El partido del miercoles de la selección no me interesaba. Seguramente veré el del domingo contra la selección italiana (por lo de Zambrotta, ya saben). Así que me tumbé en la cama para releer a Emily Dickinson:
Soy nadie./ ¿Y tú quién eres?/ ¿Eres nadie también?/ Entonces somos dos./ Callátelo. Lo anunciarían. ¿Sabes?
Hasta encontré mi epitafio:
Si yo ya no viviese/cuando los petirrojos hayan vuelto,/ al del pañuelo colorado echadle migas/ en mi memoria.
Luego releí el prólogo de Lorenzo Oliván. Relata el encuentro entre el editor Higginson y Emily D. y su posterior reflexión al conocerla: "era un ser demasiado misterioso para ser comprendido en un breve encuentro de una hora; y el instinto me decía que al más mínimo intento de someterla a análisis se replegaría en su concha".
A veces creo que una pequeña parte de Emily D. vive en mí. Me gusta pensar cómo sería nuestro encuentro. ¿Nos reconoceríamos? Yo le diría que, como ella, llevo a mi perro a pasear junto al mar. Le comentaría alguno de sus poemas, para que me explicara las cosas que, a veces no entiendo. Que tenemos el mismo sentido del humor, aunque parezcamos serias en las fotos. Que, como ella, tengo hermanos que me protegen. Que si no puedo vivir un gran amor, prefiero no vivirlo...
Un viernes estábamos sentados en la terraza de un bar. Junto a nosotros, se sentó también Vincenzo, el italiano más famoso de mi ciudad. Nos tenemos una tirria enorme, pero en el fondo creo que seríamos amigos.
Se sacó un iPhone. Y el señor M. se diririgió a mi y me dijo: ¿Ves? Tiene un iPhone. ¿Y qué le dije yo?: -¿Es de los chinos?
Respuesta de Vincenzo, con expresión disgustada: -Yo no tengo nada comprado a los chinos. Es más: odio a los chinos. Son sucios. Hace poco estuve en París con un chino...y no se duchó en tres días.
Mi respuesta: ¿Y cómo lo sabes?
-Porque compartí habitación con él.
-¿Y dormiste en la misma cama?- segundo ataque mío.
Vincenzo cada vez más disgustado: No, yo en mi propia cama.
Sonó el iPhone. Su interlocutor le preguntó con quién estaba: -Con el señor M., la secretaria y la señorita M., la hermana del señor M., que parece Pippi Calzelungue. ( Aquel día yo llevaba el cabello recogido en dos coletas)
Me reí. Le ignoré y le conté al señor M. lo que me dijo el italiano una vez en la calle, cuando pasé con mi perro: -La
signorina con el león...
Vincenzo terminó la conversación por el iPhone, y se interesó por lo que le conté al señor M.
El italiano me miró serio y me dijo: -Tú no eres como tu hermano. Estás siempre a la defensiva.
Me encogí de hombros despectivamente. ¿Cómo no voy a estar a la defensiva con un hombre, que cada vez que ve pasar a una mujer por delante, la puntúa? Pero sé que en el fondo, detrás de ese tipo maleducado, hay una persona correcta, capaz de besar a los niños pequeños. Supongo que añora su inocencia.
Vincenzo me preguntó a qué me dedicaba. Y cuando me preguntan tan directamente una cosa, contesto lo primero que me pasa por la cabeza: -Trabajo de camarera en un restaurante.
Lo dudó y el señor M. contestó: -Es puta, hombre.
-¿Y cuánto cobras?
-Depende del servicio...-Mi respuesta
-¿Por una mamada?
-300 euros.- Subí el precio, rogando que no los llevara encima.
Suerte que al italiano se le hacía tarde. Por que, ¿y si hubiera dejado los billetes sobre la mesa?
¿Cómo habría actuado yo? Ignorando la escena o embolsándome el dinero, haciéndole un gesto para que me siguiera?
Me he preguntado cómo hubiera actuado Emily D. Pero creo que en su tiempo, un caballero no le habría hablado de mamadas.