-Estás bien. Los análisis están perfectos y de momento no existen motivos para preocuparnos más de lo necesario. Podríamos seguir efectuando pruebas, como una punción medular, pero de momento lo descarto. Te haré un hemograma cada tres meses para encontrar una posible enfermedad de la sangre, pero…Si aparecen nuevos síntomas, sólo tienes que pedir visita nuevamente.
La doctora clava su mirada en mí.
-En ti sólo veo a una mujer delgada.
-Y, ¿a qué se deben los ganglios inflamados y el nivel de leucocitos demasiado alto? –pregunto poniendo cara de póker.
-Mira -responde la doctora- a veces nuestro cuerpo pide cosas que nuestra mente no admitiría nunca. Y empiezan las señales de alarma para que reaccionemos.
-¿Algo como qué? –interrogo.
La doctora se levanta de su sillón y se dirige a la puerta para cerrarla con llave.
-Te voy a ser sincera –continúa, bajando la voz –creo que lo que realmente necesitas es unos días de descanso en El Final Feliz. Aparentemente y desde el exterior, es una residencia geriátrica. Los venerables ancianos de cabellos blancos que pasean por el jardín, en realidad son simples actores que actúan como tapadera. Lo que ocurre dentro sólo lo sabes al cruzar el umbral de la puerta de entrada.
Reconozco que no entiendo nada, pero la escucho interesada.
-¿Qué ves en mí? –me pregunta la doctora-. ¿Te has fijado en mi piel?
Observo que pese a su edad, la mujer luce una piel perfecta.
-Pues antes de saber de la existencia de El Final Feliz, mi aspecto era como el tuyo. Delgada, triste, apagada, apática…Y con esa arruga entre la cejas de fruncir el ceño como haces tú ahora.
Relajo los músculos faciales para disimular mi desconcierto.
-Aquello es lo que llamaríamos la Disneylandia del sexo. Un verdadero paraíso habitado sólo por hombres que están a tu servicio. Los hay de todas las razas y nacionalidades.
Mi última cena allí fue sushi servido en un oriental.
Sigo sin comprender.
-¿Entiendes? El sushi estaba servido sobre un hombre oriental. Y no te imaginas dónde estaba el wasabi...
A estas alturas de la conversación mi mandíbula inferior está completamente desencajada.
-¿Conoces a Stieg Larsson?
Asiento con la cabeza.
-¿El escritor famoso que ahora está de moda? –pregunto.
-Pues un fin de semana me contó que está escribiendo la cuarta entrega de Millenium. Conversábamos amigablemente en las hamacas del jardín y cuando me despisté estaba atada a una cama con unas esposas cubiertas de peluche rosa. Estos periodistas con gafitas parecen normales, pero esconden una personalidad de lo más extravagante.
-Creí que Larsson había muerto, lo leí en una revista.
-¡Qué va! Quiso desaparecer durante unos meses, su vida era un completo infierno, y pactó con su mujer una muerte que parecía anunciada. Era adicto a los cafés y un fumador empedernido. Le fue fácil simular un ataque al corazón frente a los trabajadores de la editorial que iba a publicar su libro.
-Vaya…
-Puedes tener a todos los hombres que quieras y dar rienda suelta a tu imaginación. Deberías ver a perfectas mujeres casadas pasear de la mano de algún actor conocido, y las altas ejecutivas… son las peores.
-Bueno, tendría que mirar el estado de mi cuenta corriente antes de decidirme…
-Tranquila, lo financian todo. Necesitas un descanso, hazme caso. Eso sí, el tratamiento es altamente adictivo.
Me despido de la doctora pensando que está completamente chalada. Me ha dado a entender que lo que realmente necesito es una completa cura sexual. Qué desfachatez.
Voy cavilando sobre el asunto hasta llegar al aparcamiento. Subo al coche y enciendo un cigarrillo. Decido llamar y marco 6667830 y dos números más.
-Residencia geriátrica El Final Feliz, dígame. ¿En qué podemos ayudarle?
-Necesito ingresar a mi madre –miento descaradamente.
-¿Y en quién ha pensado para que asista a su madre durante su estancia? –interroga una voz masculina y muy sexy.
-¿Marvin Gaye… está disponible? –balbuceo mientras fantaseo en un posible encuentro con el cantante. Me he imaginado sobre él y a punto para extender sobre su cuerpo un bote entero de nata en spray. Me apetece un suizo.