jueves, 26 de enero de 2012

CAFÉ VOLUTO, CAFÉ PERDUTO



Dicen que por la crisis económica que estamos viviendo, los hijos vuelven a casa de los padres porque no pueden seguir pagando el alquiler de su piso. ¿Pero qué pasa si ocurre lo contrario, que una madre (yo) se vaya a vivir con su hija?
Los que me leéis ya sabéis la verdadera relación que tengo con la que yo llamo mi hija ficticia. Mi madre me dejó sostenerla un ratito cuando ella tenía cuatro meses y yo diecisiete años. Tiene la suerte (o desgracia, según cómo se mire) de tener tres madres. La verdadera, su madre. Una segunda, mi madre. Y una tercera, moi même, que ahora miro de cuidarla en todo lo que puedo.
Nos vemos poco. Pero cuando Bruc levanta su cabeza en señal de alerta y no ladra, pienso: es ella. Y entra un torbellino por la puerta con la forma de una chica guapa y con ella la alegría. Unas veces sólo tiene tiempo para un café y se levanta de un salto del sofá cuando empieza a hervir la cafetera con un: café voluto, café perduto! Otras almuerza en casa y agradece los macarrones de atún que yo he preparado. A cambio ella comparte sus galletas conmigo. Si cuando regresa a casa por la noche yo aún estoy despierta, me levanto de la cama y fumamos un cigarrillo mientras ella me explica cómo le ha ido el día o lo que soñó la noche anterior. Yo la escucho mientras lío un cigarrillo buscando una posible explicación a lo surrealista de sus relatos. Si alguna vez deja una bolsita de té en un lugar inadecuado, le cuento un capítulo de Sexo en Nueva York en el que un personaje de la serie hacía lo mismo que ella y la amenazo con hacer un post sobre el tema. Ella me levanta una ceja como respuesta.
Algunos días se olvida de tender la ropa de la lavadora. Cuando me dispongo a lavar las sábanas, sus miles de calcetines esperan ser tendidos y los miro compasiva. Tengo la manía de que todos ellos han de tenderse por parejas. Cosas mías. Cuando veo que un calcetín está sin pareja, me entristezco. El mundo debería de estar emparejado. Entonces tengo la tentación de enviarle un sms para decirle: ¿te quedan calcetines?, en broma. Pero me abstengo. En un antiguo post ya expuse mi teoría sobre la ropa interior y el amor: quieres de verdad a alguien si cuando tiendes unos calzoncillos te enterneces. Y eso me pasa a mí al colgar su ropa en la galería. Cuando la colada está seca, la doblo y vuelvo a emparejar sus calcetines. Y vuelvo a entristecerme si alguno de ellos ha perdido a su igual.
El lunes volví a casa después de unos días perfectos en el sur. Dos prendas de mi ropa interior estaban dobladas sobre la cama. Quiero pensar que lo hizo con el mismo cariño que yo le tengo a ella. A ella, a sus calcetines sin pareja y a sus bolsitas de té.

lunes, 16 de enero de 2012

LA PALOMA Y EL BOTIJO

¡Paloma, cazadores! A mí qué me importa, respondía la paloma, en mi casa tengo un botijo...
En el instituto, mis compañeros de clase y yo misma, tuvimos la suerte de tener un compañero imitador de personajes y contador de chistes. Creo que se llamaba José Luís, un tipo extraño, nacido en la meseta. Era poco agraciado físicamente, pero compensaba su falta de atractivo con su don especial para hacer reír a los demás. Había días que los chicos de la clase convencían al profesor de matemáticas para que dejáramos atrás los problemas y las ecuaciones a un lado y permitiera a José Luís que se sentara frente a los alumnos y nos hiciera reír un ratito. El profesor era benevolente y en el último cuarto de hora de la clase lo dejaba salir a escena. Un día nos contó el chiste de la paloma y el botijo. La gente se rió. Yo no. No lo entendí y nunca pregunté su significado. Tres años más tarde me encontré con el contador de chistes en un concierto. Aquel día le pregunté sobre el chiste de la paloma. Me contestó: ¿aún vas con eso? Verás, el chiste tiene su gracia porque es absurdo. O lo que es lo mismo, no tenía explicación posible.
Me había estrujado la cabeza con un chiste que no tenía explicación. Pero ahora, muchos años después, lo utilizo para avisarme de los cazadores que hay al acecho. Para mí los cazadores son los fantasmas pasados que van y vienen para hundirme en un pozo. Y estos días una voz interior vuelve con el chiste: Paloma, ¡cazadores! y sé que he de responder: a mí qué me importa, en mi casa tengo un botijo.
Ahora os cuento a qué viene todo esto. Pronto cumpliré 5 años de blog. Normalmente y para celebrarlo, si es que hay algo que celebrar, (creo que sí), hago un repaso de lo que he publicado en un año, tomando la fecha del 31 de enero como partida. Y he llegado a la conclusión de la falta de sinceridad en mis escritos. Es el momento de que airee un poquito mi blog y me sincere.
Todo empezó hace dos veranos. Los cazadores eran muchas cosas: una discusión. Unos lazos que me ataban y no podía cortar. Un estado físico lamentable unido a una anemia perniciosa. Demasiado silencio interior y pocas ganas de enfrentarme a los cazadores invisibles. Me levantaba, me tomaba un café o un té, y me fumaba un cigarrillo. Luego volvía a la cama y me dormía. Durmiendo era feliz. En mi habitación estaba a salvo de todo. Hasta que sonaba el teléfono. Era mi madre avisándome de que la comida ya estaba en la mesa. Me duchaba y sacaba a pasear a Bruc, mi compañero silencioso y cómplice. Después de comer regresaba a casa y volvía a acostarme. Durmiendo era feliz. En mi habitación estaba a salvo de los fantasmas.
Pero llega un momento en que tienes que reconocer (primero a ti misma y luego a los demás) que ha llegado el momento de pedir ayuda. Y eso hice. Hablé con mi hermana Sumpta, con ella todo me resulta más fácil. Ella, su marido y mi sobrina Paula se comprometieron a ayudarme. El paso ya estaba dado. Una simple llamada telefónica y una cita.
Continuará. Prometo ser sincera y abrir la ventana para dejar entrar aire. Reconozco que soy una paloma y que sí, que en mi casa tengo un botijo.





viernes, 13 de enero de 2012

CAPUTXETA VERMELLA

ELL: Maria, tu sempre obres la porta sense preguntar qui és? I si és el lobo feroz?
ELLA: Millor!
(Riures)
 
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