lunes, 27 de abril de 2009

EMILY CALLA


Hoy, como Wendy, he querido coser mi sombra a mis pies. Siempre se escapa, juega y corretea. A veces la alcanzo. Entonces busco hilo, aguja y dedal e inútilmente quiero atarla a mi cuerpo. Me enfado con ella y vuelve arrepentida.
Pero hoy la he visto tan libre y feliz lejos de mi, que la he dejado ir.
Sólo le he pedido una cosa: que se pegara a la sombra de lo que quise.

miércoles, 1 de abril de 2009

TÓMAME CON EL TÉ


Te lo confieso a ti, abogado, porque sé que bajo el secreto profesional, nadie más que tú y yo sabremos lo qué pasó. No existe cuerpo ni arma del delito. Sin remordimientos te lo cuento. Estuve y aún estoy enamorada. Éramos tres y sobraba uno.

Llevo tres años compartiendo las tardes del jueves con Matt. Las reuniones son siempre en su casa, rodeados de los libros que tanto quiere. Él me recomienda las lecturas mientras me sirve el té. Lee sus poemas y yo procuro disimular el placer que me produce el que sea sólo yo la que conoce la existencia de estos poemas. Quiero creer que a veces piensa en mí para escribirlos.

Todo funcionaba perfectamente entre los dos. Yo esperaba con ansia el momento de nuestro encuentro. Él me abría su casa, me ofrecía té y yo llevaba las pastitas con las que lo acompañábamos.

Para mi sorpresa, un día todo cambió. Aquel jueves me abrió la puerta como de costumbre, pero sus ojos brillaban de una manera especial. Me condujo hasta la biblioteca, me senté en mi sillón y observé que en la mesita donde antes estaba la tetera y dos tazas, ahora había una tercera.

-¿Esperamos a alguien?-le pregunté extrañada.
-Sí, hoy tendremos compañía. –Y antes de que yo pudiera volver a preguntar, sonó el timbre.

Se precipitó nervioso hasta la puerta y pude oír la voz de una mujer. Él se reía. Noté cómo mi corazón se aceleraba. La sangre me quemaba la cara.

Las risas continuaron hasta que entraron en la biblioteca. Junto a Matt entró una mujer. Era bellísima. Imponía su presencia con su larga cabellera roja y su alta estatura. Ahora ya sabía a qué se debía el nuevo brillo en la mirada de él.

Nos presentó y a partir de aquel momento yo dejé de existir. No sé ni cómo pasaron las horas, no recuerdo nada. Sólo sé que me fui antes de hora alegando un súbito dolor de cabeza.

Cuando se cerró la puerta tras de mí, unas rabiosas lágrimas me nublaron los ojos. Volví a casa cruzando las calles ajena a los bocinazos de los coches que encontraba a mi paso. Sé que crucé varias calles sin mirar. Sólo quería llegar a casa y llorar. Pasé tres días desaparecida y con fiebre. No contestaba al teléfono. Quería dormir, dormir…Al tercer día reaccioné y pude pensar fríamente. Tenía un plan.

Seguimos con las reuniones del jueves, pero ahora éramos uno más. Ella acaparaba toda la atención de Matt. Hablaba y hablaba, exponiendo sus ideas. Opinaba sobre sus poemas, y ahora era ella la que servía el té. Él sólo tenía ojos para ella. No culpo al inglés. Abogado, tú también hubieras caído bajo su hechizo.

En una reunión, mientras ella le distraía con sus palabras, sus gestos y su risa, yo me limitaba a comer las galletas de mantequilla. Era tan perfecta que hasta cocinaba. Ahora era ella quien las llevaba, las mías apenas eran tocadas. Mis pensamientos volaban lejos. Había decidido que ella tenía que desaparecer, y mordisqueando una de sus pastas, ya supe cómo.

Conseguí hacerme con la receta de las pastas para el té. Después de tres años de comprar kilos de pastas, la dependienta de la tienda me explicó cómo se hacían: sólo tenía que mezclar harina, azúcar y mantequilla.

La última tarde que vi a Matt llegué puntualmente como cada jueves. Ella tardaba y decidimos empezar sin ella. Saqué las pastas que yo había cocinado, y él empezó a comer una tras otra. Estaba nervioso y contrariado. Distraído e inquieto por su ausencia, y no se interesaba por la conversación que yo intentaba mantener. Miraba la hora insistentemente, esperando oír el timbre de la puerta.

Lo que no supo ni sabrá jamás es que aquella tarde, en nuestra última reunión, estuvimos los tres. El inglés, yo y la escultural pelirroja, convertida ahora en deliciosas pastitas para el té.
 
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