Parece que, a partir de ahora, si quiero un beso, tendré que ganármelo. Lo que significa que tengo que estar permanentemente de buen humor y contarle una historia bonita que me pase cada día antes de ir a dormir, como Sherezade. Si no hay relato, no hay beso. Lo que me faltaba…
Pues allá voy: ayer, y como todos los días, salí con la niña rubia a pasear. La llevé al rompeolas y nos sentamos junto a dos parejas de jubilados en un banco frente al mar. La pequeña se entretuvo mirando las olas en su volver a la playa. Fui testigo mudo de la conversación de los ancianos y sólo sonreía de vez en cuando. Al final, y después de anécdotas de pesca de pulpo y doradas, una de las mujeres dijo: “sigamos paseando, que si esta joven nos entendiera, pensaría lo locos que estamos los catalanes”. Me habían tomado por una extranjera. La otra mujer le respondió: “¿y cómo sabes que no te entiende?”. Al final me reí y les aclaré que también yo era catalana. La niña rubia se giró y las miró. Las mujeres exclamaron: “què maca!, gaudeix-ne, que aquests anys passen volant…”. Les dije que era su tía y después de darles la razón, cogí a la niña en brazos y me despedí de los jubilados catalanes para seguir con nuestro paseo. Nos cruzamos con un hombre al que le acompañaban una pareja de perros salchicha que nos ignoraron. De regreso a casa me encontré con una conocida y su perro alargado. Nos pusimos al día de nuestras vidas y nos despedimos. El pueblo junto al mar donde paso la mitad del día, tiene el porcentaje más alto de perros salchicha de la comarca, para alegría nuestra. Ocupé mi tarde arreglando el pelo del setter que vive conmigo su jubilación. Como Bruc se puso celoso, también él tuvo su sesión de peluquería canina.
Hoy ha sido más o menos lo mismo, paseo y charlas al azar con gente que no conozco. Pero, de regreso a casa, me ha llamado Sumpta, mi hermana mayor. Me ha contado que ya está de vacaciones, que mañana hará cambio de armario y que apartará los vestidos de algodón de su hija para que yo pueda comenzar su colcha de patchwork hecha con las prendas de su infancia. La semana que viene nos veremos. La llevaré a una tienda de delicatessen donde venden huevos de pascua Fabergé. Igual hasta me animo y compro uno para mí.
Por la tarde una llamada telefónica ha interrumpido mi siesta junto a Bruc. Era mi hermano. Estaba eufórico. Nuestra niña rubia ya anda sola. Me ha contado que la pequeña ha enderezado su espalda y ha mantenido el equilibrio, tan fácil como esto. Ya no hay marcha atrás. Mañana espero que me reciba caminando, como años atrás hizo mi hija, como hizo Javito y Luigi. Como hizo la niña de rizos morenos, la que tendrá su colcha de retales de su infancia para que me recuerde cuando se vaya a estudiar a la gran ciudad. Quizá allí estaré yo, esperándola.
Mañana espero encontrar a la vecina de al lado, la que me pregunta sobre los progresos de la niña rubia, para decirle que ya camina. Seguro que me contesta: ¿ya habla?. Y habrá que joderse de nuevo…
Por cierto, mi hermano me ha avisado que encontraré una caja con gusanos de seda. Me ha pedido que recoja hojas de morera para su alimentación. Lo que me faltaba. No tengo suficiente con dar papillas a su peque y cuidar de su setter jubilado. Ahora tendré que encaramarme a los árboles en busca de hojas tiernas para sus gusanos de seda, mientras la niña rubia me mirará con ganas de imitarme. Pero lo de subir a los árboles, ya se andará, pequeña. Entretanto, que tu madre reserve tus vestidos de algodón. Para que un día puedas envolverte con tu colcha de patchwork y te acuerdes de la boba de tu tía. La que te cuidaba en los días marítimos. La que debe contar cada noche una historia antes de irse a dormir si quiere ganarse un beso…