
Este año no voy a ningún sitio en especial, pero, Ay! no echo de menos viajar. Mientras tenga a mi pequeño Bruc me quedo en casa. Tengo la suerte de vivir en un lugar en donde tengo mar y montaña a un tiro de piedra, así que estoy perfectamente y lo agradezco. Si quiero soledad tengo mi calita privada en donde Bruc es el rey, y si no, voy a la playa kilométrica, es tan larga que puedes elegir dónde plantas la sombrilla y extiendes la toalla. Quedo con mi amiga la Bruja, su hija pequeña, su otra hija adoptiva, yo y por supuesto Bruc el alocado. Viene preparada con su nevera portátil, la merienda, pizza y "coc de maçana", coca-cola, té helado y agua abundante para el perro. Mientras, la niña saca sus juguetes y construye castillos de arena, con la ayuda de su hermana mayor, nosotras dos y el perro nos dedicamos a la recogida furtiva de "tallarinas", un marisco que cocinado con tomate y cebolla sabe a gloria. Vamos hablando, sentadas en la orilla, y buscando con las manos las tallarinas, y de vez en cuando una ola traicionera se enfada y arremete contra nuestras espaldas, y solo consigue que nos riamos aún más de lo que nos reimos. Le cuento que una conocida mía sufre de acoso y la bruja me contesta: que le congele. Levanto las cejas interrogativamente, y me explica: apunta el nombre de la persona que quieres que te deje en paz, coges un vasito de agua, depositas el papel en el fondo y directo al congelador. Acto seguido exclama: Pues no he congelado yo a poca gente!
Me imagino cómo debe ser el congelador de mi amiga, repleto de vasitos, cada uno con su nombre!
Yo de momento no lo voy a poner en práctica, no tengo a nadie que me acose, pero, ¿a que es buena la idea? Va, probadlo y ya me direis...