un día supiste que en estas cuatro paredes algún día serías feliz…Completamente feliz.
Mi espíritu te sigue por todas partes como tu perro faldero. Te observo cuando comes, duermes, cuando te maquillas y examinas tus dientes ya casi perfectos frente al espejo. Luego sacas la lengua para reírte de ti. O cuando te vistes ajena a mi presencia mientras escoges la ropa que te pondrás ese día. O cuando faenas en la terraza pintando sus paredes, plantando esquejes y regando al atardecer. A veces bailas sola y te marcas unos pasos de tango mientras cantas, “negro nubarrón que le ha robado la alegría al corazón”. Entonces se te escapan unas lágrimas y es justo en este momento cuando me gustaría materializarme, abrazarte y ser tu pareja de baile eterna.
También ríes con frecuencia, sobretodo frente a un objeto que no consigo adivinar y tengo celos de lo que provoca tus risas. Pero soy yo quien vigila tu sueño mientras te cuento al oído lo que ha sido mi vida.
Esta noche me despido de ti. Has escogido la vida, he decidido marcharme. Pero permíteme que sea yo quien venga en tu busca cuando abandones este mundo real. Cogeré tus manos, te levantarás y me seguirás mientras echas una última mirada a las estancias donde un día fuiste feliz. Eternamente feliz.
Creo que no sabes de mi existencia, aunque a veces parece que me intuyas. No sabes que vivo junto a ti desde hace tiempo. Cuando decidiste venir a vivir a tu nueva casa, que es la mía, no sabes cuánto me alegré. Llegaste cargada con todas tus cosas, a las que poco a poco has ido encontrando un hueco. También llevabas a tu perro enano, ese que sigue tus pasos por dondequiera que vas. Él sí me ve. A veces me despisto y consigue morder las perneras de mis pantalones para avisarme de que él es quien manda en la casa y que va a hacer lo posible para protegerte. Me sería fácil deshacerme de él, pero sé la pena que te causaría su pérdida.
A veces tengo ganas de jugar y consigo asustarte, como cuando me convierto en viento del norte y cierro las puertas tras de ti. O hago volar las cortinas mientras me río estruendosamente. Me siento a tu lado mientras trabajas. Bebo de tu copa y robo tu cigarrillo cuando lo dejas reposar en el cenicero. ¡Cuánto echo de menos fumar! Me acuesto junto a ti cuando haces la siesta que nunca perdonas. Entonces cojo de tu mesita de noche el libro que lees y ojeo sus páginas hasta que yo mismo caigo en un sueño profundo. No sabes cómo me gustaría hacer descansar para siempre mi pobre alma errante.
¿Sabes cómo llegué a esta casa? Unos desaprensivos me invocaron en el juego de la tabla adivinatoria. Y desde aquel día vago noche y día por el que ahora es tu nuevo hogar. Ya sabes que tu casa ha sido habitada antes por otras gentes. A todas las he ido echando con mis risas y mi presencia. Se marchaban hartos de no tener un solo día de descanso. Pero a ti no consigo asustarte porque un día supiste que en estas cuatro paredes algún día serías feliz…Completamente feliz.
Mi espíritu te sigue por todas partes como tu perro faldero. Te observo cuando comes, duermes, cuando te maquillas y examinas tus dientes ya casi perfectos frente al espejo. Luego sacas la lengua para reírte de ti. O cuando te vistes ajena a mi presencia mientras escoges la ropa que te pondrás ese día. O cuando faenas en la terraza pintando sus paredes, plantando esquejes y regando al atardecer. A veces bailas sola y te marcas unos pasos de tango mientras cantas, “negro nubarrón que le ha robado la alegría al corazón”. Entonces se te escapan unas lágrimas y es justo en este momento cuando me gustaría materializarme, abrazarte y ser tu pareja de baile eterna.
También ríes con frecuencia, sobretodo frente a un objeto que no consigo adivinar y tengo celos de lo que provoca tus risas. Pero soy yo quien vigila tu sueño mientras te cuento al oído lo que ha sido mi vida.
Esta noche me despido de ti. Has escogido la vida, he decidido marcharme. Pero permíteme que sea yo quien venga en tu busca cuando abandones este mundo real. Cogeré tus manos, te levantarás y me seguirás mientras echas una última mirada a las estancias donde un día fuiste feliz. Eternamente feliz.