jueves, 30 de octubre de 2008

PANELLET


Panellet: postre típico del día de Todos los Santos en Cataluña, junto con las castañas, boniatos y vino dulce. Hecho a base de mazapán. Los más apreciados son los de piñones.

Bruc está sentado frente a mí. En mis manos tengo un panellet de piñones. Empiezo arrancándolos de uno en uno, como si de una lenta tortura se tratara. Un piñón para el perro, uno para mí. Uno para él, otro para mí. Hasta que llegamos al último. Si soy generosa, se lo come Bruc. Si soy maliciosa, le engaño, y me lo como yo. Si aplico la decisión del Rey Salomón, sujeto el último piñón entre los dientes, me acerco a Bruc, ladeamos la cabeza para no tocarnos con el hocico, y él, con la finura que le caracteriza, coge con sus dientes la mitad del piñón. A veces nos rozamos la lengua, y yo corro al lavabo para restregarme los dientes con el cepillo. De lo contrario, un herpes labial me acompañaría durante dos semanas.
Cuando llega la época de los panellets, es inevitable no acordarme de Juanito, mi abuelo. Tenía una predilección por estos dulces. Pero siempre debían ser de piñones.
Los demás panellets no le interesaban. Cada año atesoraba sus dulces en una caja de hojalata y los escondía en lo más alto de un armario. Siempre me he preguntado a qué se debía su afán por esconderlos de su familia. Total, se los acabábamos robando igual. Sé, como después han confesado, que todos teníamos la misma afición por hacer viajecitos al comedor a escondidas de los demás.
Mi hora preferida para perpetrar el robo era después de comer y antes de volver al colegio. Entraba sigilosamente, dando gracias a la alfombra que amortiguaba mis pasos. Me procuraba una silla, me subía a ella, y con la frialdad que caracteriza al ladrón de guante blanco, cogía la caja, levantaba la tapa, intentando conservar la calma porque si se caía, sería descubierta in fraganti, subida a la silla y con los panellets esparcidos por el suelo. Los miraba y me hacía con uno. Siempre eran de uno en uno, para que no se notara mucho. Lo escondía en el bolsillo del uniforme colegial, devolvía la caja a su sitio y me bajaba de la silla. Luego me iba a otro mueble, y buscaba el vino de Oporto. Abría lentamente el mueble bar, cogía la botella, sacaba el tapón de corcho, y vertía en una copita un buen chorrito de oporto. Me lo bebía de un trago y secaba la copa con el delantero de la rebeca de lana. Acto seguido decía en voz alta: Oporto. Y empezaba el juego de palabras: Oporto, tonel. Tonel, navío. Navío, pirata. Pirata, hija del gobernador. Emily, la hija del gobernador, raptada por un pirata.
Me iba a la escuela, arrancando los piñones de uno en uno, y entonada por el trago de aquel vino tan dulce.
He tardado 42 años en entender por qué mi abuelo escondía la caja de panellets y los mantenía alejados de su familia. Seguramente sabía que todos robábamos en silencio. Escondía su tesoro para que cada uno de nosotros lo encontráramos, como si de un juego se tratara. Lo mejor, se esconde en una caja de hojalata. Y a solas, y sin que nadie lo sepa, comemos el dulce.
Esta mañana he buscado una botella de cristal y me he encaminado a la tienda de licores. He pedido vino de oporto de tonel. Oporto, tonel. Tonel, navío. Navío, pirata. Pirata, hija del gobernador. Emily, la hija del gobernador, raptada por un pirata.

domingo, 26 de octubre de 2008

LA COLCHA DE LUIGI


Esta colcha la he acabado esta semana. Es para Luigi, mi amor de siete años. Le dije que le haría la colcha de patchwork más bonita del mundo y que sería para que la estrenara al cumplir 18 años y estuviera estudiando lejos de casa. Para que le protegiera de los primeros fríos del otoño.

El niño me preguntó cuántos años quedaban para que pudiera estrenarla. Calculé y le contesté: 11 años, pero antes debes darme tantos besos como días faltan. Se levantó y me dió cinco besos seguidos.

A eso, yo le llamo AMOR.

martes, 14 de octubre de 2008

UN AMOR PARA LAS SEIS



Los dos vagabundos se reunían día tras día en aquel parque al que consideraban, desde hacía demasiado tiempo, su casa. Llegaban de buena mañana aún serenos. Pero con el paso de las horas iban alcanzando el estado de embriaguez que buscaban, arropados por el vino barato que compraban de camino al Turó Parc.
A veces hablaban si tenían algo que decir. Otras veces, simplemente fumaban en silencio, cuando el hastío se había apoderado de ellos y se limitaban a mirar a los paseantes que cruzaban la pasarela de madera que ellos ocupaban. Sentados en un banco, contemplaban a la gente que también había elegido el mismo lugar para dejar pasar las horas. Había de todo: ancianos solitarios. Parejas enamoradas. Niñeras de pequeños niños rubios. Pacientes padres que vigilaban a sus retoños en sus juegos, siempre pendientes para acudir en su ayuda tras una caída. O estudiantes cabizbajos de camino a sus colegios.
Era también el lugar preferido para las personas que se acompañaban de perros. Éstos últimos eran los que más entretenían a los dos vagabundos. Les gustaban las correrías que se daban los animales. A veces se perseguían sin motivo, o porque uno de ellos llevaba una pelota y los otros corrían tras ella al ser lanzada por el dueño del perro afortunado. Cuando había una reunión cuantiosa de dueños de canes, sabían que tenían la diversión asegurada al menos durante una hora.
Pero había un paseante que se acercaba casi cada día al parque. Buscaba su banco de madera y se sentaba a contemplar como ellos, el juego amigable de los perros. Durante un tiempo, el paseante se hizo acompañar por un can de color gris y pelo lanoso. La timidez de los dos seres les impedía acercarse a los otros dueños y sus perros. El perro gris prefería acostarse bajo el banco que ocupaba su amo y descansaba disfrutando del agradable frescor de la tierra.
Un día el paseante llegó solo. Y así sucedió un día tras otro. Llegaba solo y solo se marchaba. Uno de los vagabundos, un argentino observador, supuso que el perro había muerto. Nunca se atrevió a preguntar por miedo a causar dolor.
Una día de octubre, a media tarde, los vagabundos miraban pasar el tiempo lo mejor que podían, llevando su buena dosis de vino en el cuerpo. Vieron como el paseante se disponía a cruzar por la tarima de madera acompañado de una mujer. Envalentonado por el alcohol, el argentino habló:
-Oíme, perdonáme, oíme. –El paseante se acercó a él preguntándose qué querría el vagabundo.
- Escuchá, qué novia más guapa tenés…Yo que tu miraría de conservarla…
El paseante se reunió con la mujer, que se había adelantado unos pasos, acaso temiendo que ella lo hubiera llegado a oír, y continuaron su camino.
El vagabundo argentino, afectado por una súbita alegría empezó a entonar un tango:
-La mujer que a mi vendrá, tiene ojos malvavisco, desenvuelta en el aire, su mirada como el mundo. Todo lo que presentía, se ha cumplido. Qué extrañeza, me ha dejao sin una queja. Sirva otra, camarero. Yo le invito, si usted quiere, entra dentro de mi suerte. Hay que ver que estoy aquí, plácidamente sentado, con dinero en el bolsillo y un amor para las seis. Pasan las señoras con sus perros pequeñitos, que no dejan de asustar a las palomas. Vino compartido, moja barba vagabunda, entre jodas, risotadas y olor….

martes, 7 de octubre de 2008

SALINGER EN LA CAMA


La semana pasada, después de que un amigo me insistiera en que debía conocerle, acepté una cita a ciegas con Jeffrey. Quedamos el martes en Middlesex. Nos mandamos un correo electrónico para acordar el sitio del encuentro, y le propuse la biblioteca. Normalmente en la primera cita busco un lugar concurrido, por si el tipo no me gusta y decido no darme a conocer y pasar de largo. Jeffrey me preguntó cómo nos reconoceríamos. Le contesté que ya le buscaría yo. Tenía una foto suya y me pareció agradable. Aceptó.
Nuestro primer encuentro fue tranquilo. Tomamos café en el bar y fumamos más de la cuenta. La ansiedad que me producen estas citas hace que fume más de lo debido y vuelva a casa con ganas de dejar para siempre este vicio. Como nos empezamos a gustar, repetimos cita. Miércoles, jueves, viernes y llegó el sábado. Yo sabía que el sábado sería el día en que seguramente iríamos más allá de los simples besos y que acabaríamos en la cama. Quedamos en mi casa y quiso ir directamente al asunto. Empezamos con las caricias a las once y veinte de la noche. Sé la hora exacta porque miré mi reloj amarillo. Estuvimos juntos hasta las dos y media sin que ninguno de los dos llegara a nada. Al final, saqué mi brazo para alcanzar el reloj sin que él se diera cuenta y le dije: Jeffrey, creo que deberíamos dejarlo para otro momento en que esté más animada. Se retiró visiblemente molesto y echó mano de un cigarrillo, no sin antes ofrecerme uno. Lo acepté y fumamos en silencio. Y llegó la temible frase que siempre espero oír:
- Oye, no te molestes, pero no has puesto nada de tu parte. Te has limitado a estar tumbada y recibirme.
Me molesté, aun sabiendo que le sobraba la razón.
-Bueno, no siempre hago lo mismo.
Le expliqué que normalmente mis mejores encuentros son con viejos amantes. La semana pasada quedé con Nathanael, aun sabiendo que me esperaba una noche sórdida con él. Pero me gusta la sordidez de miss lonelyhearts y acabo emborrachándome y con la cabeza sobre la mesa en algún tugurio de Nueva York.
Ayer por la tarde quedé con Truman. Teníamos que hacer planes para la Navidad y decidir si pasamos las fiestas juntos. Me gusta planearlas con tiempo. Pero hemos decidido dejarnos libre la noche de fin de año, por si uno de los dos tiene otro plan mejor. Acabamos la tarde en la cocina riendo y moldeando galletas como en los viejos tiempos. Sin sangre fría entre los dos.
Pero hay un amante que es el más especial para mí. Se llama Jerry, pero la gente le conoce como J.D. Con él todo es diferente. Nos conocemos de hace veinte años y con él no necesito juegos preliminares. En pocos minutos alcanzo lo que busco.
El pasado julio nos volvimos a ver. Él era el guardián entre el centeno. Suelo dejar un tiempo entre citas, para que cada vez que tengamos una, sea siempre como la primera. Y él sabe que nunca me defrauda. Los encuentros con J.D. ocurren en la playa y nos entregamos el uno al otro lejos de miradas inoportunas. O en sábados por la tarde con las persianas ligeramente bajadas. Con él no me avergüenzo de nada. Es verle llegar, con esa sonrisa ligeramente torcida, y el resto del mundo deja de importarme. Conozco a toda su familia Glass. Fui a la boda de Seymour. Pasé tardes con Franny y Zooey.
Ayer, justo a medianoche, alcancé en 6’5 minutos la felicidad, cuando empezaba el día perfecto para el pez plátano.


Lecturas (o relecturas) recomendadas para un buen otoño:

Miss Lonelyhearts de Nathanael West.

A Christmas memory de Truman Capote.

Un día perfecto para el pez plátano de J.D. Salinger.

Middlesex de Jeffrey Eugenides ( opcional ;))


Los relatos de Capote y Salinger se encuentran en la red.

miércoles, 1 de octubre de 2008

EXTRAÑAS PAREJAS


Es 4 de julio, y Hank y Frannie celebran sus cinco años de vida en común. Ella, más apasionada, le regala dos billetes para Bora Bora. Él, mucho más práctico, la escritura de la casa donde viven, y ella se decepciona. La mejor escena viene cuando empiezan a discutir en la cocina y empiezan a hacerse reproches. Ella le dice que no es su príncipe azul. Seguramente aceptó en su momento que él era simplemente un buen hombre, y está desencantada. Él le contesta dolido: ¡Y tú qué! Al principio te pasabas la vida depilándote las piernas, y ahora pasan semanas. A lo que ella replica: ¡Mírate tú! Te has ido dejando, y ahora te pareces cada vez más a un cerdo...Todo esto sucede en la película Corazonada de Francis Ford Coppola.
Esta escena se irá repitiendo en muchas parejas que han dejado de quererse o simplemente se aburren juntos.

Siempre he pensado que antes de llegar al momento en que puedan recriminarte tu dejadez en la depilación, o echarle en cara a tu pareja su mal estado físico, lo mejor es coger a puerta y ¡aire!

Ahora hace seis años que vivo una relación bastante idílica. Convivo con un ser que nunca me dirá si pincho, más que nada porque él también me pincha cuando me roza. Estamos en empate técnico. Paseamos en silencio, comemos en silencio, dormimos en silencio. Así no hay manera de discutir
En el instituto, mi amiga la bruja tenía una profesora de francés y durante las clases lo único que conseguían de ella era que les explicara su particular teoría sobre los inconvenientes del matrimonio. Decía: Lo único que consigues cuando estás casada, es oír como tu marido se tira un sonoro pedo cuando va caminando por el pasillo. Durante aquel curso aprendieron poco francés pero oyeron frases memorables de aquella entrañable profe que, a punto de llegar a la jubilación, seguía soltera.
Yo conviví durante años con un tipo muy divertido. Cuando se encerraba en el lavabo, a mí me gustaba llamar a la puerta para importunarle en su faena:
-Pom, pom.(Yo)
-¿Quién es? (Él)
-¡Soy yo!
-¿Qué vienes a buscar?
-¡A tí!

Repetíamos la escena cada vez que yo conseguía pillarle en el lavabo. Éramos el duo Pimpinela. Ha sido y es, una de las relaciones más estables y divertidas que he tenido.
Y es que pienso que no hay que dejar nunca de lado el sentido del humor. Sin diversión todo se reduce a cero. Hasta en las discusiones más furibundas se ha de procurar acabar con una broma. No hay nada más desagradable que despertar y recordar que ayer discutiste y a ver, ¿cómo te enfrentas a la nueva situación que se creó a partir de una tontería? Ya lo dijo algún sabio consejero matrimonial: Antes de acostaros, procurad hacer la paces...
Conozco una relación que dura desde 1969. Para mí es una de las más perfectas. Son Epi Y blas.
Me encanta ver cómo un Epi juguetón importuna a Blas, cuando éste lo único que desea es leer el periódico tranquilamente sentadito en su sillón orejero. Epi se acerca por detrás a Blas con: ¡Tú la tienes! Esperando a que Blas se levante de su asiento y correteen por la casa persiguéndose como locos.
Epi y Blas comparten habitación. Cada uno en su camita, fundamental según Marcel.lí Virgili para que una relación resulte duradera. A Epi le gusta comer galletas en la cama cosa que Blas aborrece. Pero Epi seguirá comiendo sus galletas en la cama, más que nada porque él es el eterno niño que nunca deberíamos dejar de ser. Ahora circulan por ahí unos rumores difamatorios sobre su relación. Prefiero ignorarlos y dejar que Epi y Blas sigan siendo la pareja ideal.
En la película La extraña pareja , Jack Lemmon Y Walter Matthau conviven un corto espacio de tiempo en el espacioso apartamento de Matthau. Al personaje que interpreta Lemmon, su mujer acaba de abandonarle y Walter Matthau le acoge temporalmente en su casa cuando el abandonado quiere suicidarse. Pronto se arrepentirá de su decisión, cuando Lemmon adopta el papel de mujer de la casa. Ordena, limpia, lava la ropa y cocina. Y lo que en un principio iba a ser una eterna fiesta de solterones, acaba convirtiéndose en una pesadilla para Matthau y sus colegas en la partida de póker que juegan los viernes lejos de sus mujeres.
Conclusión: ¿Existe la pareja perfecta? Mi teoría para conseguirlo consiste en:
Quererse como Hank y Frannie. Abstenerse de reproches. Que haya momentos de silencio como los de Emily y Bruc. Perdonar las posibles ventosidades del otro y tomárselo a risa. Ser a ratos pimpinelas. Que la mujer no actúe siempre como una mujer y el hombre como un hombre, para no acabar como esa extraña pareja. Y siempre, siempre, ser como Epi, eternos niños con ganas de jugar al ¡tú la tienes!
 
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