miércoles, 9 de julio de 2008

LAS HERMANAS


Las hermanas Navarro se veían menos de lo que querían. Vivían en pueblos distintos desde que se habían casado. Pero ese año decidieron pasar juntas el verano en el balneario, con la excusa de que sus hijos tomaran las aguas. A los niños les costaba comer, y esperaban que un cambio de aires, alejados del calor sofocante y húmedo que suponía vivir cerca del río, les devolviera el apetito. Así entrarían en el nuevo otoño con un poco de color en sus pálidas mejillas.
Una vez instaladas, vivían el día a día con una enorme placidez. Habían supuesto que su estancia en el balneario les sería provechosa. Ellas estaban más relajadas; y los niños, bien alimentados y contentos de compartir juegos con sus primos, recuperaban poco a poco la salud.
Se levantaban temprano, y su única ocupación era dar largos paseos, disfrutar del sol, comer, beber, dormir la siesta, merendar, jugar, bañarse, y bajar a cenar, para luego acostarse y empezar el nuevo día con renovadas energías.
Pero el momento preferido para las madres, llegaba a la hora del café. Cada día era una la encargada de acompañar a los niños a una habitación y acostarlos a todos en una misma cama. Después de calmar el alboroto, iban cayendo, uno tras otro, rendidos por el sueño. Entonces, la madre se levantaba sigilosamente de la cama, tras cerciorarse de que ni el más inquieto de los niños movía una sola pierna. Cogía la caja de madera donde guardaba la costura, y cerraba la puerta con suavidad.
Bajaba las escaleras y se reunía con sus dos hermanas, que la esperaban en el pequeño salón del establecimiento.
-¿Todo bien?
-Han caído todos. Hasta Alfredo (éste era el más revoltoso).
El café era la excusa para empezar a parlotear. Después de servirlo, sacaban las labores, y se concentraban en el trabajo sin dejar de hablar, pues tenían muchas cosas que decirse. Unas contaban cómo marchaban las fincas, los problemas que surgían en el quehacer diario. Carmen, la mayor, relataba anécdotas de los pacientes de su marido el doctor.
También ocupaba el saloncito un señor elegantemente ataviado, sentado en un sillón orejero, oculto tras las enormes páginas de un periódico. Era un hombre de unos cincuenta años, con bigote y gafas, tan callado e insignificante, que ellas apenas se daban cuenta de su presencia. Así que seguían con su conversación como si sólo fueran ellas las que ocupaban la soleada habitación. Y no reparaban en el tema. Cualquier cosa era buena. El fallido casamiento de una prima, el escándalo de un pintor conocido, el repentino embarazo de una criada sin marido, la rotura de un brazo de un niño, la compra de un caballo, una epidemia de tifus…y el tema preferido de las tres: sus constantes embarazos y sus consiguientes partos. Lo contaban con todo detalle: la pesadez de los nueve meses, los primeros dolores, la rotura de aguas y el doloroso parto, acompañado de abundantes sangrados, de cordones enredados en los cuellos de los bebés, de la subida de la leche, y el cansancio por la falta de sueño. Cada día era un parto nuevo, hasta sumar el total de los niños que las acompañaban.
De vez en cuando, oían un carraspeo. Provenía del rincón que ocupaba el señor maduro. Entonces callaban unos minutos, y después de notar que el hombre se había dormido -sus ronquidos eran la señal- volvían a las andadas.
Así día tras día, hasta el final del verano, con la llegada de las primeras lluvias, que reverdecían de nuevo el seco paisaje, tras un caluroso verano.
Había llegado el momento de volver a hacer las maletas y de reclamar taxis que las devolverían junto a su prole a sus diferentes pueblos.
El último día fue como todos los demás. Después de acostar a los niños, se reunieron nuevamente para tomar un último café en compañía. Esta vez habían dejado los costureros en sus respectivas habitaciones, y estaban calladas por primera vez en todo el verano. Sabían que tardarían en volverse a ver, y eso las entristecía. También las acompañaba el señor del bigote, escondido tras el inmenso periódico. Empezaron a despedirse cuando oyeron un estruendo de páginas que se cerraban. Miraron al hombre, que se levantaba pesadamente del sillón, y dirigiéndose hacia la puerta, se volvió hacia ellas y les espetó:
-¿Les he contado que un día me atrapé los cojones entre dos puertas correderas?- Seguidamente, abrió la puerta y se marchó.
Las hermanas estallaron en una gran risa. A partir de aquel día, la anécdota fue transmitida de madres a hijos sucesivamente, hasta llegar a mí una noche de verano.

14 comentarios:

Emily dijo...

Esta anécdota me la contó mi abuela una noche de verano de mucho calor y poco sueño.Ella era una gran contadora de historias, y yo la nieta que más compañía le hice y más la escuché.
Esta historia es divertida para mí, y ahora, si alguien cuenta muchas veces una misma cosa, me levanto y digo (en catalán): Ara us contaré com em vaig agafar els collons amb dues portes correderes...

Rita dijo...

Hahahaha boníssima la història! I la manera d'explicar-la, genial també. Ets una bona narradora. :-)

Emily dijo...

Gràcies, Rita. És un humor una mica pocasolta, com m'agrada!
He oblidat dir que El Paseante me'l va corregir!!!!!Sense la seva ajuda...

el paseante dijo...

Apaaa, jo no vaig corregir res. Et vaig comentar un parell de signes de puntuació. Aquesta història l'has parit tu, a mi no m'enredis. Però ara que la veig publicada al blog sembla un relat de debò. M'agrada molt com t'ha quedat. I això de "los collons" potser també algun dia ho diran de tu, quan comencis a repetir històries i a xerrar massa :-)

Emily dijo...

Paseante, gràcies, però hi han frases teves. Una miqueta compartit, ho és.
Això de repetir històries, potser ja ho faig, però abans sempre pregunto: T'ho he contat mai?
De moment encara tinc memòria.

alatrencada dijo...

M'encantaria ser amb les meves germanes les protagonistes d'aquesta història. Molt xula i molt bona l'anècdota.

Emily dijo...

Doncs farem l'obra. I tindreu públic, ja ho veuràs! Besets

MK dijo...

M´agrada molt com ho expliques .
Agafen ganes de tornar a uns altres temps i d´agafar fill i agulla i enllaçar històries mentre s´allarga la tarde. Peró això també es continua fent a certes latituds acollidores no?.
Això del balneari i els spas si que ha de ser reparador , si...
El relat em recorda els contes de"Mujeres de ojos grandes" de Angeles Mastretta. Si no el tens te l´envio. T´agradarà molt.

Emily dijo...

Ai, Mk, gràcies. Això de cosir ja saps que ho continuem fent. Ara les que xarrem sóm natros, i l'home del diari és mon cunyat! Pobret...
Però ell ens escolta d'amagat. I quan ne té prou, s'aixeca i se'n va a fer la migdiada.
Em sona això de Mujeres de ojos grandes. El buscaré a la biblio.

Sumpta dijo...

En aquella època en què les dones tenien únicament cura de la llar i dels infants, el moment del cafè, amb la pau dels xiquets dormint, era el moment del plaer d'estar soles per compartir emocions. I l'emoció del part és una de les més fortes...

Emily dijo...

Sumpta, tens raó. Quin descans quan els poses a dormir, i tens un momentet pe a tu! Va, que tu ni te'n vas enterar quan va néixer Paula! Quines ganes d'arribar a aquest món tenia la nena!

Emily dijo...

Gràcies Joanie! m'agrada veure't per aqui i que m'hagis fet un comentari!

Anónimo dijo...

El balneario.
Algo me viene a la memoria, pero non recordaba ninguna historia.
Non aproveché mucho las historias de mama, aunque lo siento. En los últimos viajes a España, cuando hacia labor a su lado aprendí a conocerla mas y aprovecharme de toda su sabiduría y de sus buenas historias

Emily dijo...

Mp, la iaia era parladoreta. Però relatava bé les seves històries.

 
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