jueves, 25 de junio de 2009

SEXUAL HEALING

Per a Joan. Se'n riurà de mi i em recordarà eternament la meva negació a tornar a escriure. Gràcies, furret. I per què no, al Veí de Dalt. Ell ja sap perquè.


-Estás bien. Los análisis están perfectos y de momento no existen motivos para preocuparnos más de lo necesario. Podríamos seguir efectuando pruebas, como una punción medular, pero de momento lo descarto. Te haré un hemograma cada tres meses para encontrar una posible enfermedad de la sangre, pero…Si aparecen nuevos síntomas, sólo tienes que pedir visita nuevamente.
La doctora clava su mirada en mí.
-En ti sólo veo a una mujer delgada.
-Y, ¿a qué se deben los ganglios inflamados y el nivel de leucocitos demasiado alto? –pregunto poniendo cara de póker.
-Mira -responde la doctora- a veces nuestro cuerpo pide cosas que nuestra mente no admitiría nunca. Y empiezan las señales de alarma para que reaccionemos.
-¿Algo como qué? –interrogo.
La doctora se levanta de su sillón y se dirige a la puerta para cerrarla con llave.
-Te voy a ser sincera –continúa, bajando la voz –creo que lo que realmente necesitas es unos días de descanso en El Final Feliz. Aparentemente y desde el exterior, es una residencia geriátrica. Los venerables ancianos de cabellos blancos que pasean por el jardín, en realidad son simples actores que actúan como tapadera. Lo que ocurre dentro sólo lo sabes al cruzar el umbral de la puerta de entrada.
Reconozco que no entiendo nada, pero la escucho interesada.
-¿Qué ves en mí? –me pregunta la doctora-. ¿Te has fijado en mi piel?
Observo que pese a su edad, la mujer luce una piel perfecta.
-Pues antes de saber de la existencia de El Final Feliz, mi aspecto era como el tuyo. Delgada, triste, apagada, apática…Y con esa arruga entre la cejas de fruncir el ceño como haces tú ahora.
Relajo los músculos faciales para disimular mi desconcierto.
-Aquello es lo que llamaríamos la Disneylandia del sexo. Un verdadero paraíso habitado sólo por hombres que están a tu servicio. Los hay de todas las razas y nacionalidades.
Mi última cena allí fue sushi servido en un oriental.
Sigo sin comprender.
-¿Entiendes? El sushi estaba servido sobre un hombre oriental. Y no te imaginas dónde estaba el wasabi...
A estas alturas de la conversación mi mandíbula inferior está completamente desencajada.
-¿Conoces a Stieg Larsson?
Asiento con la cabeza.
-¿El escritor famoso que ahora está de moda? –pregunto.
-Pues un fin de semana me contó que está escribiendo la cuarta entrega de Millenium. Conversábamos amigablemente en las hamacas del jardín y cuando me despisté estaba atada a una cama con unas esposas cubiertas de peluche rosa. Estos periodistas con gafitas parecen normales, pero esconden una personalidad de lo más extravagante.
-Creí que Larsson había muerto, lo leí en una revista.
-¡Qué va! Quiso desaparecer durante unos meses, su vida era un completo infierno, y pactó con su mujer una muerte que parecía anunciada. Era adicto a los cafés y un fumador empedernido. Le fue fácil simular un ataque al corazón frente a los trabajadores de la editorial que iba a publicar su libro.
-Vaya…
-Puedes tener a todos los hombres que quieras y dar rienda suelta a tu imaginación. Deberías ver a perfectas mujeres casadas pasear de la mano de algún actor conocido, y las altas ejecutivas… son las peores.
-Bueno, tendría que mirar el estado de mi cuenta corriente antes de decidirme…
-Tranquila, lo financian todo. Necesitas un descanso, hazme caso. Eso sí, el tratamiento es altamente adictivo.
Me despido de la doctora pensando que está completamente chalada. Me ha dado a entender que lo que realmente necesito es una completa cura sexual. Qué desfachatez.
Voy cavilando sobre el asunto hasta llegar al aparcamiento. Subo al coche y enciendo un cigarrillo. Decido llamar y marco 6667830 y dos números más.
-Residencia geriátrica El Final Feliz, dígame. ¿En qué podemos ayudarle?
-Necesito ingresar a mi madre –miento descaradamente.
-¿Y en quién ha pensado para que asista a su madre durante su estancia? –interroga una voz masculina y muy sexy.
-¿Marvin Gaye… está disponible? –balbuceo mientras fantaseo en un posible encuentro con el cantante. Me he imaginado sobre él y a punto para extender sobre su cuerpo un bote entero de nata en spray. Me apetece un suizo.

lunes, 27 de abril de 2009

EMILY CALLA


Hoy, como Wendy, he querido coser mi sombra a mis pies. Siempre se escapa, juega y corretea. A veces la alcanzo. Entonces busco hilo, aguja y dedal e inútilmente quiero atarla a mi cuerpo. Me enfado con ella y vuelve arrepentida.
Pero hoy la he visto tan libre y feliz lejos de mi, que la he dejado ir.
Sólo le he pedido una cosa: que se pegara a la sombra de lo que quise.

miércoles, 1 de abril de 2009

TÓMAME CON EL TÉ


Te lo confieso a ti, abogado, porque sé que bajo el secreto profesional, nadie más que tú y yo sabremos lo qué pasó. No existe cuerpo ni arma del delito. Sin remordimientos te lo cuento. Estuve y aún estoy enamorada. Éramos tres y sobraba uno.

Llevo tres años compartiendo las tardes del jueves con Matt. Las reuniones son siempre en su casa, rodeados de los libros que tanto quiere. Él me recomienda las lecturas mientras me sirve el té. Lee sus poemas y yo procuro disimular el placer que me produce el que sea sólo yo la que conoce la existencia de estos poemas. Quiero creer que a veces piensa en mí para escribirlos.

Todo funcionaba perfectamente entre los dos. Yo esperaba con ansia el momento de nuestro encuentro. Él me abría su casa, me ofrecía té y yo llevaba las pastitas con las que lo acompañábamos.

Para mi sorpresa, un día todo cambió. Aquel jueves me abrió la puerta como de costumbre, pero sus ojos brillaban de una manera especial. Me condujo hasta la biblioteca, me senté en mi sillón y observé que en la mesita donde antes estaba la tetera y dos tazas, ahora había una tercera.

-¿Esperamos a alguien?-le pregunté extrañada.
-Sí, hoy tendremos compañía. –Y antes de que yo pudiera volver a preguntar, sonó el timbre.

Se precipitó nervioso hasta la puerta y pude oír la voz de una mujer. Él se reía. Noté cómo mi corazón se aceleraba. La sangre me quemaba la cara.

Las risas continuaron hasta que entraron en la biblioteca. Junto a Matt entró una mujer. Era bellísima. Imponía su presencia con su larga cabellera roja y su alta estatura. Ahora ya sabía a qué se debía el nuevo brillo en la mirada de él.

Nos presentó y a partir de aquel momento yo dejé de existir. No sé ni cómo pasaron las horas, no recuerdo nada. Sólo sé que me fui antes de hora alegando un súbito dolor de cabeza.

Cuando se cerró la puerta tras de mí, unas rabiosas lágrimas me nublaron los ojos. Volví a casa cruzando las calles ajena a los bocinazos de los coches que encontraba a mi paso. Sé que crucé varias calles sin mirar. Sólo quería llegar a casa y llorar. Pasé tres días desaparecida y con fiebre. No contestaba al teléfono. Quería dormir, dormir…Al tercer día reaccioné y pude pensar fríamente. Tenía un plan.

Seguimos con las reuniones del jueves, pero ahora éramos uno más. Ella acaparaba toda la atención de Matt. Hablaba y hablaba, exponiendo sus ideas. Opinaba sobre sus poemas, y ahora era ella la que servía el té. Él sólo tenía ojos para ella. No culpo al inglés. Abogado, tú también hubieras caído bajo su hechizo.

En una reunión, mientras ella le distraía con sus palabras, sus gestos y su risa, yo me limitaba a comer las galletas de mantequilla. Era tan perfecta que hasta cocinaba. Ahora era ella quien las llevaba, las mías apenas eran tocadas. Mis pensamientos volaban lejos. Había decidido que ella tenía que desaparecer, y mordisqueando una de sus pastas, ya supe cómo.

Conseguí hacerme con la receta de las pastas para el té. Después de tres años de comprar kilos de pastas, la dependienta de la tienda me explicó cómo se hacían: sólo tenía que mezclar harina, azúcar y mantequilla.

La última tarde que vi a Matt llegué puntualmente como cada jueves. Ella tardaba y decidimos empezar sin ella. Saqué las pastas que yo había cocinado, y él empezó a comer una tras otra. Estaba nervioso y contrariado. Distraído e inquieto por su ausencia, y no se interesaba por la conversación que yo intentaba mantener. Miraba la hora insistentemente, esperando oír el timbre de la puerta.

Lo que no supo ni sabrá jamás es que aquella tarde, en nuestra última reunión, estuvimos los tres. El inglés, yo y la escultural pelirroja, convertida ahora en deliciosas pastitas para el té.

jueves, 26 de marzo de 2009

KIT PARA MARY KATE


Yo no sé si a vosotros os ha pasado lo mismo, pero he echado de menos los kits de supervivencia de MK. Y estos tres meses sin sus kits se han hecho laaaargos...

Quería idearle un kit para ella, pero sólo ella los puede hacer. A mí me falta su chispa. Así que he pensado en hacerle un regalo. Bueno, dos. Le regalo una leica i un viaje a África. Que se vaya de safari, pero fotográfico.

Que sea Ava Gardner en Mogambo. O Deborah Kerr en Las minas del rey Salomón. O Katharine Hepburn en La reina de África.

Clark Gable, Stewart Granger, ¡preparad la escopeta! y protegedla de las leonas hambrientas y tú, Humphrey, prepara un dry martini, que llegará sedienta de su safari.

O simplemente que encuentre al despistado Dr Livingstone, y ella le diga:
- Dr Livingstone, África soy yo. Explórame.


La última frase está sacada de una canción de Kikí d'Akí. Gracias, Kikí, por la canción.

lunes, 16 de marzo de 2009

TE QUIERO, ES PRIMAVERA DE NUEVO



Esta tarde mientras trabajaba ha sonado esta canción. Me he levantado para bailarla, he mirado a mi alrededor y como no había nadie, le he pedido a Bruc si me concedía el baile. Le he cogido en brazos, y le he cantado: te quiero, es primavera de nuevo, te quiero.

Pero como se ha cansado pronto, le he dejado en el suelo, y he buscado un cigarrillo. Y me he puesto bailar. He imaginado que era una cálida noche de abril, y bailaba junto al hombre que me quería, podría ser William Holden. Estamos en una pista de tenis y de fondo se escucha la música del baile. Nos rozamos las mejillas, mientras me susurra, te quiero, es primavera, te quiero.

La canción no dejaba de sonar mientras Bruc me miraba extrañado. Quizás es porque estoy contenta, quizás porque coso el vestido más bonito del mundo, para que alguien baile una noche de abril, y le susurre al oído del hombre que ama: te quiero, es primavera de nuevo, te quiero.

Sobre la falda del vestido han caído pétalos de flor de almendro, para recordarles a esa pareja que bailará en abril, que siempre será primavera si se susurran al oído que se quieren.

Porque la vida, al fin y al cabo, debería de ser esto. Un eterno baile junto a la persona que quieres. Y que siempre sea primavera. Y que esta canción no deje de sonar nunca.
Porque esta canción nos pertenece a todos. Para ti y para mí.

jueves, 12 de marzo de 2009

AGUAS DE MARZO


Hoy he recibido una llamada. Al principio no he reconocido su voz, pero al oírle hablar, he sabido quien era. Justamente hoy. La última vez que supe de él, yo me preparaba para nacer.

Me ha citado en el bar que frecuento. No tenía ganas de volverle a ver, francamente. Creo que busca hacer un balance de lo que ha sido mi vida. Le he preguntado cómo le reconocería después de tantos años. Ya te buscaré yo, me ha contestado.

Acudo a la cita con tiempo de sobra. Y aunque intento que un día alguien me espere, es imposible. Siempre soy yo la que acaba esperando. Entro en el bar y busco rápidamente un sitio para sentarme. Al final elijo el taburete de la barra que queda más lejos de la entrada del local. Así tengo unos segundos para observarle mientras él me busca con la mirada. Le veo llegar. Sigue igual que cuando me habló aquel día. Con su cabello blanco, la expresión severa que tanto asustaba a los otros niños y su caminar pausado y elegante.

Cuando da conmigo, sonríe y yo le devuelvo la sonrisa tímidamente.

-¿Cómo estás, Emily?
-Bien -le respondo-. Algo extrañada por tu llamada.
-Bueno, han pasado algunos años desde nuestro último encuentro y tenía ganas de volverte a ver y saber qué es de tu vida.
-Pero si tú lo sabes todo de mí, ¿no?

Me ignora y pide al camarero una copa mientras se sienta a mi lado.

-He pensado en que tú y yo deberíamos tener una charla -estas palabras me asustan. Parece que viene a rendirme cuentas- Te he estado observando este último tiempo y me pareció que deseabas volver a mi lado.
-No sé de dónde sacas esto –le miento. Sé que es inútil enredarle.
-No mientas, Emily. Querías dar conmigo y aquí me tienes.
-Bueno, todo eso ya pasó. Sólo tuve unos días malos, la verdad.

El día que me invitó a nacer me explicó que habría días en que le daría las gracias por haber nacido y que otros desearía no haberlo hecho.

-Mira, te elegí entre los demás niños porque en ti vi algo especial. Y porque te di el don de crear cosas de la nada y creo que lo has desperdiciado.
-Siento haberte defraudado. Sé que tienes razón, pero tus palabras duelen. Quizás te equivocaste de persona. Podrías haber elegido otro día para pasarme factura. Ya sabes qué día es hoy.
-Justamente por eso. Tenemos que hacer balance. Debo pensar en si vuelves a mi lado o te doy otra oportunidad. De momento te concedo cinco años. Ni uno más ni uno menos. Quiero que demuestres que no me equivoqué al elegirte.

Hay un silencio largo, de los que me gusta hacer cuando me tomo un tiempo para pensar, como si la pantalla se quedara en blanco. No encuentro una respuesta. Él se levanta para irse y me mira. Sabe que siempre callo cuando algo me duele.

-Acepto la propuesta. Si dentro de cinco años no te he demostrado quién soy, volveré a tu lado. Sólo te pido una cosa: no volver a nacer. Siento que he vivido a lo largo de muchos siglos en diferentes cuerpos. Y si volviera a nacer, que sea con una alma nueva, con la ilusión de tener alguna cosa por estrenar.

El Creador asiente con la cabeza y me doy cuenta que busca despedirse.

-Por cierto, Emily. ¿Qué regalo quieres que te haga antes de irme?
-Ya me lo has hecho, me has dado cinco años más –le respondo.

Pero como me gusta jugar, pienso en lo que realmente me hubiera gustado tener esta noche y saber si de verdad me lee el pensamiento. Levanto las cejas interrogativamente y el me contesta con una sonrisa.

-Si está en mis manos, lo haré. Espero que pasen muchos años antes de que nos volvamos a ver. Significará que has cumplido tu promesa y que no volverás a mi lado antes de tiempo.

Me apoyo en la barra del bar y me sujeto la cabeza con las manos. Pienso que en estos cinco años que me ha dado de prórroga debo hacer muchas cosas, para demostrarle al Creador que no se equivocó al elegirme. Aún hay mucho por vivir. Pero conociéndome, ya lo pensaré mañana.

Me quedo ensimismada mientras él se aleja. Ya sólo quedamos el barman y yo.

-Sírvete una copa y tómatela a mi salud. Hoy es mi cumpleaños. Cumplo cuarenta y tres años –le contesto antes de que me lo pregunte.

PS. Este post tiene un precedente. El año pasado y por mi cumpleaños, escribí un cuento. En él, Emily vive en el limbo con sus tres perros. El Creador se fija en ella y le muestra un mundo nuevo. Ella no quiere nacer, pero al final acepta. Siempre he pensado que he desperdiciado el tiempo, (¿será por el sentido trágico de la vida?). Ahora el Creador tenía ganas de volverla a ver.





domingo, 22 de febrero de 2009

LOVE FOR SALE ¿Quién está dispuesto a pagar el precio de un viaje al paraíso?


Vuelvo a casa. Tranquilízate. Pongo la llave en el contacto y arranco el coche. Enciendo un cigarrillo y dejo que se consuma en el cenicero del coche. Hoy los trece kilómetros que me separan del apartamento se me hacen eternos. Sólo deseo acostarme en mi cama y dormir profundamente. Mañana ya pensaré en todo ello. En lo que ha significado volver a encontrarle después de tantos años. En todo lo que me ha dicho mientras hemos compartido un cigarrillo.

La imagen que me devuelve el espejo del ascensor me desagrada. Soy patética. ¿A qué has jugado? ¿Cómo has sido capaz? Pero no quiero pensar más. Intentaré olvidar lo que he hecho esta noche y mañana mi vida volverá a ser como antes. Sólo que hoy tengo día de descanso y no sé cómo voy a ocuparlo. Quizás invito a Dani a comer. Necesito contarle a alguien lo que ha pasado. Y ahora sólo le tengo a él.

Entro en mi apartamento. El perro sueña dormido en el sofá y ni siquiera levanta la cabeza para saludarme. Me siento junto a él para descalzarme. Mis piernas lo agradecen. Acaricio al perro y le beso.

Me dirijo a la habitación y oigo el respirar de alguien que duerme profundamente en mi cama. Es Dani. Me acerco a él y despeino su cabello para despertarle. Despierta, vamos, es hora de irte a tu casa. Abre los ojos y me mira somnoliento.

- Te estaba esperando. Hoy he tenido el presentimiento de que harías una tontería.
- No te preocupes, sólo he salido con los del trabajo.
- ¿Vestida así?
- Venga, soy una mujer y a veces me comporto como tal.

Me acuesto a su lado. Él no se mueve. Coge mi mano y la acerca a su cara.

- Siempre me han gustado tus manos.

"Amor en venta, joven y apetitoso. Amor en venta, amor fresco. Y todavía sin estropear. Amor en venta, sólo ligeramente mancillado. Amor en venta. ¿Quién quiere comprar? ¿Quién desea catar mi oferta? ¿Quién está dispuesto a pagar el precio de un viaje al paraíso? Amor en venta. Que los poetas canten al amor, a su infantil manera. Yo conozco todos los amores que hay, mucho mejor que ellos. Si queréis conocer la emoción del amor, yo he pasado por el molino del amor. Del amor viejo, del amor nuevo. De todos los tipos del amor, menos del verdadero. Amor en venta. Si quieres comprar mi mercancía, sígueme por las escaleras. Amor en venta".
Cole Porter

jueves, 12 de febrero de 2009

LOVE FOR SALE la continuación


Per a Joan


Cada primeros de diciembre la misma historia. La empresa organiza una cena para agradecernos lo bien que trabajamos y hacernos ver lo felices que somos trabajando para ella. Se supone que somos afortunados. Nos juntan a todos en una furgoneta mercedes vito como a unos imbéciles y nos llevan a un restaurante de La Pineda. Y acabamos en una discoteca con una fiesta organizada exclusivamente para sus trabajadores.

Este año he decidido ir conduciendo mi propio vehículo. Para ahorrarme la sórdida fiesta que viene tras a la cena. Solemos acabar bailando completamente borrachos y totalmente desinhibidos. En la mano, un vaso medio vacío cuyo contenido suele acabar directamente sobre la pista. Lo que contribuye a los resbalones y a las consiguientes risas de los colegas.

Cuando llega el momento del juego de las sillas, justo en ese instante, yo desaparezco. Para evitar que me toque el premio de la chica ligera de ropa sentada a horcajadas sobre mí y tener que explicárselo luego a mi mujer.

Este año han reservado la cena en una brasería situada en la carretera de la costa. Llego con el tiempo justo de buscar la mesa en la que se sientan mis compañeros y me limito a mirar con desgana el menú que ofrecen. Me decido por el solomillo acompañado de verduras braseadas. Justo en el momento que levanto la mirada para pedir mi cena a la camarera, la veo. Me ajusto bien las gafas para ver mejor y creo que es ella. Hace veinte años que no nos vemos. Se mueve con ligereza entre las mesas, cargada con tres platos en cada brazo, como si se tratara de la cosa más natural del mundo.

Está concentrada en su trabajo y no dedica ni una sola mirada a los clientes. Con suerte, no reparará en mí. Me sirvo una copa de vino y me dedico a observarla. Físicamente está igual o al menos lo parece de lejos. Quizás un poco más delgada de cuando la conocí. Lleva el mismo peinado corto que tanto la favorecía, sólo que ahora un ligero flequillo a la moda cubre su frente.

Apenas toco la comida. Aparto con el tenedor lo que me gusta de lo que no y acabo comiendo solamente la carne. Ya he llenado cuatro veces mi copa para estar preparado por si en una de sus miradas, sus ojos se cruzan con los míos y me reconoce.

Hace veinte años se bajó de mi coche y se despidió con un “te deseo toda la suerte del mundo, pero no vuelvas a llamarme nunca más”. Con una gran frialdad acabó la relación que había empezado nueve meses atrás. No intenté retenerla. Había llegado el momento que tanto temí y nada pude hacer para conservarla. Aún duele recordarlo y me sirvo otra copa.

La cena ha terminado y los compañeros de trabajo están impacientes por abandonar el restaurante y seguir la fiesta en la discoteca. Me escondo entre ellos cuando paso junto a ella y salimos al exterior. Intentan convencerme para que siga con ellos, pero yo me dirijo hasta mi coche y me despido con un “hasta mañana y divertíos”.

Pero vuelvo a entrar en el restaurante y hablo con el encargado. Le pregunto a qué hora suelen acabar sus empleados, pues espero a uno de ellos. El tipo se resiste a darme la información pero le convenzo sacando un billete de número elevado. Lo acepta y me cuenta que a eso de la medianoche y por la puerta trasera del restaurante.

Vuelvo al coche y lo dirijo hacia la parte de detrás. Esperaré a que salga. No pasa ni media hora cuando ella aparece. Saca unas llaves del bolso y se encamina hacia un utilitario. Introduce la llave en la cerradura del coche, arranca y yo hago lo mismo. Evito encender las luces y la sigo. Para mi sorpresa sólo conduce unos metros. Vuelve a aparcar bajo unos pinos, como si quisiera ocultar el coche. Yo hago marcha atrás y vuelvo al mismo lugar donde estaba. Desde allí puedo verla sin que ella me vea.

Pasan los minutos y enciende un cigarrillo. Ha bajado la ventanilla y veo salir el humo del tabaco. Sigue fumando, como veinte años atrás. Ahora abre la puerta del coche y se baja. Me sorprende su nuevo atuendo. Lleva una cazadora estrecha, una falda cortísima y unas botas que le llegan hasta medio muslo. Empieza a caminar hacia la carretera. Decido bajarme del coche y seguirla, mirando de no hacer ruido y que se percate de mi presencia.

Se queda de pie al borde de la carretera y enciende otro cigarrillo. Mi corazón empieza a palpitar desbocado. Corro hacia mi coche, arranco y salgo por la entrada principal del restaurante. Estoy temblando. Me dirijo hacia donde está ella, mirando que otro vehículo no se me adelante. Le hago las luces y me paro en el arcén. Ella me ve y se encamina hacia mi coche seductoramente, balanceándose.

Sólo espero que no me reconozca y que mi aspecto sea lo suficientemente diferente al de aquel chico que ella dejó veinte años atrás. Ahora echo de menos fumar un cigarrillo. Ella me sonríe y abre la puerta del coche. Ya no puedo huir. Lo que haya de ser, será.

miércoles, 11 de febrero de 2009

ESPLENDOR EN LA HIERBA


aunque nada pueda hacer volver la hora
del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos, pues encontraremos
fuerza en el recuerdo

Versos de la Oda:
Intimations of Inmortality de William Wordsworth

domingo, 1 de febrero de 2009

LOVE FOR SALE


Cada día conduzco los 13 kilómetros que me separan de mi apartamento en La Pineda hasta mi lugar de trabajo. Busqué una ocupación que apenas me dejara tiempo libre. Para no tener que pensar en lo poco atractiva que ha sido y es, mi vida. Trabajo de camarera en una brasería. Me gusta el lugar. Está situada en la carretera de la costa, a pocos metros del mar. Y en mis descansos, entre turno y turno de comidas, camino hasta él y me fumo un cigarrillo a solas cuando es temporada baja.

Soy especialista en llevar en cada brazo tres platos grandes de carne a la brasa, con su habitual acompañamiento de verduras braseadas o de patatas fritas o cocidas al estilo alemán. Y si no me han echado aún del trabajo es porque soy rápida y eficiente en él.
Un día me perdonaron una falta grave. Fue durante una de esas cenas de empresa, antes de Navidad. Un tipo se atrevió a meterme mano bajo la camiseta y yo reaccioné embadurnándole la entrepierna con un bote entero de salsa de mostaza.

Mis compañeros de trabajo me llaman la “dura” o la” intocable”. Casi nunca hablo con ellos y menos aún saben de mi vida. Sólo converso con Dani, el hijo adolescente de la portera de la finca donde vivo. Llegué a un acuerdo con él: me saca el perro cuando duermo por la mañana o si mi jornada laboral se alarga demasiado. A cambio, le dejo mi cama si tiene un ligue. Sólo le pedí que no dejara rastro de su paso por el apartamento. Ni de él ni de su chica.

A veces, cuando llego a casa, me espera en la terraza. Nos sentamos en una mecedora, apoyando nuestros pies en la baranda, y bebemos cerveza mientras contemplamos la luna que juega a esconderse entre las ramas de los árboles. Alquilé el apartamento por el pequeño bosque de pinos que hay justo enfrente. Allí es donde mi perro olisquea y arrastra sus orejas por el suelo, seguramente recordando que un día fue joven y su nariz aún servía para el rastreo de una pieza de caza.

En eso se basa mi vida. En mi trabajo, en Dani y sus conversaciones nocturnas y en los paseos ocasionales junto a mi perro. Y en mis cortos desplazamientos en coche por la carretera de la costa. Me gusta la desolación y la sordidez de los apartamentos en invierno. Sólo los habitamos los pocos trabajadores que quedamos del sector turístico y las parejas de jubilados extranjeros que llegaron atraídos por el suave clima.

Pero lo que más me atrae de la carretera son las chicas que trabajan en ella. Y una en especial. Se sitúa cerca del restaurante pero dejando los metros suficientes para evitar que le llamen la atención. Por su aspecto es extranjera. Rubia, delgada y muy joven. Fuma como yo, un cigarrillo tras otro. Viste siempre la misma ropa. Una cazadora estrecha, dejando abierta la cremallera hasta que alcanza el nacimiento del pecho. Una falda corta y unas botas altas, hasta medio muslo. Tiene unas piernas larguísimas, y esa parte del muslo que queda a la vista entre el final de su falda y cuando empiezan las botas, es perfecta. Trabaja desde el mediodía hasta la medianoche, que es cuando un coche la recoge. Día tras día, como yo y sin descansos de fin de semana.

Un día le pregunté a Dani si él me veía trabajando en la carretera. Con su habitual humor adolescente me contestó: bah! Seguro que los coches aceleran. ¿En serio? ¿Crees que no pararía nadie? Le pregunté contrariada. Seguro que sí, mujer. Aún estás buena para tu edad-me consoló. Para él, a mis cuarenta años, puedo ser su madre.
-¿Por qué no lo pruebas?-me sonrió divertido. Yo le quité la cerveza de la mano y le eché del apartamento, dando por concluida nuestra conversación.

Pero la idea de prostituirme por unas horas no se me va de la cabeza. Fantaseo mientras conduzco. Qué ropa me pondría, como sería la interior. Qué zapatos calzaría…Y lo más importante, cuántos coches detendrían su paso esperando mi servicio.

Al levantarme esta mañana, he decidido que hoy sería mi gran día. He dejado al perro al cuidado de Dani y he ido de tiendas. Me he comprado una cazadora estrecha como la de ella. Y una falda tan breve como la suya. Y un par de botas negras. Me llegan hasta el muslo. No tengo su altura, pero lo que queda entre la falda y la bota no está nada mal. En la tienda de ropa interior he adquirido un sujetador que me recoge el pecho. A tu edad, es lo mejor, me ha dejado caer la empleada. Las bragas, casi inexistentes.

He trabajado como cada día. Pero hoy he hecho uso del baño que tenemos los empleados del restaurante. Me he duchado a fondo, para borrar de mi cuerpo y de mi cabello el olor a carne asada. He decidido cambiarme de ropa en el coche, para que el resto de los empleados no notaran lo extraño de mi nuevo atuendo. He encendido un cigarrillo y he esperado a que apareciera el coche que recoge a la chica de la carretera. Cuando se han ido, he arrancado el coche y lo he aparcado entre unos pinos, donde ha quedado semi oculto. He vuelto a fumar. He suspirado, mirando mi mano mientras abría la puerta del coche y he bajado del coche.

He buscado el lugar donde ella está cada día, y me he quedado de pie esperando a mi primer cliente. Esta noche hace frío. Pero aun así me he dejado la cremallera de la chaqueta abierta hasta el nacimiento del pecho. Como ella. Y he encendido otro cigarrillo para calmarme. La sensación de frío hace que me encorve ligeramente, como hace ella. Pero un coche se acerca y me hace señales con las luces. He enderezado mi cuerpo, he caminado hacia él, balanceando mi cuerpo, como ella.
 
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