lunes, 25 de abril de 2011

UN VEÍ ENTREMALIAT





Ell és l’únic que entén les meves contínues bromes, a vegades fora de lloc, ho reconec. M’ho permet tot, com a nena malcriada que sóc. Tot m’ho perdona: quan li envio fotos picants, quan rep mails que em dóna per escriure el dia universal de l’amor, quan el deixo lligat dues setmanes en una habitació i m’enduc la clau que obre la porta, quan l’imagino fent un programa nocturn de sexe a la tercera edat.

Quan sembla que ja no escriuré més, em proposa un joc. I com m’agrada jugar, li dic que sí. Li conto que quan em poso el vestit negre faig malifetes i acabo al lavabo del Morrysom amb els ulls embenats. Em demana que comenci a escriure una història veïnal; encara no és a la porta dient-me adéu i ja la tinc pensada. Em fa l’encàrrec de buscar un llibre per a Sant Jordi i ja el tinc comprat.

A canvi, em fa regals que arriben per correu ordinari amb una nota amable, com és ell. O m’escriu apunts on suposadament parla de mi, tot i que no ho vol reconèixer… Crec que m’estima, a la seva manera i a mi ja em va bé. Jo també l’estimo a la meva manera. Li vaig donar el personatge del barber periodista, que tots els qui em llegiu coneixeu. I el vaig imaginar com a Robert Mitchum.

Fa dies que li dec un post, d’aquells meus, on escric tot el que em passa pel cap i on sempre li dono el pitjor paper. És una continuació de Blogville crepuscular. Demà m’hi poso… Espero que em perdoni. Aquesta vegada estem junts a la mateixa habitació, i em quedo…



jueves, 14 de abril de 2011

PRIMEROS PASOS


Parece que, a partir de ahora, si quiero un beso, tendré que ganármelo. Lo que significa que tengo que estar permanentemente de buen humor y contarle una historia bonita que me pase cada día antes de ir a dormir, como Sherezade. Si no hay relato, no hay beso. Lo que me faltaba…

Pues allá voy: ayer, y como todos los días, salí con la niña rubia a pasear. La llevé al rompeolas y nos sentamos junto a dos parejas de jubilados en un banco frente al mar. La pequeña se entretuvo mirando las olas en su volver a la playa. Fui testigo mudo de la conversación de los ancianos y sólo sonreía de vez en cuando. Al final, y después de anécdotas de pesca de pulpo y doradas, una de las mujeres dijo: “sigamos paseando, que si esta joven nos entendiera, pensaría lo locos que estamos los catalanes”. Me habían tomado por una extranjera. La otra mujer le respondió: “¿y cómo sabes que no te entiende?”. Al final me reí y les aclaré que también yo era catalana. La niña rubia se giró y las miró. Las mujeres exclamaron: “què maca!, gaudeix-ne, que aquests anys passen volant…”. Les dije que era su tía y después de darles la razón, cogí a la niña en brazos y me despedí de los jubilados catalanes para seguir con nuestro paseo. Nos cruzamos con un hombre al que le acompañaban una pareja de perros salchicha que nos ignoraron. De regreso a casa me encontré con una conocida y su perro alargado. Nos pusimos al día de nuestras vidas y nos despedimos. El pueblo junto al mar donde paso la mitad del día, tiene el porcentaje más alto de perros salchicha de la comarca, para alegría nuestra. Ocupé mi tarde arreglando el pelo del setter que vive conmigo su jubilación. Como Bruc se puso celoso, también él tuvo su sesión de peluquería canina.

Hoy ha sido más o menos lo mismo, paseo y charlas al azar con gente que no conozco. Pero, de regreso a casa, me ha llamado Sumpta, mi hermana mayor. Me ha contado que ya está de vacaciones, que mañana hará cambio de armario y que apartará los vestidos de algodón de su hija para que yo pueda comenzar su colcha de patchwork hecha con las prendas de su infancia. La semana que viene nos veremos. La llevaré a una tienda de delicatessen donde venden huevos de pascua Fabergé. Igual hasta me animo y compro uno para mí.

Por la tarde una llamada telefónica ha interrumpido mi siesta junto a Bruc. Era mi hermano. Estaba eufórico. Nuestra niña rubia ya anda sola. Me ha contado que la pequeña ha enderezado su espalda y ha mantenido el equilibrio, tan fácil como esto. Ya no hay marcha atrás. Mañana espero que me reciba caminando, como años atrás hizo mi hija, como hizo Javito y Luigi. Como hizo la niña de rizos morenos, la que tendrá su colcha de retales de su infancia para que me recuerde cuando se vaya a estudiar a la gran ciudad. Quizá allí estaré yo, esperándola.

Mañana espero encontrar a la vecina de al lado, la que me pregunta sobre los progresos de la niña rubia, para decirle que ya camina. Seguro que me contesta: ¿ya habla?. Y habrá que joderse de nuevo…

Por cierto, mi hermano me ha avisado que encontraré una caja con gusanos de seda. Me ha pedido que recoja hojas de morera para su alimentación. Lo que me faltaba. No tengo suficiente con dar papillas a su peque y cuidar de su setter jubilado. Ahora tendré que encaramarme a los árboles en busca de hojas tiernas para sus gusanos de seda, mientras la niña rubia me mirará con ganas de imitarme. Pero lo de subir a los árboles, ya se andará, pequeña. Entretanto, que tu madre reserve tus vestidos de algodón. Para que un día puedas envolverte con tu colcha de patchwork y te acuerdes de la boba de tu tía. La que te cuidaba en los días marítimos. La que debe contar cada noche una historia antes de irse a dormir si quiere ganarse un beso…

jueves, 7 de abril de 2011

DÍAS MARÍTIMOS




Hoy, en mi paseo diario junto a la niña rubia, nos hemos detenido un momento para mirar la obra de un pintor aficionado. Ya lo habíamos visto otras veces dibujando el paseo marítimo pero hoy, me he atrevido a curiosear. No le ha importado, al contrario. Me ha preguntado qué me parecía el cuadro. He tardado un minuto en contestar y al final le he dicho: “da paz”. El hombre se ha quedado pensativo y me ha respondido: “sí, es lo que siento yo estos días”. He sonreído y hemos continuado nuestro paseo hasta el final, cruzando con el cochecito el puente de madera y metal que hay frente a un restaurante.

Cada día, la niña y yo buscamos un recorrido diferente. Un día me da por buscar el lugar donde hagan el mejor croissant y nos sentamos en la plazoleta que hay frente al mar para comérnoslo. A ella le doy una patita y yo me como el resto. Luego, y si tenemos ganas, le mandamos un sms a un amigo. A la niña le dejo apretar la tecla de enviar (ahora está en fase apretar botones de ascensor y teclas). Otro me pierdo expresamente en el barrio marinero, buscando las casas blancas con geranios en los balcones, abiertos para dejar entrar el aire fresco. Como cada día, nos cruzamos con la señora a la que acompaña un perro salchicha, tan altivo como Bruc. La niña rubia lo señala con el dedo. Por suerte le gustan los perros, como a mí. Luego nos cruzamos con la pareja que hace footing. Seguidamente aparece la anciana a la que le gusta pararse un ratito para descansar y aprovecha para hablarme. Hace dos semanas me dijo que la niña se parecía a mí. Yo le aclaré que no era su madre, pero que era su tía. La mujer vio que había metido la pata, ya que la pequeña y yo no nos parecemos en nada. Ella es rubia y yo morena y difícilmente hubiera salido alguien rubio como ella a no ser que el padre fuera un nórdico, cosa improbable. Continuó la conversación y me explicó que en su juventud había estado al cuidado de cinco niños, y que la querían más a ella que a sus propios padres. Que un día los progenitores de la numerosa prole se fueron de viaje y ella y los niños no se acordaron para nada de ellos. Al contrario, cuando regresaron los ignoraron y se agarraron a las faldas de su tata para que no se fuera sin ellos. La vida es así.

Hoy me he decidido por bajarla a la playa. La he vestido de niña, la he peinado con dos coletas y hemos caminado empujando el cochecito de bebé hasta dar con el puente que nos gusta. Antes he cogido unas margaritas y he adornado su cabello con ellas. Yo, que prefería a los chicos antes que a las chicas, ahora peino coletas y prendo flores en ellas. Cuando le cuento a mi amiga la Bruji lo guapa que es la niña me recuerda con sorna: “ui sí, la que quería un niño…” y me callo dándole la razón, con lo que me cuesta…En fin.

Regresamos a casa cuando el sol empieza a picar y nos paramos por última vez para arrancar una mata de romero. Y como tengo un refrán para cada ocasión le digo a la niña: quien va al campo y no coge romero, no tiene amor verdadero. Por si las moscas, arranco una rama para mí. Antes de entrar en casa vemos a la vecina de al lado esperándonos. También le gusta hablar y me pregunta sobre los progresos de la pequeña. ¿Ya anda? ¿ya le han salido los dientes? Y le muestro orgullosa los cuatro dientes de leche que ya asoman. La mujer me hace una observación al ver que los dos incisivos superiores están ligeramente separados: “dientes de mentirosa”. Y se queda tan ancha. Hay que joderse…

Hoy hemos dibujado corazones en la arena para que el mundo sepa que nos queremos.
 
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