Estos días, y debido a mi trabajo, he tenido en mis manos prendas de vestir de finales del siglo XIX y principios del XX. Vestidos de mujer: chaquetillas cortas y entalladas, faldas largas, toquillas hechas en París, echarpes de imitación de astracán, con flecos y abalorios, ropa interior (unos calzones femeninos con una enorme abertura que provocaron más de un comentario subido de tono), enaguas...Los trajes de hombre son más insulsos, pero no por ello menos interesantes: trajes de payés, calzones de trabajo, camisas negras, camisas blancas y unos calzoncillos de algodón, dotados también con una enorme abertura delantera…Más risas.
Esta tarde, mientras fotografiaba las prendas, me he fijado en una camisa de hombre. La he empezado a observar con detalle, y estaba hecha por unas manos muy diestras. He levantado la mirada y he contemplado con placidez el río. Y he dicho en voz alta: esta camisa está hecha con mucho amor. Las mujeres que me acompañaban han reído por mi ocurrencia. Cada parte de la camisa estaba delicadamente cosida. Cada detalle, como el arrugado de la tela en los puños, delataba a una mujer enamorada. Y por un momento, mi pensamiento ha volado lejos, ¡qué poco me cuesta! y he imaginado la escena de su costura:
Hay una pareja sentada junto al fuego. Ella es guapa, y en su suave sonrisa, y por la forma de mirar a su marido, está muy enamorada. En sus manos está la prenda que cose. Una camisa blanca, con pechera a rayas. Ahora está aplicando el puño, y se ha esmerado en el fruncido de la tela. De vez en cuando se frota los ojos; la luz es demasiado tenue para coser, pero le queda poco tiempo para acabarla. Es sábado por la noche, y la camisa ha de estar a punto para que su marido la estrene el domingo. Él se limita a descansar junto al fuego. Ha estirado las piernas y observa el trabajo de su mujer. Y en ese momento, mirando como ella cose, se da cuenta de cuánto la quiere.
Esta tarde, mientras fotografiaba las prendas, me he fijado en una camisa de hombre. La he empezado a observar con detalle, y estaba hecha por unas manos muy diestras. He levantado la mirada y he contemplado con placidez el río. Y he dicho en voz alta: esta camisa está hecha con mucho amor. Las mujeres que me acompañaban han reído por mi ocurrencia. Cada parte de la camisa estaba delicadamente cosida. Cada detalle, como el arrugado de la tela en los puños, delataba a una mujer enamorada. Y por un momento, mi pensamiento ha volado lejos, ¡qué poco me cuesta! y he imaginado la escena de su costura:
Hay una pareja sentada junto al fuego. Ella es guapa, y en su suave sonrisa, y por la forma de mirar a su marido, está muy enamorada. En sus manos está la prenda que cose. Una camisa blanca, con pechera a rayas. Ahora está aplicando el puño, y se ha esmerado en el fruncido de la tela. De vez en cuando se frota los ojos; la luz es demasiado tenue para coser, pero le queda poco tiempo para acabarla. Es sábado por la noche, y la camisa ha de estar a punto para que su marido la estrene el domingo. Él se limita a descansar junto al fuego. Ha estirado las piernas y observa el trabajo de su mujer. Y en ese momento, mirando como ella cose, se da cuenta de cuánto la quiere.