lunes, 29 de abril de 2013
TURÓ PARC
Cada 30 de abril y desde hace treinta y cinco años, Emilia Carson se levanta de la cama con una misión. Desayuna frugalmente, té y fruta, se fuma un cigarrillo. No importa que llueva, nada raro en un 30 de abril, sople ventisca o luzca el sol. Nada ni nadie consigue que ella no cumpla su promesa. Desde hace treinta y cinco años sale a la calle acompañada de un insoportable perro salchicha, coge un taxi y da instrucciones al conductor: Turó Parc. Antes hace detener el vehículo frente a una floristería y compra un ramito de violetas, sus flores preferidas, no sin antes dar instrucciones al taxista de que vigile al perro, que aúlla y llora al ver desaparecer a su ama tras la puerta del comercio.
Realizado el encargo, se dirige al desesperado conductor con un "sigamos" seco y poco amable. Pero Emilia Carson es así. Desesperante y maleducada con el mundo. Porque desde hace treinta y cinco años, es infeliz.
Sólo ella sabe la verdadera causa de su desdicha. El mundo desconoce lo que pasó hace tanto tiempo y creo que nunca lo sabremos. Cuando ella muera, morirá también su secreto. Hay infinidad de opiniones sobre cómo su carácter risueño ha llegado a agriarse hasta tal modo. Pero así ha sido. Vive en un lujoso piso de la parte alta de la ciudad con la única compañía de su inaguantable perro salchicha. El único que la quiere tal como es.
Cada 30 de abril, Emilia Carson paga al taxista por el corto trayecto de su casa al Turó Parc. El perro y ella entran por la puerta orientada al oeste y caminan por el sendero flanqueado por los árboles de Judas que esperan su llegada para florecer. Quizás son los únicos que se alegran de verla. Mueven sus ramas para dejar caer sobre las dos tristes figuras una fina lluvia de pétalos morados. Por algo son llamados "el árbol del amor". Bajo la lluvia ella sonríe.
Siguen el camino hasta el estanque de las tortugas. Allí, justo en medio y entre nenúfares, se alza la estatua que el ayuntamiento erigió treinta y cinco años antes al Paseante solitario. Ella lo llama "príncipe feliz". Se sienta en un banco e intenta dejar su mente en blanco sin conseguirlo. Después de fumarse un cigarrillo, se levanta con dificultad y abandona la mitad del ramito de violetas sobre su banco.
Luego deshacen lo andado y se van en busca de otra estatua. Ésta permanece escondida entre los setos, justo a la entrada del parque. Es una figura de bronce que representa a un perro salchicha. El querido perro que treinta y cinco años atrás acompañaba a Emilia Carson en sus paseos diarios junto al Paseante. Junto al pedestal la viejecita deja reposar la otra mitad del ramo, mientras suspira: Ay, querido Bruc...¡Cuántos recuerdos!
Pero Emilia desconoce que cuando anochece y tras cerrar las puertas del parque, cuando sólo se oye el silencio y todos los visitantes lo han abandonado, la estatua del perro salchicha recobra la vida y se dirige hasta el estanque. Nada con la ayuda de sus cortas patas hasta el pedestal de la estatua del Paseante, y a sus pies el perro levanta la pata para aliviar su vejiga con un ligero desdén. Éste es su homenaje. De Bruc al Paseante...
Cada 30 de abril Emilia Carson se levanta de la cama con una misión, la de ver a sus dos amigos. Y así seguirá, año tras año hasta que vea su sueño convertido en realidad: Volver junto a ellos y descansar, por fin.
jueves, 25 de abril de 2013
EL PRINCIPITO
¿Qué es un rito ? – dijo el principito.
- Es algo también demasiado olvidado – dijo el zorro. – Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas.
Algú en algun moment va decidir que hi hauria un dia diferent dels altres. Hi hauria un dia en que un home li regalaria una rosa a la seva estimada. Regalar una rosa no vol dir necessàriament amor. Bé, jo crec que sí. Regalar una rosa vermella té el seu significat. Vol dir amor, no ens enganyem. Però l’amor pot tenir moltes formes. Igual que es pot estimar un home entre mil homes, es pot estimar un infant entre mil infants. Un dia en trobes un d’especial. Potser perquè els seus cabells són daurats com el blat madur. Potser perquè els seus ulls són d’un color diferent entre milions d’ulls, que poden canviar segons la llum que els il·lumini o els ulls que els mirin. Jo els veig grisos, però també poden ser blaus.
A aquest infant del que parlo jo li dic el principito perquè me’l recorda. El nen curiós, que et fa preguntes que no sempre tenen resposta. Que et roba el cor perquè ha decidit estimar-te sense prejudicis. Perquè ha pensat que aquell dia, jo, que estic ben lluny de la meva família i que no tinc cap enamorat, no tindré una rosa.
No m’ho esperava, i diuen que quan ja no s’espera res passa el que desitges sense saber-ho. Que finalment vaig tenir la rosa que no esperava. Dimarts havia milions de roses. Segurament moltes van acabar a les escombreries perquè ningú les va comprar o no les va saber buscar. Però la meva rosa és diferent. La meva rosa és única. El principito va evitar que la meva rosa no tingués comprador.
A la meva rosa la cuido cada dia que passa. Li tallo un trosset de tija i li canvio l’aigua. Guardaré els seus pètals entre les pàgines d’algun llibre que encara he de triar. I quan vulgui recordar aquell dia només hauré de buscar el llibre especial que guardarà la meva rosa única entre milions de roses. I potser algun dia, quan el principito es faci gran li podré contestar a la pregunta que em va fer un dia i per a la qual no vaig tenir resposta.
-Però, per què? –em va dir ell- per què?
Un dia ho entendràs. Quan seràs gran i hauràs estimat. Un dia tindràs la resposta a la teva pregunta insistent que em va trencar el cor. Mira de trobar la rosa que et farà feliç i enamora’t. Que no acabi a les escombreries. Fes-la créixer, com un dia van fer amb mi.
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