domingo, 26 de febrero de 2012

NANTUCKET

La isla tenía apenas ochenta kilómetros cuadrados, siete mil habitantes, tres mil casas, un museo de la ballena (creado diez años atrás, en 1929), el faro de Brant Point y largas playas donde pasear y dejar las huellas de los zapatos en la arena. Pero, para Dash, lo más atractivo de ese lugar era su nombre sonoro: Nantucket. Decidió trasladarse a vivir allí hacía poco más de un año, cuando dio por finalizada su carrera como escritor, mientras que la de Lilly comenzaba a tomar velocidad de crucero tras el estreno exitoso de sus primeras obras de teatro. No creyó que la perjudicara arrastrándola a habitar entre gaviotas y peñascos. Apenas cuarenta kilómetros separaban la isla de Cape Cod en barco, y también estaban cerca de Nueva York y sus teatros de Broadway donde estrenaban las creaciones de Lillian.

Dash se sentía cómodo en ese aislamiento.

El año pasado, tal día como hoy, abrí el correo a media tarde. Lo que encontré en la bandeja de entrada me dejó sorprendida. Era una felicitación por haber quedado finalistas a un premio literario. Lo primero que pensé fue en llamar al coautor de la novela que enviamos justo el mismo día en que acababa el 2010. Esperé un poco y fumé un cigarrillo. Hacía tiempo que no hablaba con él. Al final cogí el móvil, busqué su nombre en la lista de contactos y apreté el botón verde de la llamada. Saltó el contestador, cómo no, y colgué. Le escribí un mensaje corto: llámame, es importante. Luego hablé con mis padres, mis hermanos, mi hija, mi amiga la Bruji.Y con Mary Kate. Nos reímos, me felicitaron…y volvió el silencio a mi ático.

En ese momento de calma recordé todo lo que había significado para mí D & L. Durante un año conseguí mantener en vilo a mis lectores. En cada capítulo de la novela a términos había puesto palabras y sentimientos a un grupo de personajes que creamos entre todos. No fue fácil para mí pero el ánimo de todos los que me leían me ayudaba a seguir. Logré acabar la novela y descansé. Como Lillian cuando ponía el punto final a una de sus obras de teatro.

Escribiendo me reí, discutí con el corrector, sufrí, pero disfruté de cada escena, de cada palabra. Me había costado pero lo conseguí. Perseverancia lo llaman algunos. Quizá sí. Nunca dejo nada a medias, inacabado. Todo debe de tener su principio, su nudo y su desenlace.

Al cabo de una hora me llamó el corrector. Le di la notícia y hablamos unos minutos. Después se hizo el silencio otra vez en el ático y me levanté para hacer la cena. Sonreí.

En la vida todo tiene también su principio, su nudo y su desenlace. Creo que yo aún estoy en la fase nudo. Falta un desenlace. Todo llegará. Y volveré a marcar los teléfonos de mis padres, de mis hermanos, de mi hija, de mi amiga la Bruji, de Mary Kate, para decirles que esta vez va en serio, que ya lo tenemos. Y Dash y Lilly serán eternos y con ellos los personajes que les acompañaron en esa isla de apenas ochenta metros cuadrados de sonoro nombre: Nantucket.

Valió la pena, corrector.

lunes, 6 de febrero de 2012

LA CAMA





Mi amiga la Bruji me explicó un día que si enseñas la casa a los invitados hay que tener los dedos cruzados, para ahuyentar posibles envidias…O a colgar un espejo justo en la entrada, para que todo lo negativo se quede en el rellano de la puerta…Para eso es una bruja, buena, pero bruja.
Ayer me dijeron: Emily, aún no has visto mi habitación…Pelirroja, deberías haber seguido el consejo de cruzar los dedos ante mi presencia. Aquella habitación que me mostraban estaba hecha para el amor. Sí, claro, también se puede dormir en ella, o escribir un relato vecinal una mañana de domingo mientras en el exterior caen copos de nieve. Pero como me decía mi madre: Emily, a ti la picardía no te dejó crecer. Y si veo una cama siempre pienso en lo mismo, ya saben. Aquella cama invitaba a tirarse en ella, como dijo una aprendiz de costurera momentos más tarde. Sí, a tirarse en ella y que haya alguien esperándote, pensé.
Mi amiga la Bruji se reía de mí porque una vez le conté un chiste. Más o menos era así: una pareja se casa sin consumar su amor antes de tiempo. Él era delgado, muy delgado. La noche de bodas apagan la luz, por timidez, supongo. Cuando el recién casado se tira en la cama haciendo el salto del tigre, ella grita contrariada: ¡cariño, enciende la luz que se me ha caído el crucifijo encima! Espero que se entienda. Como en la época que le conté el chiste a mi amiga yo salía con un chico delgado, muy delgado, ella se mofaba de mí y me decía: a ti lo que te va caer es el Santo Cristo encima si apagáis la luz…Porque si a mí la picardía no me dejó crecer a ella le ocurrió lo mismo.
Como normalmente los lunes hago limpieza general de la casa, le he echado un vistazo a mi habitación. Y he llegado a la conclusión de que mi dormitorio es el de una monja. No hay crucifijo pero es austera como una celda monacal: Sólo hay una cama, una lámpara que reposa en el suelo de madera sin una triste mesita de noche, una cómoda de metal donde guardo la ropa interior y una mesa de color rojo y sobre ella tres fotos: una de la niña rubia sonriendo, una mía junto a Paula, mi otra sobrina, en Sitges el verano pasado y la de mi tío Joan. Hay también una caja de madera que espera una restauración a fondo y dos carpetas con dos proyectos que más pronto o más tarde se realizarán. Y un perfume que huele a naranjas, nada sensual.
Pero cuando me acuesto en mi cama acompañada de Bruc y apago la luz para dormir (el perro me hace la vida imposible si quiero leer un ratito) le digo al oído: ¿tampoco estamos tan mal, no? Y él me responde suspirando profundamente como si me dijera: estamos bién, ahora durmamos un poco. Y sonrío porque los dos formamos un 44 perfecto.



 
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