Mañana toca visita al oncólogo. He acompañado a mi padre en casi todas sus visitas, desde que hace dos años le diagnosticaron cáncer de próstata. Después de la noticia, regresé a casa y les dije a Jesús y a MK que me habían hecho reir el día del fatal diagnóstico. Me enviaron un abrazo y me dijeron que podía contar con ellos para lo que hiciera falta. Lo sabía. Por aquellos días yo pensaba que MK era sudamericana, por la extraña manera que tenía de acentuar. Hasta que descubrimos que las dos éramos catalanas y casi hermanas.
Conozco todos los tipos de cáncer, y sus diferentes tratamientos. Sé más del aparato reproductor masculino que del femenino. En esos viajes hemos compartido taxi con diferentes enfermos y el cáncer que tenían cada uno. Unos de cuello, otros de mama, pulmón y próstata. Cuando a mitad de camino el taxista paraba frente a la entrada del campo de golf y mi padre se bajaba del coche para aliviar su vejiga, los compañeros de viaje me miraban interrogativos y yo contestaba: próstata.
Hay una camaradería especial entre este tipo de enfermos. Llegan al hospital con una bolsita marrón de papel, en donde guardan el camisón del mismo material, que se ponen para la radioterapia. Beben agua de la máquina, se saludan, se preguntan cómo se encuentran, van al lavabo, y esperan pacientemente a que digan su nombre. Entonces se dirigen al lugar donde les espera la máquina que le suministra su dosis diaria para salvarles la vida.
En uno de esos viajes y para mi sopresa, compartimos taxi con la madre de S. su abuelo y una amiga de ellos. Era un monovolumen, y al ser yo la más joven, me tocó sentarme en la parte de atrás, donde supuestamente deberían ir los niños. Mejor: era el mejor lugar para no perderme nada de su conversación. Abrí bien las orejas. La madre y su amiga empezaron a hablar de la convivencia y de las tareas domésticas. Y de cómo cada uno de sus hijos se las apañaba. Su hijo mayor J. no hacía nada. Su mujer se encargaba de todo lo relacionado con la casa, porque ella así lo quería. Sin embargo S. ayudaba a su mujer en todo. Preparaba la comida, hacía la cama, y tendía la ropa. Cerré los ojos y me imaginé como S. ponía pinzas de madera en la ropa interior de su mujer. Siempre he pensado que quieres de veras cuando tiendes unos calzoncillos sin que te importe. Es mi particular teoría sobre el amor.
Mientras, yo me debatía en si me daba a conocer y preguntaba sobre S. o me callaba. Pregunté: ¿Cómo está S.? ¿Le conoces? me preguntó su madre. Fuimos juntos al instituto, contesté. Pues se casó, tiene una niña y vive en V.
Después cerré otra vez los ojos y recordé con una sonrisa esos años. Rememoré todos los momentos que estuvimos juntos. El primer día de instituto ya nos fijamos mutuamente. Tengo predilección por los chicos rubios y altos, y si jugaban al baloncesto como esos hermanos, mejor.
Los paseos por el canal, mientras los otros iban a clase. El vino blanco en la crepería, mientras le explicaba El Imperio de los Sentidos, y la diferencia entre erotismo y pornografía, bajo la mirada cómplice de la camarera. Cuando juntábamos la palma de la mano para ver en cuánto sobrepasaban sus dedos a los míos. Cuando yo le invitaba a chicle...Soy una bromista empedernida. Un día compré un paquete de chicle que al tirar de la barrita te pillabas los dedos. Se lo ofrecí, ¡cómo no! y cayó en la trampa. Después, para que me perdonara le saqué chicles de verdad. Yo soy de las que emborronan los apuntes con dibujitos, para soportar mejor las tediosas clases. Un día se me cayó un dibujo sin que me diera cuenta. Me llamó desde lejos y me lo devolvió con una sonrisa ¿Cómo sabías que era mío? le pregunté. ¿Quién, sino, podría hacer eso? Me sonrojé y continué sola mi camino. Sólo él conseguía que yo abandonara mi pretendida calma. Yo descansaba la espalda en la pared del pasillo, y él se situaba enfrente, apoyando su brazo en la pared y pasándolo sobre mi hombro para que no pudiera escapar, y acto seguido me preguntaba: ¿te depilas las cejas? dejándome sin habla. Pero, ¿cómo podía hacerme este tipo de preguntas?
¡Hasta me pasó su loción antiacné!!!! He viajados dos veces en moto en compañía masculina, una con mi hermano, y la otra junto a él. Se subió, me invitó a que yo hiciera lo mismo, y me enseñó a que me cogiera de su cintura con un gesto. Dios,¡ qué vergüenza!
Los astrólogos aseguran que la mejor pareja es la formada por una piscis y un escorpión. El sentido del humor de un piscis saca a un escorpión de sus nubarrones. Pero yo siempre fuí con él más escorpión que él mismo. Se atrevía a cepillarme los hombros sin permiso, y yo le cantaba: en mi cabeza siempre es Navidad...Otras veces buscaba una silla mientras yo permanecía de pie, y daba unas palmadas en su regazo para que yo me sentara. Y yo volvía a sonrojarme.
Un día acudí a clase con una pulsera de tachuelas, para sorpresa del profesor de literatura, mientras él me miraba divertido. Aquel día entregaban las notas de literatura catalana, y el profesor me felicitó delante de toda la clase por un relato mío. Siempre recordaré la sonrisa de complacencia de S.
Y yo seguía con mis frases ingeniosas, que yo no quería pronunciar, pero que las decía, y cada vez me iba alejando más de él. Sólo conseguimos que aquel año suspendiéramos todas las asignaturas, y volvimos a vernos las caras en septiembre, cuando reanudamos juntos, los estudios en nocturno. Pero ya nada volvió a ser lo mismo. Yo había cambiado demasiado. No estuve con él en el momento que más me necesitaba, cuando su padre murió de cáncer, truncándole así su futuro como abogado. Mi timidez me impidió que fuera a verle y le apoyara en esos momentos, pero espero que si llegó a conocerme bien, supiera que en mis pensamientos yo siempre estuve junto a él. Te juro que yo era una buena chica.
Os aconsejo que mientras me leais, dadle al play en el video de Prefab Sprout. Es la canción que me puse cuando supe que él se había cansado de esperar.