La sala donde se celebraba el juicio estaba abarrotada de gente. El aire acondicionado no funcionaba y las aspas de los ventiladores no daban abasto para renovar un aire que se hacía cada vez más irrespirable. De fondo sonaba una banda sonora: el vocerío fruto del nerviosismo de un público que esperaba con impaciencia el veredicto. El hombre al que se juzgaba era El Paseante. La víctima de sus fechorías, la encantadora vecina de Blogville, Emily. La mujer presentaba un aspecto abatido. Delgada, pálida y ojerosa. El aspecto del acusado también dejaba que desear. Permanecer entre rejas durante los seis meses en los que se le había aplicado la prisión preventiva antes del juicio, habían hecho mella en un cuerpo en que, antaño, había sido rotundo y joven. La envidia del mismísimo Veí de Dalt. Ahora, la víctima y el acusado apenas recordaban cómo la vida de ambos había tomado un camino sin retorno.
Todo empezó un 31 de enero de 2007. El Paseante le había preguntado a Emily si tenía blog. Como la intención de la mujer era seducirlo, inaguró uno. Aquí empezó su desgracia, y con ella la de El Paseante. Durante cuatro largos e interminables años, el caminante sin rumbo fijo alentaba a su aprendiz a escribir y publicar. Lo que empezó como un juego de seducción, acabó en un intento de asesinato y una novela negra. Para ella, él era su maestro. Y como decía Rosita, la abuela de Emily, “desgraciado el alumno que no aventaje a su maestro”. A día de hoy el futuro pintaba negro para El Paseante. Ahora esperaba, decaído, el veredicto y la sentencia.
El público que asistía al juicio estaba formado en su mayoría por mujeres. Emily las llamaba maliciosamente “bragas mojadas”. Tal era el efecto que causaba en ellas las publicaciones nocturnas de El Paseante en su cuaderno personal. Pero el blog del camminatore disperato corría un serio peligro si el veredicto era de culpabilidad…
EL juez sacó un pañuelo del bolsillo de su toga y secó el sudor de su frente. El jurado llevaba cinco horas deliverando. Cuando por fin se abrió la puerta de la sala contigua a la de juicios se hizo el silencio. Uno de los jurados llevaba en sus manos un sobre cerrado. El resto le seguía con la mirada puesta en el suelo. Aquello no presagiaba buenas noticias para El Paseante. El responsable de entregar la nota con el veredicto se acercó al juez. Éste se puso las gafas para ver de cerca, rompió el sobre y lo leyó. Dio tres golpes de maza e instó al público para que se levantara. Todo el mundo obecedeció. Todos menos Emily y El Paseante.
-Que el acusado y la víctima se pongan en pie –ordenó contrariado el juez.
Los dos se levantaron de sus asientos y se miraron en señal de despedida. El Paseante respiró profundamente y se dispuso a escuchar.
-¿Cuál es el veredicto? –preguntó el juez al jurado número uno. Él ya conocía la respuesta.
-Culpable, señoría.
Un largo murmullo recorrió la sala. El desconsuelo de las mujeres era perceptible. Dos de ellas se desvanecieron lo que provocó aún más el desconcierto en la sala. El abogado de la acusación felicitó a Emily con un abrazo y un beso en la mejilla. Era Miquele Fratello, apodado “el lince” por sus compañeros de profesión. Ella permaneció impasible. Todo había acabado.
-Paseante, le condeno a seis años de trabajos forzados en la isla de Nantucket. Se le privará de cualquier contacto con el exterior, de acceso a internet y se le negará cualquier contacto con mujeres hasta que demuestre signos de arrepentimiento. Si esto sucediera, se le revisará la condena siempre y cuando la víctima exprese su consentimiento para dicho fin.
Todo empezó un 31 de enero de 2007. El Paseante le había preguntado a Emily si tenía blog. Como la intención de la mujer era seducirlo, inaguró uno. Aquí empezó su desgracia, y con ella la de El Paseante. Durante cuatro largos e interminables años, el caminante sin rumbo fijo alentaba a su aprendiz a escribir y publicar. Lo que empezó como un juego de seducción, acabó en un intento de asesinato y una novela negra. Para ella, él era su maestro. Y como decía Rosita, la abuela de Emily, “desgraciado el alumno que no aventaje a su maestro”. A día de hoy el futuro pintaba negro para El Paseante. Ahora esperaba, decaído, el veredicto y la sentencia.
El público que asistía al juicio estaba formado en su mayoría por mujeres. Emily las llamaba maliciosamente “bragas mojadas”. Tal era el efecto que causaba en ellas las publicaciones nocturnas de El Paseante en su cuaderno personal. Pero el blog del camminatore disperato corría un serio peligro si el veredicto era de culpabilidad…
EL juez sacó un pañuelo del bolsillo de su toga y secó el sudor de su frente. El jurado llevaba cinco horas deliverando. Cuando por fin se abrió la puerta de la sala contigua a la de juicios se hizo el silencio. Uno de los jurados llevaba en sus manos un sobre cerrado. El resto le seguía con la mirada puesta en el suelo. Aquello no presagiaba buenas noticias para El Paseante. El responsable de entregar la nota con el veredicto se acercó al juez. Éste se puso las gafas para ver de cerca, rompió el sobre y lo leyó. Dio tres golpes de maza e instó al público para que se levantara. Todo el mundo obecedeció. Todos menos Emily y El Paseante.
-Que el acusado y la víctima se pongan en pie –ordenó contrariado el juez.
Los dos se levantaron de sus asientos y se miraron en señal de despedida. El Paseante respiró profundamente y se dispuso a escuchar.
-¿Cuál es el veredicto? –preguntó el juez al jurado número uno. Él ya conocía la respuesta.
-Culpable, señoría.
Un largo murmullo recorrió la sala. El desconsuelo de las mujeres era perceptible. Dos de ellas se desvanecieron lo que provocó aún más el desconcierto en la sala. El abogado de la acusación felicitó a Emily con un abrazo y un beso en la mejilla. Era Miquele Fratello, apodado “el lince” por sus compañeros de profesión. Ella permaneció impasible. Todo había acabado.
-Paseante, le condeno a seis años de trabajos forzados en la isla de Nantucket. Se le privará de cualquier contacto con el exterior, de acceso a internet y se le negará cualquier contacto con mujeres hasta que demuestre signos de arrepentimiento. Si esto sucediera, se le revisará la condena siempre y cuando la víctima exprese su consentimiento para dicho fin.
El juez volvió a dejar caer la maza tres veces seguidas y dio por terminado el juicio.
El Paseante pensó que, si él fue un pequeño clavo, el martillo con el que le dieron debía ser de Sansón. Dos policías fueron los encargados de llevarse esposado al camminatore disperato. Cuando pasó junto a Emily, la miró. Ella hizo lo mismo y una lágrima furtiva recorrió su mejilla.
-Paseante, vendré a verte –dijo Emily entre sollozos. Sabía que si convencía al alcaide del penal de Nantucket, éste le dejaría tener un vis à vis con El Paseante. Y de paso le llevaría una pareja de periquitos para hacerle compañía. Con un poco de suerte podría acabar escribiendo un tratado de ornitología como Burt Lancaster en El hombre de Alcatraz.
El público fue abandonando sus asientos y en pocos minutos la sala quedó vacía. Sólo un hombre permanecía sentado sonriendo mientras se limaba las uñas de las manos.
-Has estado impresionante. Una actuación digna de Greta Garbo. La pobre y desdichada Emily…-dijo sonriente El Veí de Dalt a su chica. Él había contratado al “lince” para que se encargara de la acusación. Ahora ambos, con El Paseante en chirona, reinaban por fin en Blogville. El camminatore disperato ya era historia.
La pareja salió del edificio por la puerta de atrás con el fin de dar esquinazo a los buitres de la prensa. Subieron al auto negro que les esperaba en el callejón. Ya en su interior, Emily encendió un cigarrillo y exhaló el humo hacia el techo. Se arrellanó en el asiento y sonrió al nuevo rey. Éste puso una mano sobre el muslo de la mujer con la intención de ir subiendo poco a poco hasta alcanzar lo que tanto había ansiado. Llevaba demasiado tiempo esperando este momento. Pero Emily detuvo su gesto con un:
-Si has esperado cuatro años, unos minutos más no te supondran ningún problema. Espera a que lleguemos al hotel y te subiré al séptimo cielo…
El Paseante pensó que, si él fue un pequeño clavo, el martillo con el que le dieron debía ser de Sansón. Dos policías fueron los encargados de llevarse esposado al camminatore disperato. Cuando pasó junto a Emily, la miró. Ella hizo lo mismo y una lágrima furtiva recorrió su mejilla.
-Paseante, vendré a verte –dijo Emily entre sollozos. Sabía que si convencía al alcaide del penal de Nantucket, éste le dejaría tener un vis à vis con El Paseante. Y de paso le llevaría una pareja de periquitos para hacerle compañía. Con un poco de suerte podría acabar escribiendo un tratado de ornitología como Burt Lancaster en El hombre de Alcatraz.
El público fue abandonando sus asientos y en pocos minutos la sala quedó vacía. Sólo un hombre permanecía sentado sonriendo mientras se limaba las uñas de las manos.
-Has estado impresionante. Una actuación digna de Greta Garbo. La pobre y desdichada Emily…-dijo sonriente El Veí de Dalt a su chica. Él había contratado al “lince” para que se encargara de la acusación. Ahora ambos, con El Paseante en chirona, reinaban por fin en Blogville. El camminatore disperato ya era historia.
La pareja salió del edificio por la puerta de atrás con el fin de dar esquinazo a los buitres de la prensa. Subieron al auto negro que les esperaba en el callejón. Ya en su interior, Emily encendió un cigarrillo y exhaló el humo hacia el techo. Se arrellanó en el asiento y sonrió al nuevo rey. Éste puso una mano sobre el muslo de la mujer con la intención de ir subiendo poco a poco hasta alcanzar lo que tanto había ansiado. Llevaba demasiado tiempo esperando este momento. Pero Emily detuvo su gesto con un:
-Si has esperado cuatro años, unos minutos más no te supondran ningún problema. Espera a que lleguemos al hotel y te subiré al séptimo cielo…
Ya en la habitación del Regàs, el lugar ideal para proporcionar un alojamiento íntimo y discreto para parejas sedientas de amor, el Veí empezó a desvestirse. Emily le pidió que se dejara la ropa interior puesta, ya que le gustaba ser a ella quien se la quitara lentamente. Sabía que aquello hacía enloquecer a los hombres. Él la complació y se tumbó en la cama dejándose puestos los calzoncillos y la camiseta imperio con la que cubria su torso velludo.
-Tengo una sorpresa –dijo Emily con picardía-. ¿A que no adivinas qué le he quitado a uno de los policías?
Ella extrajo unas esposas de su bolso, se subió a horcajadas sobre el hombre y le ató al cabecero de la cama. El Veí se sintió indefenso y pensó que algo no andaba bien cuando ella se bajó del lecho, se sentó en el sofá de cuero y encendió con calma otro de sus pitillos. Unos golpes sonaron en la puerta.
-¡Abran a la policía!
Emily se dirigió a la puerta y abrió.
-Joder, has tardado. Un poco más y…
Miquele Fratello sonrió y la besó.
-Perdona, no encontraba aparcamiento para la moto y no quería entrar en el párquing con ella –el abogado dejó caer su casco sobre la cama y miró al infeliz que permanecía atado a ella. Ahora, con El Paseante y El Veí fuera de juego, él sería el nuevo rey de Blogville. Y Emily sería su reina.
Cuando se cerró la puerta tras ellos, dejándole abandonado, El Veí gritó:
-¡Paseanteeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!
-Tengo una sorpresa –dijo Emily con picardía-. ¿A que no adivinas qué le he quitado a uno de los policías?
Ella extrajo unas esposas de su bolso, se subió a horcajadas sobre el hombre y le ató al cabecero de la cama. El Veí se sintió indefenso y pensó que algo no andaba bien cuando ella se bajó del lecho, se sentó en el sofá de cuero y encendió con calma otro de sus pitillos. Unos golpes sonaron en la puerta.
-¡Abran a la policía!
Emily se dirigió a la puerta y abrió.
-Joder, has tardado. Un poco más y…
Miquele Fratello sonrió y la besó.
-Perdona, no encontraba aparcamiento para la moto y no quería entrar en el párquing con ella –el abogado dejó caer su casco sobre la cama y miró al infeliz que permanecía atado a ella. Ahora, con El Paseante y El Veí fuera de juego, él sería el nuevo rey de Blogville. Y Emily sería su reina.
Cuando se cerró la puerta tras ellos, dejándole abandonado, El Veí gritó:
-¡Paseanteeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!